TRUCO DE MAGIA

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Cómo transformar deuda privada en deuda pùblica

LA POBREZA DE LA DEMOCRACIA BRASILERA

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Leonardo Boff

El tiempo de campaña electoral ofrece la ocasión para hacer reflexiones críticas sobre el tipo de democracia que predomina entre nosotros. Es prueba de democracia el hecho de que más de cien millones de ciudadanos tengan que ir a las urnas para escoger a sus candidatos. Pero eso todavía no dice nada sobre la calidad de nuestra democracia. Ella es de una pobreza espantosa o, en un lenguaje más suave, una «democracia de baja intensidad» en la expresión del sociólogo portugués Boaventura de Souza Santos. ¿Por qué es pobre? Me valgo de las palabras de Pedro Demo, de Brasilia, una cabeza brillante que, por su vasta obra, merecería ser más oída. En su Introdução à sociologia (2002) dice enfáticamente: «Nuestra democracia es escenificación nacional de hipocresía refinada, repleta de leyes ‘bonitas’, pero hechas siempre, en última instancia, por la élite dominante para que la sirva de principio a fin. Los políticos son gente que se caracteriza por ganar mucho, trabajar poco, hacer negocios, emplear a parientes y apaniguados, enriquecerse a costa de las arcas públicas y entrar en el mercado por arriba… Si ligásemos democracia con justicia social, nuestra democracia sería su propia negación» (p.330.333).

Esta descripción no es una caricatura, salvo pocas excepciones. Es lo que se constata día a día y puede ser visto por la TV y leído en los periódicos: escándalos de la depredación de los bienes públicos con cifras que ascienden a millones y millones. La impunidad avanza porque el crimen es cosa de pobres; el asalto criminal a los recursos públicos es habilidad y ‘privilegio’ de quien llegó allí, a la fuente del poder. Se entiende porqué, en un contexto capitalista como el nuestro, la democracia atiende primero a los que están en la opulencia o tienen capacidad de presión y sólo después piensa en la población, atendida con políticas pobres. Los corruptos acaban por corromper también a muchos del pueblo. Bien observó Capistrano de Abreu en una carta de l924: «Ningún método de gobierno puede servir, tratándose de gente tan visceralmente corrupta como la nuestra».

En nuestra democracia, el pueblo no se siente representado por los elegidos; después de unos meses ni se acuerda de por quien votó. Por eso no está habituado a acompañarlo ni a reclamarle nada. Además de la pobreza material está condenado a la pobreza política, mantenida por las élites. Pobreza política es que el pobre no sepa las razones de su pobreza, y creer que los problemas de los pobres pueden ser resueltos sin los pobres, sólo por el asistencialismo estatal o por el clientelismo populista. Con esto se aborta el potencial movilizador del pueblo organizado que puede exigir cambios, temidos por la clase política, y reclamar políticas públicas que atiendan a sus demandas y derechos.

Pero seamos justos. Después de las dictaduras militares, han surgido en toda América Latina democracias de cuño social y popular que vienen de abajo y por eso hacen políticas para los de abajo, elevando su nivel.La macroeconomía capitalista continúa, pero tiene que negociar. La red de movimientos sociales, especialmente el MST, ponen al Estado bajo presión y bajo control, dando señales de que la democracia puede mejorar. Veo dos puntos básicos a ser conquistados: primero, la propuesta de Boaventura de Souza Santos de forjar una «democracia sin fin» en todos los campos, especialmente en la economía, pues en ella se instaló la dictadura de los que mandan. Aquella es más que delegaticia, es un movimiento abierto de participación, la más amplia posible.

El segundo es una idea que defiendo hace años: la democracia no puede ser antropocéntrica, pensando solamente en los humanos como si viviésemos en las nubes y solos, sin darnos cuenta de que comemos, bebemos, respiramos y estamos sumergidos en la naturaleza de la cual dependemos. Hay que articular los dos contratos, el social y el natural; incluir la naturaleza, las aguas, los bosques, los suelos, los animales como nuevos ciudadanos que tienen derecho a existir con nosotros, especialmente los derechos de la Madre Tierra. Se trata entonces de una democracia sociocósmica, en la cual los seres humanos conviven con los demás seres, incluyéndolos y no haciéndoles daño. El PT de Acre nos mostró que eso es posible al articular ciudadanía con florestanía, es decir, la selva respetada e incluida en el vivir bien de los pueblos de la selva.

