Ruth Toledano, en 'El País'
"¿Qué desean las mujeres?", se preguntaba Freud, es de suponer que dando una chupada a su sempiterno puro y clavando su pupila en tu pupila azul. Su pregunta era la respuesta no hallada a la presunta frigidez de la princesa Marie Bonaparte, psicoanalista y mecenas del vienés de adopción. Quizás el gran Sigmund no hallaba respuesta porque cuando se hacía esa pregunta, allá por las dos primeras décadas del siglo XX, la estadística aún no se consideraba una ciencia independiente, sino subordinada a las matemáticas, ni era frecuente su uso como herramienta sociológica.
Dado que ahora la estadística es casi un arma cargada de futuro, una de las respuestas inmediatas a semejante pregunta podría ser: lo que las mujeres desean es no cobrar un 22,6% menos que los hombres. Si bien es cierto que la princesa Marie era rica, lo que nos inclinaría a pensar que entre los deseos de una mujer y su capacidad adquisitiva no puede establecerse relación alguna, tiendo a creer que lo que le sobraba en dinero a la princesa también debía de sobrarle en inteligencia, y que es probable que ambos superávits la llevaran, por ejemplo, a fundar en 1927 la Revista Francesa de Psicoanálisis, huyendo así del destino de salón al que le abocaba su doble condición de mujer y aristócrata. Por aquel entonces, las mujeres españolas trataban de superar las cifras de analfabetismo, que se acercaban al 25%, contribuyendo "a la redención social del bello sexo", como literalmente habían pretendido en el último cuarto del siglo XIX revistas del tipo La Ilustración de la Mujer, que se editaba en Barcelona, o Flores y Perlas, que se publicaba en Madrid, donde, además de consejos de tocador, veían impresos sus escritos las pocas mujeres capacitadas para escribir (las que habían recibido la formación necesaria para hacerlo, puesto que el 80% de las mujeres estaban por aquel entonces sin alfabetizar) y que se atrevían a poner en práctica su voz.
En esta primera década del siglo XXI, dictadura franquista y Sección Femenina mediante, se matriculan en las universidades españolas 120.000 mujeres más que hombres y son mujeres un 61% del alumnado que completa sus estudios. Sin embargo, es curioso (aunque podríamos decir sospechoso, por no decir insultante) que solo un 13% de las cátedras universitarias estén ocupadas por mujeres. Estas cifras están en sintonía con las publicadas en el Informe de igualdad salarial de UGT, donde encontramos esa escalofriante cifra del 22,6% menos de salario de las mujeres madrileñas respecto al de los hombres. Nuria Manzano, responsable de Igualdad del mencionado sindicado, advierte también de que en 2010 han aumentado las empresas que no cuentan con mujeres en sus Consejos de Administración, empresas que suponen la friolera (¿frigidez?) del 66,14%. Cifra que añadimos a esta otra: una mujer tiene que trabajar 418 días para cobrar lo mismo que un hombre en 365,53 días. En consecuencia, esta discriminación se extenderá a la prestación por desempleo, un 17,8% menor la que reciben las mujeres respecto a la de los hombres, y a las pensiones, que serán un 34,56% menos para las mujeres.
Lo anteriormente expuesto se denomina, con esa frigidez que soporta a veces el lenguaje, brecha salarial. Pero ¿se puede decir que la estadística es fría?, ¿qué sentimos cuando leemos estas cifras? Si yo fuera un hombre, sentiría vergüenza. Un hombre decente, claro. Como soy mujer (decente o no), siento indignación. Envidia de pene, no, amigo Sigmund: envidia de nómina. Y la convicción de que las políticas de igualdad, impulsadas por un feminismo que no debe sucumbir al desprecio de lo que Amparo Rubiales denomina "neomachismo", son imprescindibles. Porque el machismo, nos advierte, temeroso en la defensa de sus posiciones de poder, urde "nuevas trampas" en su resistencia a la lenta y dificultosa incorporación de las mujeres al ámbito de lo público. Esa llamada brecha salarial es una de esas trampas, pues aboca a las mujeres a cuestionar su alejamiento del ámbito doméstico: total, me quedo en casa, para lo que me luce. Y a este paso, taconcito a taconcito, se tenderá a una involución, plasmada en la recreación, como nos advierte la concejal socialista Ángeles Álvarez, de "las normas y estrategias coercitivas que impone el modelo social androcéntrico".
¿Qué podemos hacer las mujeres? ¿Qué pueden hacer también los hombres decentes? Denunciar, allá donde se produzca, la vulneración del derecho a la igualdad de salario y las discriminaciones laborales que sufren las mujeres, exigir transparencia en las remuneraciones, señalar a los consejos de dirección que no incorporan mujeres: estas serán las flores y perlas que redimirán socialmente a nuestro sexo. Les parezca a los neomachistas bello o no.
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