"EL PROBLEMA ES LA EXCESIVA RIQUEZA, LA QUE SE PRODUCE A COSTA DE OTROS"

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Javier Pagola entrevista a Ángel Gabilondo, en 'alandar.org'

Ángel Gabilondo, ex ministro de educación, es catedrático de metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid, autor de libros y del blog El salto del Ángel. Abrió el curso en el Foro Gogoa, con una charla sobre La Educación hoy: desafíos de equidad, calidad y diversidad.

¿Al hablar sobre educación en quiénes piensa usted ante todo?

Estamos viviendo una crisis de modelos políticos y de valores. En el mundo hay mucha miseria, ignorancia, dolor, soledad, pobreza y sufrimiento. Pienso en las personas en mayor necesidad, las más vulnerables, las más pequeñas, las más solas, las que están en paro; pienso en quienes tienen menos oportunidades, horizontes y posibilidades. Creo que la cultura y la educación combaten la miseria y la ignorancia del mundo. Quienes no queremos que se produzca un modelo depredador y a corto plazo, vivimos por y para la educación. Y ponemos en primer plano a los más débiles.

¿Por qué reclama con tanta insistencia la palabra?

Hemos perdido muchas cosas, pero lo más grave sería perder la palabra, que nos hace vivir y nos humaniza. La mayor pobreza es la falta de palabra. No habrá ninguna reforma del sistema educativo, ni transformación de la sociedad, ni desarrollo personal, sin entrenamiento en el amor a la palabra. Quien es descuidado con la palabra lo es también con el cuidado de sí mismo.

¿En qué consiste ser educado?

Ser educado es vivir en verdad. La mentira no es decir lo contrario de lo que uno piensa. La mentira es vivir lo contrario de lo que uno dice. Porque nuestro verdadero decir es nuestro obrar, nuestra forma de vida. Hay quienes piensan que solo es contagiosa la enfermedad. Pero también son contagiosas la salud y la educación y eso lo experimenta quien está cerca de personas que conocen y saben vivir. Un buen profesor sabe que su forma de hablar y todos sus gestos son educativos. Y también sabe que no se educa solo en horario escolar.

¿Los jóvenes de hoy son educados?

Eso de hablar mal de los jóvenes se ha dado en todas las épocas. Séneca decía “los jóvenes de hoy no respetan a la autoridad” y Sócrates, “los jóvenes ¡cruzan las piernas!” Antes de decir que “los jóvenes de hoy no tienen valores” deberíamos preguntarnos: “y nosotros, los mayores, ¿qué tal andamos de valores?”. Hemos puesto como fundamentales los honores, los poderes, la riqueza, el éxito fácil, el ganar a cualquier precio, el dominio y la aniquilación del otro, la competitividad sin colaboración ni cooperación. Esos son valores sociales aceptados con toda naturalidad. Y sucede que los valores son contagiosos.

¿Ha progresado nuestro país en educación?

Es buena cosa, al pensar en nuestro país, al que tanto queremos, recordar de dónde venimos. Y agradecer a tantas personas que han luchado por la educación y han dado su vida por ella. ¿Recordamos que, en 1978, más del veinte por ciento de la población era prácticamente analfabeto? Es verdad que hay miserias y problemas en la herencia recibida, pero tenemos que ser generosos al juzgar y apreciar los esfuerzos de las generaciones anteriores. Y el mejor legado que nosotros podemos dejar a quienes queremos de verdad es la educación. El conocimiento es el mayor regalo que uno recibe en la vida y sin conocimiento no hay libertad. Nada esclaviza más que la privación de conocimiento y la mayor de las exclusiones es la exclusión de la educación. La educación es el mayor bien, el que verdaderamente generará una vida digna. Pero la humanidad está también formada por quienes están por venir y por eso hay que introducir el futuro en nuestras decisiones. A los políticos hay que decirles: “No pensemos tanto en las elecciones, pensemos más en las generaciones”.

¿Qué representa la educación en la vida del país?

La Educación es la mejor política social. Garantiza la libertad y la igualdad. La escuela es un lugar de convivencia donde se aprende a respetar la diferencia, sin diferencia de derechos. La educación es también la mejor política económica y creo que, sin ciencia, sin investigación e innovación nuestro país no podrá salir de la honda crisis. Sin educación no puede haber democracia. Pero nuestro país depende de todo lo que cada uno hagamos. No haremos nada por la educación si a la vez no nos cultivamos a nosotros mismos. A menudo no sabemos aprovechar las posibilidades que tenemos. Educar es también autoeducarse, luchar por sacar lo mejor que hay dentro de nosotros. Y trabajar en común, cooperando.

Ahora, ¿hablamos más de economía que de educación?

La economía es una ciencia social abierta a nuestras decisiones. Le preguntaron a Kant: ¿Usted cree que el mundo va mejor? Y él respondió: “Eso depende de lo que hagamos”. Es una respuesta que vale para nosotros. Hay que poner la educación en el corazón de la sociedad y la economía. No son deseables una economía que solo busca personas talentosas para que sean rentables, ni una educación que solo pretende formar dóciles empleados. Tampoco hay que hacer depender del “talento medido” el itinerario que una persona ha de seguir en la vida. Pero, evidentemente, se puede desarrollar mejor el talento y podemos todos mejorar en inteligencia social.

A la vista del reciente informe de la OCDE hay quien insiste en el esfuerzo de los escolares.

