Juan Somavia, Jens Stoltenberg y Dominique Strauss-Kahn, en 'El País'
La crisis financiera mundial ha acarreado muchos costes para la economía mundial, ninguno más penoso que el impacto en las decenas de millones de trabajadores que quedaron sin empleo. Alrededor de 210 millones de personas se encuentran en esa situación, el nivel de desempleo oficial más alto de la historia. Las cicatrices de esta aflicción laboral tardarán mucho en desaparecer.
Tres cuartas partes del aumento del desempleo ocurrió en las economías avanzadas, y el resto en los mercados emergentes. En los países en desarrollo creció la economía sumergida, con la consecuencia de que alrededor de 1.200 millones de personas aún no pueden ganar lo suficiente como para mantenerse, junto con sus familias, por encima del nivel de la pobreza. La crisis laboral golpeó con especial dureza a los jóvenes, cuya tasa de desempleo es muy superior a la de la población de más edad. Las recesiones pasadas nos enseñan que el coste para toda persona que se queda sin empleo puede ser una pérdida persistente de ingresos, una esperanza de vida más corta y un nivel educativo más bajo para sus hijos.
Asimismo, hay otro impacto fundamental: el desempleo probablemente influirá en las actitudes, agudizando las tensiones y erosionando la cohesión social, un coste que recae en la sociedad entera.
¿Qué hacer frente a esta crisis? El Gobierno de Noruega, el FMI y la OIT organizan una importante conferencia que se celebra mañana en Oslo, y que consiste en promover la reflexión sobre las políticas capaces de amortiguar mejor los costes humanos del desempleo y generar un crecimiento vigoroso, sostenible y equilibrado.
No hay soluciones fáciles. Pero podemos aprender de las lecciones del pasado y de las prácticas óptimas del presente, como lo ilustra el Pacto Mundial para el Empleo de la OIT, que recibió el respaldo del Grupo de los Veinte (G-20, que reúne a países avanzados y países emergentes) y de otras organizaciones.
La experiencia muestra que la respuesta de las políticas gira en torno a tres elementos fundamentales.
Primero, la recuperación de la demanda agregada es la mejor cura para el desempleo. Durante la crisis, muchos países se apresuraron a recortar los tipos de interés y proporcionar estímulo fiscal. Estas medidas, que se destacaron por su coherencia y armonización a escala internacional, contribuyeron a impedir que la recesión se transformara en una depresión, y a que se perdieran aún más empleos. Ahora, incluso en un momento en que muchas economías avanzadas se enfrentan a la necesidad de estabilizar o reducir niveles muy elevados de endeudamiento público, es vital que lo hagan de una manera que sea justa, que esté adaptada a las circunstancias de cada país y que no perjudique el crecimiento ni el empleo.
Segundo, hay programas focalizados que pueden ponerse en marcha para ayudar a quienes buscan empleo y aliviar las penurias en los mercados de trabajo. Algunos Gobiernos ampliaron los servicios de colocación laboral y los programas de perfeccionamiento profesional y búsqueda de empleo. Otros implementaron políticas que permiten a las empresas retener personal y recortar al mismo tiempo los salarios y las horas de trabajo, distribuyendo así con más uniformidad la carga que representa la desaceleración. Otro de los pasos que pueden dar los Gobiernos es prorrogar las prestaciones por desempleo y vincularlas a una capacitación y una búsqueda ininterrumpida de trabajo.
Y tercero, hay maneras de acelerar la recuperación del empleo. En particular, se pueden focalizar los subsidios en los grupos más vulnerables a la desocupación, como los jóvenes y las personas que llevan mucho tiempo desempleadas. Algunos países de mercados emergentes como China, India, Brasil y Sudáfrica están tendiendo bases de protección social para reducir la pobreza, mejorar el poder adquisitivo y estimular así la creación de puestos de trabajo.
Estos elementos representan una combinación de políticas que ya ha sido utilizada y que continuará utilizándose, con un énfasis diferente en cada país. Pero con 45 millones de personas que se suman a la fuerza laboral mundial año tras año, los problemas exacerbados por la crisis no desaparecerán sin un esfuerzo más focalizado y sostenido. Esa es la razón por la cual nos reunimos en Oslo.
Las razones económicas están claras, pero lo acontecido la última vez que el mundo se enfrentó a una crisis de desempleo de esta magnitud -los años treinta- es un vivo recordatorio de implicaciones potencialmente más amplias. La pérdida de empleo significa una pérdida de fe en las instituciones públicas y privadas, e incluso un peligro para la democracia. Hay peligro de que se quebrante el orden social. Es un peligro para la paz.
No nos engañemos: una recuperación económica que no produce oportunidades de empleo no significará nada para la mayoría de la gente. Debemos actuar juntos ya para hacer frente a la crisis laboral.
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