¿Utopía? Sí, en su mejor sentido, mostrando el rumbo hacia el que debemos caminar de aquí en adelante, dados los cambios ocurridos en el planeta y en el encuentro inevitable de los pueblos.

EL FIN DEL NEOLIBERALISMO

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"No tuvimos elección: era socialismo o muerte". © Chappatte en "NZZ am Sonntag" (Zurich)

Samuel, en Quilombo

Desde la última debacle en Wall Street muchos ironizan sobre el hecho de que en el paraíso del libre mercado se haya producido una intervención masiva del gobierno estadounidense para evitar el colapso del sistema financiero. Buena parte de lo que se ha escrito muestra dos cosas: la pervivencia de un mito muy arraigado pero falso, que el capital es hostil al Estado; y una confusión enorme en el uso de conceptos como capitalismo, liberalismo o mercado.

En realidad, el capitalismo nunca hubiera podido desarrollarse sin la paralela formación del Estado moderno. Si el mercado y el comercio es común a casi todas las sociedades humanas desde hace mucho tiempo, la obsesión por acumular capital indefinidamente extrayendo valor del trabajo colectivo es reciente y data de unos pocos siglos, y en esta tarea el apoyo gubernamental ha sido fundamental. El mercado, en la versión idealizada de los liberales que han leído a Adam Smith como les ha parecido, es enemigo del beneficio. Los empresarios quieren un mercado donde vender sus productos, pero nunca que éste sea enteramente libre, es decir, que cualquiera pueda entrar a competir por una parte del pastel. Siguiendo el adagio conservador, libertad sí, pero sin libertinaje.

La mejor manera de posicionarse en un mercado es disponiendo de algún privilegio o ventaja en comparación con sus competidores, y el papel del Estado es decisivo. De ahí la importancia de la intervención estatal no ya en la regulación del mercado sino en la propia configuración del mismo, incluyendo la definición y defensa del derecho de propiedad (al fin y al cabo el mercado es una creación jurídica, y el Estado moderno además de apropiarse del uso de la violencia también se arrogó el monopolio de la producción de derecho). Del Estado depende la creación de monopolios o, más frecuentemente, de oligopolios o cuasi-monopolios. Un ejemplo de actualidad es el privilegio cuasi-monopólico que otorga las patentes.

El papel del Estado en su versión keynesiana (Estado del bienestar) también ha sido decisivo en la consolidación del sistema salarial y del mercado laboral, remunerando el trabajo de manera indirecta y aliviando la coerción salarial mediante prestaciones sociales como la gratuidad de la educación o de la sanidad. Beneficiando de paso al empresario (externalidades positivas), lo que facilitó la generalización progresiva del sistema salarial según una dinámica basada inicialmente en la hegemonía del empleo masculino, del obrero de la gran industria que aseguraba mediante su salario (directo e indirecto) la reproducción de la familia.

El neoliberalismo es otra cosa. Es la ideología que justificó la contrarrevolución monetarista iniciada en 1979-1982, del mismo modo que el keynesianismo fue la corriente de pensamiento económico que permitió consolidar el capitalismo industrial fordista.

El objetivo de la contrarrevolución neliberal fue contrarrestar la caída en la tasa de beneficio tras el fin de la paridad del dólar con el oro en 1971 y la crisis de hegemonía del principal agente estatal del sistema internacional - Estados Unidos-, en ambos casos como consecuencia de la presión del movimiento obrero y estudiantil en los países más industrializados y por las revueltas nacionalistas en el Sur. Para ello se promovieron elevados tipos de interés, privatizaciones, deslocalizaciones, la liberalización de los movimientos de capitales, la conversión de la deuda de los países del Tercer Mundo en deuda privada, planes de ajuste estructural, etc. Los neoliberales pretendieron encauzar en favor del capital las transformaciones en el modo de producción, en eso que se ha venido a llamar la transición del fordismo al posfordismo, o del capitalismo industrial a al capitalismo postindustrial o cognitivo.