Repito lo que ya dije un día: “A veces nos quieren dar lecciones de esfuerzo los expertos en palos de golf”. Los que procedemos de familias humildes recordamos el esfuerzo que hicieron nuestros padres y sabemos el esfuerzo que nos ha costado a nosotros llegar a ser personas honestas y competentes. Que no nos roben las palabras. Es indispensable luchar en la vida, para salir de la pobreza. Pero el problema es la excesiva riqueza, la que se produce a costa de otros. El horizonte no puede ser la pobreza, sino la riqueza compartida. En nuestro país hay mucha moralina y poca ética. La ética es el compromiso social creador de espacios de justicia y de libertad.

En 35 años ha habido ya siete leyes de educación. Siendo usted ministro estuvimos a punto de alcanzar el necesario pacto escolar. ¿Qué lo impidió?

Ese activismo legislativo es un tema hondo: ¿qué nos pasa como país? Aquí no pasa como en Finlandia, que tienen un marco educativo establecido hace veinticinco años y llevan diez evaluándolo. No sabemos en qué curso está nuestro hijo; un humorista me dijo el otro día “está en tercero de la LOMCE”. Claro que el asunto no es para bromas. Es legítimo que quien gobierna dé algunas determinadas normas, pero debemos alcanzar un consenso. Confundimos el Estado con el Gobierno o con el ministro de educación. Y, sin embargo, nadie podrá transformar el sistema educativo sin contar con todos sus agentes. Con mucho esfuerzo, durante nuestro mandato, teníamos 154 puntos ya acordados y, dejando aparcados sin hacer casus belli de algunos temas que nos dividían y que se podían aplazar, pudimos haber logrado el “Pacto Social y Político para la Educación”. Pero esos acuerdos deben alcanzarse en la primera fase de la legislatura, no cuando empiezan las encuestas y se prevé una mayoría absoluta. Hubo también interferencias no políticas. Hay un afán por conformar conciencias más que por fomentar la autonomía de las personas.

¿Hasta dónde persiste el problema religioso en España?

Constato que en nuestro país hay demasiados clericales y anticlericales y muy poco laicismo, que es el respeto para las diferentes creencias y posiciones de los otros. Claro que hay clérigos muy abiertos y tolerantes, como hay anticlericales que se creen laicos.

¿Es posible avanzar juntos?

El pacto es el único camino y más en una España de las autonomías. Y eso se logra con la intervención de todos en los procesos de elaboración de acuerdos. El acuerdo es muy difícil políticamente y la ciudadanía lo tendrá que reclamar y hacer valer socialmente. Pero, en general y en cualquier ámbito, no solo en el educativo, en nuestro país cuesta mucho alcanzar acuerdos. Falta voluntad de acordar; hay mucha gente que acude a las citas sospechando de las personas con las que se va a reunir. No soportamos a quienes piensan de modo distinto, les descalificamos y marginamos de manera constante. Eso se combate con más educación. Yo propongo a todos un ejercicio: que todos los días hablemos bien de alguien, siquiera un ratito.

¿Se puede reformar la vida política?

Claro que sí. Es necesaria una nueva ley de partidos. Pero hay dos cosas que hacen difícil un correcto ejercicio de la política. El reglamento del Congreso -que es decimonónico y muy rígido- y el formato de los “debates” en los medios de comunicación. No se producen verdaderos debates, cargados de datos y razones, sino algarabía de voces que hablan todas a la vez sin escucharse, confrontación y descalificación constante. En nuestro país hay cierta paz política hasta que algún grupo hace una propuesta, a la que, enseguida, los demás suelen oponerse por sistema. La educación tiene que enseñarnos a escuchar a los demás y a debatir con argumentos.

¿Cuáles son las claves de la educación?

Conocimientos, competencias y valores deben ir de la mano, en equilibrio. El conocimiento no es patrimonio particular de nadie, nos pertenece a todos y a todas. Hay cosas que solo se tienen si se dan. El conocimiento, igual que pasa con el amor, solo se tiene cuando se da, cuando se pone en circulación. Y, para mejorar y ampliar el conocimiento, debemos despertar la curiosidad, que consiste en imaginar que las cosas pueden ser de otra manera distinta a como son. El buen maestro no es el que dice “hazlo como yo”, sino el que dice “hazlo conmigo”. El sueño de un buen educador es arrancar a alguien del limitado horizonte en donde se encuentra, para ir con él a otro sitio. Es mejor perder con alguien que ganar solo. La vinculación con el bien común, liberándonos del individualismo, es una de las tareas fundamentales de la educación.

¿Cómo entiende usted la calidad de la educación?

Yo estoy a favor de la calidad, de la excelencia. Pero no estoy de acuerdo con vincular la calidad únicamente a los resultados. La calidad es una buena relación entre los objetivos, los medios, las medidas, los recursos y los resultados. Según en qué contextos puede ser calidad obtener resultados distintos. La calidad sin equidad es elitismo y discriminación. Más que el abandono y el fracaso escolar, me preocupa un sistema educativo que abandona a los escolares en su camino. Nuestro país es refractario a los ideales de la ilustración: libertad, igualdad, fraternidad. Tenemos que convencernos de que todos somos iguales y debemos ser más fraternos porque, como decía Kant, “Ningún ser humano es un medio, cada ser humano es un fin en sí mismo”. Decir esto no es adoptar una posición banderiza. Todos somos imprescindibles, insustituibles, cada uno con su diversidad y, como dice René Char, “tenemos derecho a desarrollar nuestras legítimas rarezas”.

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