Rosa María Artal
Equidistán es un país en el que todas las verdades son relativas. No hay absolutamente nada cierto. Al menos para un observador que contemple con cierta frialdad las opiniones vertidas. Todo es uno y su contrario. Yo no mido 178 centímetros y tengo los ojos marrón claro. De hecho, si alguien estima que no sobrepaso el metro cincuenta y mis pupilas son azul eléctrico, nadie le sacará de su convencimiento… erróneo.
Una amiga mía conservadora, y muy aficionada a hablar de política, tiene muy delimitadas las fronteras: la vida se ve según la ideología. Las manifestaciones de los contrarios a la suya, se etiquetan en un lado y se ponen en cuarentena cuando no se rechazan. Y ya está. Las cosas son como ella las ha pensado previamente. Al menos, admite como válida otra forma de verlas. Pero los hechos reales no existen como tales, todos han de ser interpretados.
Desde hace décadas la sociología ha estudiado la percepción selectiva –me fascinó su estudio-. Uno desbroza de la realidad lo que está de acuerdo con su idea y no ve el resto. En un corrillo de periodistas en Huesca el otro día, uno de ellos habló de informes concretos sobre este asunto: “Cuando les presentan los datos auténticos, los rechazan”. También lo he comprobado. Tratas de exprimir tus neuronas para aportar argumentos, cifras, comparaciones y al final te responden: “Ya, pero yo no creo que sea así”. La creencia se ha adueñado de nuestra sociedad. Nada que ver con el pensamiento crítico. Ni con el pensamiento a secas, claro.
En Equidistán muchos grandes medios informativos actúan reforzando el mensaje equidistaní. Habla Zapatero, dice lo contrario Rajoy, y punto, que los datos reales no contaminen el espectáculo. El cliente se surte de la opinión que más le gusta. En los falsos debates (ideados solo para entretener a la audiencia) ocurre lo mismo.
En Equidistán, por tanto, no existe la memoria. Se pierde en la maraña de opiniones cruzadas.
De repente, eso que llaman para darle lustre “las cancillerías” se preguntan “si no habrá que revisar la seguridad de las centrales nucleares”. Señores, que hace un cuarto de siglo justo supimos lo que era un Chernóbil. ¿Se han olvidado? ¿No hay informes en parte alguna? Ah, no, que hay matices que… “relativizan”, no se puede comparar aquello con esto.
Y los medios informativos hablan de “histeria nuclear”, y ya tenemos el “debate” servido: ¿está vd a favor de las nucleares o en contra? ¿Le gusta a Vd más el café solo o con leche?
Los pronucleares echan mano de todo para seguir manteniendo el tinglado. Esto es igual que los aviones, no deja uno de viajar en ellos porque de vez en cuando uno se estrelle (mala suerte). Lo que ocurre es que los cascotes no permanecen miles de años en el suelo como amenaza. Ah, que el CO2 también es malísimo. Sí, casi a diario saludo a Alberto Ruiz Gallardón y Ana Botella a ver si se apiadan de mis pulmones, y barren el manto putrefacto que cubre siempre Madrid por la contaminación de los automóviles. Y quien dice Madrid, pues, ya sabéis, donde queráis. De todos modos, aviados andamos.
¿Qué quiere Vd? informe bien ¿cómo quiere mantener el nivel de progreso sin nucleares? O sin derivados del petróleo, aunque vayan al aire y del aire a nuestro organismo. ¿Café solo o con leche?
Pero ¿de qué progreso me hablan? ¿Eso es progreso?
¿No querrá Vd volver al brasero? Pues no precisamente. Las energías renovables aportaban ya casi el 20% de la producción eléctrica de España. Antes del parón que ordenan las empresas que fabrican nucleares o las petroleras. Ya, pero “yo no creo que esto sea así”. Vale. Té solo o con limón.
El Japón desgraciado, cobaya de las nucleares, pasa por momentos críticos. Y “los mercados”! huyen de la quema hundiendo su bolsa de valores.Quizás si los gobiernos que elegimos como nuestros representantes se ocuparan de los ciudadanos y no estuvieran dedicados a defender a los especuladores privados,las cosas pintaran de otra forma.
Un comentarista de alguna tele norteamericana soltó esta perlita:
“El costo humano aquí parece ser mucho peor que el costo económico y podemos estar agradecidos por ello.”
En el Equidistán en el que vivimos, te dirán que el peligro nuclear en Japón es terrorífico y también que no, que es una minucia. Danzarán ante tus ojos los destellos de los fuegos artificiales para que te distraigas, olvides y aceptes lo que te echen.
Como muchos otros, yo no vivo en Equidistán, lo sufro. Os aseguro que mido 178 cms y tengo los ojos marrón claro. Y que hace más de un cuarto de siglo –más- que sé lo que implica la energía nuclear. En el veinte aniversario de la tragedia ucraniana, unos compañeros de Informe Semanal hicieron este reportaje. Ah, no, que esto es exagerado, ”demagógico”. Ver para creer, ver para no creer. Es que Chernóbil era sovietica. Pero como dice hoy el Washington Post “si en Japón no puede hacer centrales nucleares seguras ¿dónde las harán?” Igual los especuladores y políticos neoliberales le tienen que decretar un “ajuste” de los suyos a la Naturaleza. De momento, el sufrido y disciplinado pueblo japonés me encoje el corazón. Y con razones.