El peso que en estas últimas décadas ha adquirido el sistema financierotambién ha llevado a otra confusión: la separación entre la esfera productiva, llamada erróneamente "economía real", y la esfera de las finanzas. Sin embargo, bajo el capitalismo ambas esferas son indisociables, y como recuerda Giovanni Arrighi las expansiones financieras no son algo nuevo: desde la Florencia renacentista hasta la era neoliberal tales expansiones se han producido en momentos en que las organizaciones capitalistas hegemónicas tienden a retirar una proporción creciente de sus flujos de caja del comercio y la producción y reorientan sus actividades al crédito y la especulación. Suelen coincidir con el momento en que los centros de acumulación hegemónicos cosechan los beneficios de su liderazgo y, al mismo tiempo, comienzan a ser desplazados en su dominio del capitalismo mundial por un nuevo liderazgo. Según Arrighi, no habría en este sentido nada nuevo bajo el sol. Sin embargo, no parece tener muy en cuenta la transformación antes citada del modo de producción, el paso de un capitalismo industrial a uno cognitivo, en el que las finanzas sí que habrían adquirido un nuevo papel de medición y control del valor.

La contrarrevolución monetaria de la era Thatcher-Reagan, con su énfasis en el mercado y las finanzas, propio de la era neoliberal, logró arrasar los bastiones de conflictividad obrera y las estructuras sindicales de la era fordista. Uno de los métodos empleados, junto con las reformas del mercado laboral, fue la lucha contra la socialización de la vivienda estimulada con las ayudas públicas mediante programas de acceso a la propiedad inmobiliaria, origen de la actual crisis. Para ello fue necesario producir una oferta de crédito que no tuviera demasiado en cuenta los ingresos de los deudores y ampliar los plazos de amortización a treinta o cuarenta años. Y las refinanciaciones permitieron aliviar durante un tiempo el riesgo con toda una ingeniería financiera que ahora acaba de colapsar. Nuestros neoliberales se acaban de encontrar con el viejo Keynes, cuando decía aquello de "si usted le debe a su banco 100 libras esterlinas, tiene un problema. Pero si le debe un millón, el problema es del banco." Un buen momento para replantear la cuestión del acceso a la vivienda desde una perspectiva pública.

La actual crisis crediticia no es sino uno de los síntomas que nos muestran que la era neoliberal ha llegado a su fin. Otros síntomas son: el fin del papel que tenía el dólar estadounidense como divisa de reserva para el mundo, lo cual hace muy difícil continuar la política de superendeudamiento del gobierno de Estados Unidos y de sus consumidores; la crisis de las instituciones globales como el FMI, el Banco Mundial o la OMC; la parálisis europea; la reorientación sistémica en Asia oriental; la evolución política latinoamericana; el regreso a un alto grado de proteccionismo, como atestigua fracaso de la Ronda de Doha; la adquisición estatal generalizada de las empresas que fracasan y la implementación de medidas neokeynesianas, tal vez a escala global como se está reclamando ahora; y el retorno a políticas redistributivas, aunque puntuales y condicionadas (no universales), complementadas con un populismo xenófobo.

El fin de la era neoliberal no significa que elementos de la ideología pervivan y se reformulen (baste recordar la extraña deriva de los autoproclamados liberales en España), como sucede con ciertas concepciones keynesianas. Tampoco significa, al menos de momento, el fin del capitalismo, sino el paso a nuevas formas de governance del mismo que por ahora cuesta etiquetar pero que muestra tendencias no menos inquietantes: el populismo xenófobo vinculado al control de las migraciones; el reforzamiento del control social y el ataque frontal generalizado a las libertades y derechos cívicos, del mismo modo en que el neoliberalismo se cebó en los derechos sociales; la guerra por el control de los bienes comunes, las materias primas y en general por el control de la vida (agronegocio, petróleo, minería, ¿desplazamiento financiero a unaburbuja verde?).

