Sami Nair, en 'El País'
Nos decimos a menudo que nos equivocamos, pero la realidad nos lo acaba recordando siempre: el mundo es un campo de fuerzas donde predomina exclusivamente la ley del más fuerte. No hay por tanto "comunidad internacional", o más bien, tan solo existe cuando conviene a los intereses de los más poderosos. Desde este punto de vista, lo que está ocurriendo en Libia es altamente edificante. Todo el mundo está de acuerdo en decir que Gadafi es un demente, que su familia es una panda miserable de sinvergüenzas, que el sistema sobre el que se basa su poder es totalitario y despótico, y que la revuelta del pueblo libio es legítima. Y la mayoría de las potencias occidentales, pero también de los países árabes, han condenado este régimen y han votado a favor de las decisiones tomadas en la ONU. Sin embargo, el dictador sigue haciendo estragos. Con su aviación, sus barcos y sus tanques, puede reducir a escombros Bengasi. No lo hace porque, a pesar de los miles de millones que ha repartido entre los jefes de las tribus, no ha logrado todavía restablecer el equilibrio tribal libio. Pero los civiles, convertidos a su pesar en milicianos, que manejan mal las defensas aéreas y combaten vehículos blindados con Kaláshnikov, no podrán dar muestras de heroísmo por mucho tiempo.
Es evidente que una intervención internacional de apoyo a las fuerzas civiles libias es difícil de realizar, puesto que la experiencia de estos últimos 10 años ha sido catastrófica para el derecho internacional. EE UU y Reino Unido asestaron un golpe mortal a la legitimidad de la ONU en 2003, durante la invasión de Irak; lo empezaron a pagar de hecho en Afganistán, donde el apoyo internacional se tambalea. Pero siguen dando muestras de complicidad con Arabia Saudí, foco purulento del fundamentalismo religioso, y siguen apoyando de manera incondicional a Israel. La opinión pública internacional no se toma en serio los discursos falsamente humanitarios de EE UU. Y lo que es más grave aún es que estos son reinterpretados en sentido contrario por la opinión pública árabe, ya que, a sus ojos, toda iniciativa de Occidente en general y de EE UU en particular es sospechosa, debido a la tradición de los dos pesos, dos medidas.
El esquema que, después de la invasión de Irak, trazábamos de una destrucción duradera del derecho internacional en las relaciones internacionales se confirma año tras año. La diplomacia internacional está paralizada; la Unión Europea no tiene nada más que una diplomacia decorativa y ridículamente retórica: solo puede actuar el Consejo Europeo, pero en ausencia de una defensa mínima común, no hay brazo armado europeo que pudiera dar un contenido disuasorio a las decisiones europeas; Francia y Reino Unido pueden sin embargo actuar conjuntamente, puesto que su cooperación militar está avanzada.
Sin embargo, nunca dejaremos de repetir que Libia no es Irak. Odiado por Occidente, Sadam Husein había respetado todas las decisiones de la ONU desde 1990; gobernaba con la fuerza un país aplastado por el embargo impuesto por EE UU con la complicidad de las grandes potencias occidentales, pero no tuvo que afrontar una guerra civil, aunque reprimiera brutalmente toda oposición, sobre todo la de los kurdos.
Gadafi es otra cosa: bombardea a los civiles, menosprecia los derechos más elementales de la humanidad amenazando con "provocar un baño de sangre", en caso de que se exprese cualquier solidaridad con el pueblo alzado. Lo peor es que aunque el mundo no haga nada, él masacrará de todas maneras a las poblaciones civiles que se han levantado en su contra. Si gana, a Bengasi le aguarda el destino del campo de exterminio.
Y, sin embargo, podemos actuar. Parece que la idea de una zona de exclusión aérea se ha descartado por razones técnicas. Pero, aun así, existe un consenso relativo para actuar militarmente. El Consejo de las monarquías del Golfo ha dado ya su acuerdo para una intervención que pretende proteger a los civiles. La Liga Árabe, reunida hoy (12-3) en El Cairo, asumirá sus responsabilidades. Queda por convencer a China y a Rusia. No es imposible, si ven que a Gadafi se le acaba el tiempo. Esta intervención es, evidentemente, de carácter defensivo: se trata de proporcionar a los combatientes libios las armas que necesitan y responder a los bombardeos de la aviación libia con acciones puntuales contra sus bases. Ya es hora de acabar con el payaso sanguinario de Trípoli.
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