Equidistán es un país en el que todas las verdades son relativas. No hay absolutamente nada cierto. Al menos para un observador que contemple con cierta frialdad las opiniones vertidas. Todo es uno y su contrario. Yo no mido 178 centímetros y tengo los ojos marrón claro. De hecho, si alguien estima que no sobrepaso el metro cincuenta y mis pupilas son azul eléctrico, nadie le sacará de su convencimiento… erróneo.
Una amiga mía conservadora, y muy aficionada a hablar de política, tiene muy delimitadas las fronteras: la vida se ve según la ideología. Las manifestaciones de los contrarios a la suya, se etiquetan en un lado y se ponen en cuarentena cuando no se rechazan. Y ya está. Las cosas son como ella las ha pensado previamente. Al menos, admite como válida otra forma de verlas. Pero los hechos reales no existen como tales, todos han de ser interpretados.
Desde hace décadas la sociología ha estudiado la percepción selectiva –me fascinó su estudio-. Uno desbroza de la realidad lo que está de acuerdo con su idea y no ve el resto. En un corrillo de periodistas en Huesca el otro día, uno de ellos habló de informes concretos sobre este asunto: “Cuando les presentan los datos auténticos, los rechazan”. También lo he comprobado. Tratas de exprimir tus neuronas para aportar argumentos, cifras, comparaciones y al final te responden: “Ya, pero yo no creo que sea así”. La creencia se ha adueñado de nuestra sociedad. Nada que ver con el pensamiento crítico. Ni con el pensamiento a secas, claro.
En Equidistán muchos grandes medios informativos actúan reforzando el mensaje equidistaní. Habla Zapatero, dice lo contrario Rajoy, y punto, que los datos reales no contaminen el espectáculo. El cliente se surte de la opinión que más le gusta. En los falsos debates (ideados solo para entretener a la audiencia) ocurre lo mismo.
En Equidistán, por tanto, no existe la memoria. Se pierde en la maraña de opiniones cruzadas.
De repente, eso que llaman para darle lustre “las cancillerías” se preguntan “si no habrá que revisar la seguridad de las centrales nucleares”. Señores, que hace un cuarto de siglo justo supimos lo que era un Chernóbil. ¿Se han olvidado? ¿No hay informes en parte alguna? Ah, no, que hay matices que… “relativizan”, no se puede comparar aquello con esto.
Y los medios informativos hablan de “histeria nuclear”, y ya tenemos el “debate” servido: ¿está vd a favor de las nucleares o en contra? ¿Le gusta a Vd más el café solo o con leche?
Los pronucleares echan mano de todo para seguir manteniendo el tinglado. Esto es igual que los aviones, no deja uno de viajar en ellos porque de vez en cuando uno se estrelle (mala suerte). Lo que ocurre es que los cascotes no permanecen miles de años en el suelo como amenaza. Ah, que el CO2 también es malísimo. Sí, casi a diario saludo a Alberto Ruiz Gallardón y Ana Botella a ver si se apiadan de mis pulmones, y barren el manto putrefacto que cubre siempre Madrid por la contaminación de los automóviles. Y quien dice Madrid, pues, ya sabéis, donde queráis. De todos modos, aviados andamos.
¿Qué quiere Vd? informe bien ¿cómo quiere mantener el nivel de progreso sin nucleares? O sin derivados del petróleo, aunque vayan al aire y del aire a nuestro organismo. ¿Café solo o con leche?
Pero ¿de qué progreso me hablan? ¿Eso es progreso?
¿No querrá Vd volver al brasero? Pues no precisamente. Las energías renovables aportaban ya casi el 20% de la producción eléctrica de España. Antes del parón que ordenan las empresas que fabrican nucleares o las petroleras. Ya, pero “yo no creo que esto sea así”. Vale. Té solo o con limón.
El Japón desgraciado, cobaya de las nucleares, pasa por momentos críticos. Y “los mercados”! huyen de la quema hundiendo su bolsa de valores.Quizás si los gobiernos que elegimos como nuestros representantes se ocuparan de los ciudadanos y no estuvieran dedicados a defender a los especuladores privados,las cosas pintaran de otra forma.
Un comentarista de alguna tele norteamericana soltó esta perlita:
“El costo humano aquí parece ser mucho peor que el costo económico y podemos estar agradecidos por ello.”
En el Equidistán en el que vivimos, te dirán que el peligro nuclear en Japón es terrorífico y también que no, que es una minucia. Danzarán ante tus ojos los destellos de los fuegos artificiales para que te distraigas, olvides y aceptes lo que te echen.
Como muchos otros, yo no vivo en Equidistán, lo sufro. Os aseguro que mido 178 cms y tengo los ojos marrón claro. Y que hace más de un cuarto de siglo –más- que sé lo que implica la energía nuclear. En el veinte aniversario de la tragedia ucraniana, unos compañeros de Informe Semanal hicieron este reportaje. Ah, no, que esto es exagerado, ”demagógico”. Ver para creer, ver para no creer. Es que Chernóbil era sovietica. Pero como dice hoy el Washington Post “si en Japón no puede hacer centrales nucleares seguras ¿dónde las harán?” Igual los especuladores y políticos neoliberales le tienen que decretar un “ajuste” de los suyos a la Naturaleza. De momento, el sufrido y disciplinado pueblo japonés me encoje el corazón. Y con razones.
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