Los movimientos sociales deberán tener en cuenta la nueva situación. Sería un grave error pensar que una crisis bursátil, o el fin de determinadas hegemonías y dogmas, nos lleva automáticamente a un mundo más justo y democrático. El caos sistémico actual puede conducir a otros mundos posibles, pero no necesariamente mejores.

ESTAMOS EN HUELGA

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LA SOLUCIÓN AL HAMBRE NO ES DAR MÁS, SINO ROBAR MENOS

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Entrevista a Jean Ziegler, sociólogo

David Rojo

Haber nacido en Suiza –un país cuya “única materia prima es el dinero de los demás”– y una larga relación con la ONU no implica directamente la defensa del capitalismo financiero que esos dos datos harían sospechar. Ziegler (*) es un anciano antiprototípico capaz de articular un libro sobre esta premisa: “Pocas veces los occidentales han dado tales muestras de ceguera, indiferencia y cinismo como ahora. Su ignorancia de las realidades es impresionante. Y así es como se alimenta el odio“.

Es una acusación bastante dura, ¿no le parece?
Vivimos en un orden caníbal del mundo: cada cinco segundos muere un niño de menos de 6 años; 37.000 personas fallecen de hambre cada día y más de mil millones (casi una sexta parte de la humanidad) sufre malnutrición permanente. Y mientras tanto, las 500 mayores multinacionales controlaron el año pasado el 53% del PIB mundial. Esta oligarquía del capital financiero organizado tiene un poder como jamás lo tuvo un papa, un rey o un emperador. Creo que la ceguera y la arrogancia de los occidentales es total.


La pasada semana hubo una reunión de la ONU, que es su casa, para tratar el asunto.
Sí. Y [el secretario general] Ban Ki Moon dijo que el hambre podría ser erradicada con 40.000 millones de dólares. Es una locura, porque el problema no es que haya poco dinero para los subsidios de cooperación (aunque siempre se puede hacer más), son las estructuras del orden criminal del mundo las que fabrican cada día la masacre cotidiana del hambre. La solución no es dar más, sino robar menos.


¿Cuáles son esas «estructuras del orden criminal»?
Las exportaciones a precios bajos destruye la agricultura africana
Este orden se basa en tres pilares. El primero es el dumping [exportar productos a un precio más bajo que en el propio país] agrícola: la UE exporta productos agrícolas a África a precios muy bajos, lo que destruye la agricultura africana. El segundo son los agrocarburantes: se queman millones de toneladas de trigo y maíz para proteger el planeta, para reducir las emisiones; es una razón comprensible, pero quemar alimentos en un planeta donde cada cinco segundos un niño muere de hambre es un crimen contra la humanidad…


¿Y el tercer pilar?
Es la especulación bursátil de los grandes hedge funds sobre el arroz, el trigo, el maíz, etcétera. La especulación sobre los alimentos de base. Después de la crisis financiera de 2008, los grandes hedge funds migraron desde los mercados financieros a los mercados de materias primas. Se dedicaron, legalmente, a especular e hicieron explotar los precios de los alimentos básicos.


La UE es responsable de algunas de estas políticas…
La hipocresía de los comisarios, inclusive españoles, es impresionante. Porque cuando los refugiados del hambre intentan venir a Canarias o a Lampedusa son rechazados por métodos militares.


Pero, ¿no existe un problema de sobrepoblación?
La FAO, que cada año da en su informe anual unas cifras respetadas por todos, dice que la agricultura actual podría alimentar a 12.000 millones de personas. Es, prácticamente, el doble de la humanidad. Y el Banco Mundial dice que al menos 260 millones de personas más fueron empujadas en 2009 al abismo del hambre por causa de la especulación.


¿Y la culpa de todo ello es de Occidente?
Occidente es ciego, arrogante, no comprende la memoria herida de la esclavitud, de las masacres coloniales; no entiende que hoy en día todo eso se transforme en conciencia política, en reivindicación de perdón y de reparación.


