Santiago Niño Becerra, en 'La carta de la bolsa'
Está a empezando a desarrollarse un fenómeno extraño, preocupante por lo que supone, inquietante por el lugar al que conduce. Comenzó con los empleados públicos –‘esos gorrones que se quejan de todo porque saben que no les pueden echar’-, pero se está extendiendo a toda aquella persona que cuenta con un empleo. Hace unos días una lectora me remitió un mail; me contaba sobre la situación que estaba viviendo una amiga suya, trabajadora de una empresa que había suspendido su actividad no de demasiadas buenas maneras.
“Sí, es como si no tuvieran a nadie a quien acudir: empresa, administración, sindicatos, abogados ... aún se han puesto de acuerdo unos cuantos para que les asesore un bufete ... pero la mayoría están perdidos, sin cobrar hasta dentro de unos meses el paro y con deudas (hipotecas, alquileres, hijos, etc.) y buscando recolocarse en alguna empresa del sector pero que ha de ser con base en (nombre de diversas ciudades europeas). Muchos no han trabajado nunca en nada más que en (nombre de la compañía en que trabajaba su amiga): acabaron el bachillerato, se fueron Inglaterra a aprender inglés y volvieron por allá el 2000 para entrar a trabajar ahí. Aún mi amiga había trabajado en otros ámbitos de turismo: hoteles, agencias de viajes, aprendió más idiomas y ahora estudió en (nombre de una universidad española) la licenciatura de (nombre de una titulación en temas comerciales) ...”
Este mail me hizo pensar. La demanda de trabajo es la que es y es decreciente, luego quien tiene trabajo, cualquier trabajo, es fácil etiquetarlo de privilegiado. De hecho es como si se estuviese demonizando el trabajo desde la perspectiva de quien lo tiene: quien lo tiene es alguien que, como es un privilegiado, tiene que aceptar lo que sea sin rechistar lo más mínimo. Tiene que aceptar reducciones salariales, cambios de horario, de emplazamiento de su lugar de trabajo, incluso tiene que aceptar que le echen, porque tiene trabajo. Es un fenómeno que empezó en el 2010 con los empleados públicos pero que ahora se está extendiendo al resto de la población ocupada. Da igual a lo que se dediquen, cual sea su profesión, es indiferente lo que hagan: tienen trabajo, luego tienen que tragar con lo que sea.
Ojo con eso porque se está creando la demonización de quien tiene trabajo, y en eso tiene mucha culpa el Gobierno por cómo ha vendido la Reforma Laboral. La RL, dijo el Presidente del Gobierno, era justa, pero no ha explicado en ningún momento en que artículo del Decreto Ley se esconde la justicia de la reforma.
También dijo el Gobierno que beneficiaba al parado, y no es cierto, la RL precarizará el empleo, abaratará el trabajo, facilitará el despido, beneficiará sobre todo a las grandes y muy grandes compañías para que reduzcan sus costes laborales, pero no beneficiará al parado porque una empresa contrata a quienes necesita y hoy existe un exceso de capacidad productiva y un exceso de población activa, por ello el desempleo aumentará y los costes laborales decrecerán.
En lo que sí ha sido muy inteligente el Gobierno ha sido en camuflar la reforma: ‘Desempleadas y desempleados de España vamos a poner en marcha una legislación que os acabará beneficiando porque ahora vosotras y vosotros no tenéis trabajo y otras y otros sí, luego …’; y la oposición, como pasa con todas las oposiciones cuando ha de pasar, no ha dicho nada en absoluto.
Aquí han leído Uds. que esta RL tendía al ‘Yo, ¡por menos!’, pero en realidad es peor porque en 1850 no se anatemizaba a quienes tenían trabajo, y ahora, pienso, vamos por ese camino. Mal asunto. Malo pero que muy malo.
(El corolario a esto, claro, es el evolución del paro: inevitablemente creciente porque cada vez se necesita menos factor trabajo: es la decimoséptima vez que lo recomiendo: ‘El fin del trabajo?, de Jeremy Rifkin. Y más en España por lo que ya hemos comentado. Esto nos lleva a una pregunta: ¿es políticamente asumible una tasa de paro del 27%, o del 30%, o de más?; evidentemente, por mucho que se quiera mirar para otro lado, por muy darwinista que se vuelva todo el mundo, por mucho que aumente la represión policial, aunque se reduzca la importancia de los políticos, la respuesta es negativa. Entonces la única opción es cambiar la definición de ‘población desocupada’.
Veamos. La población desempleada es la que es, en estos momentos en España supera los 5,3 millones de personas; bien, de estos, una parte estarán trabajando en la economía sumergida, de forma precaria y subremunerados, pero trabajando; otros, por su preparación y conocimientos, son susceptibles de ser empleados, no ahora, claro, ni tampoco a tiempo completo, ni con un contrato indefinido y con remuneraciones bajas, pero si empleados de alguna manera; finalmente quedan aquellos que por edad, cualificación, imposibilidades físicas y/o intelectuales, es imposible que puedan ser ocupados en modo alguno. Finalmente estarían los inmigrantes desempleados y no ocupables.
Si a los que están trabajando en negro se les legaliza y a la empresa se le permite seguir así transitoriamente con una especie de cuenta corriente en la que vaya pagando lo que pueda cuando pueda, ya se puede descontar de la lista a unas cuantas personas desempleadas. Si a los de-alguna-manera-y-alguna-vez empleables se les engloba en un grupo que podría denominarse algo así como ‘Población activa en espera de ocupación’ y se les obliga a aceptar un empleo en Laponia o donde haga falta so pena de ser fusilados al amanecer, también se reduce el número de desempleados. Si a los inmigrantes desempleados y no ocupables se les invita a que regresen a sus países, se experimenta una nueva reducción. Y lo que quedaría seria un grupo al que, con una conveniente sintaxis político-jurídica, podría denominarse verdadera población desempleada.
Sería una tasa menor que el desempleo estructural, pero faltaría añadir personas que, aun empleables, jamás lo serán porque no podrán cubrir las necesidades que se irán requeriendo a población activa. Y llegaríamos a esa tasa de paro estructural de entre el 12% y el 18% con valores medios de entre el 14% y el 16% de la que ya se está hablando para la economía española para ‘después de la crisis’.
En una situación así, por muy legal que sea la marihuana y por mucho entretenimiento que se emita por TV, quienes desempeñen profesiones de alto valor serán auténticos aristócratas. Por cierto, ¿recuerdan qué significa esa palabra en griego?.
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