Pero hablar de odio en el título es bastante agresivo.
Este libro es un libro de esperanza. Ésta es la 14.ª edición en el extranjero y funciona muy bien. Siempre los editores dicen que el título no es muy bueno, porque la palabra odio impresiona mucho. Pero hay dos tipos de odio: el patológico, que es el del terrorismo, el de Al-Qaeda, que no tiene justificación y tiene que ser combatido con todas las medidas democráticas; pero existe otro: el odio razonado, que es el que se ve en Bolivia, en Caracas, en otras partes. Es la transformación, postergada, de esa memoria herida de la esclavitud en una fuerza política. En Bolivia, por primera vez en el subcontinente, es un campesino, un cocalero, un aymara –no un intelectual de izquierdas– quien gobierna.


¿Cómo se produce esta transformación?
Estos países están viviendo un renacer identitario y la fuerza política y social generada es capaz de hacer frente a las multinacionales (con las expropiaciones del petróleo, el gas, las minas…).


¿Y cuál es el papel de Europa?
Las multinacionales son el poder principal en España, Francia y en todas partes. Los Estados de Europa son verdaderas democracias, donde los derechos humanos son respetados. Pero, fuera de Europa practican el fascismo externo, la ley de las multinacionales, que maximizan los beneficios con la explotación máxima de los recursos ajenos. Pero aquí, en el cerebro del monstruo, el pueblo existe con todos sus derechos: una sociedad civil con conciencia puede forzar la prohibición de quemar alimentos para fabricar biocarburantes, puede reformar la Bolsa, prohibir la especulación con materias primas…


¿Y el de la ONU?
El libro se publica con la esperanza de quebrar el orden caníbal del mundo
Naciones Unidas ha terminado. En su momento fue muy importante, pero ya no funciona. Los países del Sur quieren relaciones internacionales, organismos, de justicia e igualdad, que no existen. Si es posible construir un frente de solidaridad planetaria entre la nueva sociedad civil aquí y los nuevos movimientos del Sur, se podría quebrar el orden caníbal del mundo. El libro se publica con esta esperanza.


Ziegler es escritor, sociólogo, analista político y anticapitalista. Participa en el comité consultivo del Consejo de Derechos Humanos. Es autor del libro "El odio a Occidente" (Ed. Península).

ESCULTURA PROVOCATIVA FRENTE A LA BOLSA DE MILÁN

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Una escultura en mármol de una mano con el dedo corazón levantado que se expone ante la sede de la Bolsa de Milán ha provocado un animado debate en la capital financiera de Italia. La escultura, de 11 metros de altura, llamada "L.O.V.E." y que en Milán puede verse por primera vez, forma parte de una retrospectiva del artista Maurizio Cattelan, entre cuyas provocadoras obras hay una escultura del fallecido Papa Juan Pablo II alcanzado por un meteorito.

La escultura del dedo ergido, forma parte de una retrospectiva del artista titulada "Contra las ideologías" promovida por el ayuntamiento milanés, que dice ser el tercer mayor mercado para el arte contemporáneo después de Nueva York y Londres. Cattelan es uno de los grandes exponentes del arte contemporáneo y ha presentado sus obras en los más importantes museos del mundo. En ninguna de sus obras, en todo caso, ha sido tan mordaz frente al mundo financiero.

Como era de esperar, la instalación ha sido criticada por políticos e intelectuales, que se sienten ofendidos por el gesto soez e insolente ampliamente conocido en todo el mundo. No obstante, Cattelan, al preguntársele sobre el significado de la obra, respondió que es más un acto de amor que una declaración sobre el mundo financiero. "Es principalmente sobre la imaginación", dijo a los periodistas.

Visto en 'Jaque al Liberalismo'

NUESTRA MIOPÍA RESPECTO A LOS PODEROSOS

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Sam Pizzigati, en 'Sin permiso'

Más de la mitad de EEUU ha sufrido ya la Gran Recesión, personal y profundamente. Sin embargo, la vida prosigue tranquilamente en la cúpula de nuestra economía. Es una amarga realidad que deberíamos empezar a encarar.

Es posible que las filas de los perjudicados –en los EEUU de la Gran Recesión– sean mucho mayores de lo que casi todos nosotros suponíamos hasta ahora.
La mayoría de informativos y principales comentaristas, han venido definiendo a los perjudicados con una estadística simple, el número de estadounidenses que han sido contabilizados mensualmente como desempleados oficiales, una cifra que ronda actualmente el 10 por ciento.

Pero la Gran Recesión, señala un nuevo estudio del Pew Research Center, puede estar perjudicando a un número cinco veces mayor de familias estadounidenses de lo que este 10 por ciento sugiere. Más de la mitad de los estadounidenses en edad de trabajar –55 por ciento– o bien se han quedado sin trabajo o bien han perdido salarios y horas completas desde que empezó la recesión.

Mientras tanto, en la cúpula económica de EEUU, en los lujosos despachos de los ejecutivos de las corporaciones estadounidenses, la vida continúa transcurriendo tranquilamente. Los trajeados ejecutivos continúan entrando y saliendo y llenándose los bolsillos.

Este lucrativo vaivén es visible incluso en corporaciones claramente de segunda clase. El último caso: la contratación de un nuevo CEO (presidente de empresa, por sus siglas en inglés) en Armstrong World Industries, fabricante de baldosas para suelo y techo con sede en Lancaster, Pensilvania.

El pasado febrero, Armstrong, golpeada por la recesión, anunció planes para despedir a 400 trabajadores. Unas semanas más tarde, el entonces CEO de Armstrong anunció su dimisión. El mes pasado Armstrong reveló el nombre del nuevo jefe ejecutivo, Matthew Espe, antiguo peso pesado de General Electric.

Armstrong puede o no prosperar bajo el mandato de Espe, pero es prácticamente seguro que Espe prosperará en Armstrong. Su contrato asigna a este hombre de 51 años, 4,55 millones de dólares en concepto de "subsidio de traslado" –para equiparar los incentivos que Espe debía recibir de su antiguo contratante– y 3,5 millones de dólares como "prima de incentivos" para hacerlo más atractivo, todo ello aparte de su salario normal y otras gratificaciones.

Si Espe optimiza sus opciones se llevará 19,4 millones de dólares durante los tres próximos años por dirigir una compañía que actualmente figura en el lugar 677 del ranking nacional.

La generosidad con que se trata a los ejecutivos se ha convertido, desde luego, en el procedimiento normal de las corporaciones estadounidenses. Tal como nos recordaban la pasada semana dos perspicaces analistas económicos, ese trato tan generoso también ayuda a explicar porque los buenos puestos de trabajos son tan escasos para los trabajadores estadounidenses.

El consultor financiero Rob Parentau y el ex-operador de Wall Street Yves Smith señalan que en los últimos años las corporaciones estadounidenses "se han obsesionado" con los beneficios trimestrales, que determinan, a corto plazo, las oscilaciones del precio de las acciones.

Para aumentar los beneficios, observan Parenteau y Smith, los ejecutivos de las corporaciones sistemáticamente "evitan invertir en crecimiento futuro", en investigación y desarrollo del producto, que crean puestos de trabajo. En vez de marcarse estos objetivos a largo plazo, toman el tipo de medidas que puede hinchar rápidamente el precio de sus acciones. Despiden trabajadores. Distribuyen dividendos especiales. Traman fusiones y adquisiciones.

Este tipo de movimientos a corto plazo, continúan explicando Parenteau y Smith, se traducen rápidamente en "bonos exorbitantes" para los ejecutivos que los han ideado. En efecto, tenemos una economía que recompensa generosamente a sus jugadores más fuertes por "miopía y especulación".

De hecho, los exorbitantes bonos de los ejecutivos no solamente recompensan dicha miopía, sino que invitan a ella. Para acabar con nuestra Gran Recesión –y evitar otra– hay que empezar a eliminar estas pagas excesivas a los ejecutivos. Y hay que hacerlo deprisa.

Sam Pizzigati edita Too Much, el boletín semanal online sobre exceso y desigualdad, publicado por el Institute for Policy Studies con sede en Washington D.C.

LA CRISIS DENTRO DE LA CRISIS

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Si no encontramos palabras que rompan el silencio y acciones que nos saquen de la parálisis, la crisis será el destino de Occidente. La pasividad y la resignación no son solo consecuencias, sino causas profundas 

Alain Touraine, en 'El País'

No somos economistas, pero intentamos comprender. Vemos una sucesión de crisis -financiera, presupuestaria, económica, política...-, definidas todas ellas por la incapacidad de los Gobiernos para proponer otras medidas que no sean esas denominadas "de austeridad". Hay, finalmente, una crisis cultural: la incapacidad para definir un nuevo modelo de desarrollo y crecimiento. Cuando sumamos todas estas crisis, que duran ya cuatro años, nos vemos obligados a preguntarnos: ¿existen soluciones o vamos ineluctablemente hacia el precipicio, sobre todo respecto a países como China o Brasil?

Ni los economistas ni los Gobiernos a los que aconsejan han logrado otra cosa que ralentizar la caída. Consideremos, pues, tres crisis: la financiera, la política y la cultural.

Año 2009. La financiera es la que mejor conocemos en su desarrollo, incluida su preparación, a partir de los años noventa, mediante crisis sectoriales o regionales y "burbujas" como la de Internet, o, más tarde, escándalos como el de Enron. Todo esto, junto con el caso Madoff y, sobre todo, el hundimiento del sistema bancario en Londres y Nueva York, en 2008, nos colocó al borde de una situación excepcionalmente grave. Entonces descubrimos la existencia de un segundo sistema financiero que obtiene beneficios de miles de millones de dólares para los directivos de los hedge funds y también para los grandes bancos y sus traders más hábiles. Este segundo sistema financiero no tiene ninguna función económica y solo sirve para permitir que el dinero produzca más dinero. ¿Por qué no hablar aquí de especulación?

Estupor. Después de tantos años de fe en el progreso, de resultados económicos muy positivos y de una multiplicidad sin precedentes de nuevas tecnologías, la economía occidental revela una búsqueda del beneficio a toda costa, una pulsión de latrocinio y corrupción. Gracias al presidente Obama y a los grandes países europeos, se evitó la catástrofe. Pero, desde entonces, la situación no se ha enderezado. Ha sido en Reino Unido donde la catástrofe ha tenido los efectos más destructivos; por eso es también en ese país donde el nuevo Gobierno puede imponer a unos bancos de facto nacionalizados las medidas de control más fuertes.

La izquierda ha perdido el poder en Reino Unido y ha pasado a ser minoritaria en una España abrumada por las consecuencias de la crisis. España había decidido apostar su futuro económico a las cartas del turismo y la construcción, y ha sufrido un choque violento. Su tasa de paro subió hasta el 20% y los españoles le han retirado su confianza a Zapatero, aunque su rechazo hacia el PP de Rajoy es aún más fuerte. Es el ejemplo extremo de una crisis que, como en los demás lugares, no genera propuestas económicas ni sociales nuevas.

Tras la catástrofe de 1929, los estadounidenses llevaron al poder a Franklin D. Roosevelt, que lanzó su new deal. En 1936, Francia recuperó su retraso social con las leyes del Frente Popular. Hoy, silencio, vacío, nada. Los países occidentales no parecen capaces de intervenir sobre su economía. Los economistas responden a menudo que estas críticas no llevan a ningún lado y que las Casandras no hacen sino agravar las cosas. Es falso: Casandra tiene razón, nadie propone una solución.

Año 2010. Las crisis se amplían y se hacen más profundas. En Europa, de forma más visible, pero también en Estados Unidos. El hundimiento de Grecia, evitado en el último momento y después de perder mucho tiempo, ha revelado que la mayoría de los países europeos, incluidos algunos del Este, como Hungría, estaban en plena caída. Su déficit presupuestario resta cualquier realidad al pacto que quería limitarlo al 3% del presupuesto del Estado. La deuda pública se dispara y sabemos que la situación actual implica una reducción del nivel de vida de las próximas generaciones. Ya ni siquiera se habla de "política de recuperación", sino de "rigor" y "austeridad", lo que conduce a muchos Gobiernos a reducir los gastos sociales. Esto se puede ver en Francia, cuyo Gobierno quiere una reforma de las pensiones. El retroceso del trabajo con respecto al capital en el reparto del producto nacional aumenta y acrecienta las desigualdades sociales.

De nuevo, se trata de una crisis política. La ausencia de movilización popular, de grandes debates, incluso de conciencia de lo que está en juego, todo ello revela una impotencia cuya única ventaja es que nos mantiene alejados de efectos, como la llegada de Hitler al poder, de la crisis de 1929. Pero este vacío aparece cada vez más como la causa profunda de la crisis que como su consecuencia. Ante la implosión del capitalismo financiero, los países occidentales son incapaces de enderezar, e incluso de analizar, la situación. Las poblaciones sufren, pero lo que ocurre en la economía permanece al margen de su experiencia vital. La globalización de la economía ha roto los lazos entre economía y sociedades, y las políticas nacionales han perdido casi cualquier sentido. Hasta los movimientos de opinión más originales, como Move on y Viola, se sitúan en un plano más moral que económico y social. La nave de los locos occidentales se hunde en las crisis mundiales, pero la extrema derecha de los tea parties estadounidenses solo quiere la piel de Obama, acusado de ser musulmán, mientras que la extrema izquierda italiana quiere antes que nada la piel de Berlusconi, que merece ciertamente una condena que la oposición de izquierda no es capaz de obtener proponiendo otro programa.

¿Y qué viene después de 2010? Seguimos subestimando la gravedad y el sentido del silencio general. Hay que cambiar de escala temporal para comprender unos fenómenos cuyo aspecto más extraordinario es que nadie parece ser consciente de ellos.

Hay que interrogarse sobre Occidente. Desde mediados de la Edad Media, Occidente creó un modelo diferente a todos los demás, y lo hizo concentrando todos los recursos, conocimientos, poder, dinero e incluso apoyo de la religión en manos de una élite triunfante. Así creó monarquías absolutas poderosas y, luego, el gran capitalismo. Pero al precio de la explotación de todas las categorías de la población, desde los súbditos del rey hasta los asalariados de las empresas, y desde los colonizados hasta las mujeres. Este modelo occidental se basó también en las luchas entre Estados, que terminaron transformándose en guerras mundiales y totalitarismos que ensangrentaron Europa. En el plano social, la evolución fue inversa. Poco a poco, los que estaban dominados se fueron liberando a fuerza de revoluciones políticas y movimientos sociales. Y los países de Occidente conocieron algunas décadas de mejoría de la vida material, de grandes reformas sociales y de una extraordinaria abundancia de ideas y obras de arte. Pero fue un verano corto y Europa se encontró sin proyectos, sin capacidad de movilización y, sobre todo, incapaz de elaborar un nuevo modo de modernización opuesto al que dio forma a su poder, y que no puede reposar sino en la reconstrucción y la reunificación de sociedades polarizadas durante tanto tiempo.

El gran capitalismo acaba de mostrar de nuevo su incapacidad de autorregularse, y el movimiento obrero está muy debilitado. Ya no hay pensamiento en las derechas en el poder. La única gran tendencia de la derecha es la xenofobia; la única gran tendencia de la izquierda es la búsqueda de una vida de consumo sin contratiempos.

No nos dejemos arrastrar a una renuncia general a la acción. Existen fuerzas capaces de enderezar la situación. En el plano económico, la ecología política denuncia nuestra tendencia al suicidio colectivo y nos propone el retorno a los grandes equilibrios entre la naturaleza y la cultura. En el plano social y cultural, el mundo feminista se opone a las contradicciones mortales de un mundo que sigue dominado por los hombres. En el terreno político, la idea novedosa es, más allá del gobierno de la mayoría, la del respeto de las minorías.

Ni nos faltan ideas ni somos incapaces de aplicarlas. Pero estamos atrapados en la trampa de las crisis. ¿Cómo hablar de futuro cuando el suelo se abre a nuestros pies?

Pero nuestra impotencia económica, política y cultural no es consecuencia de la crisis, es su causa general. Y si no tomamos conciencia de esta realidad y si no encontramos las palabras que rompan el silencio, la crisis se profundizará aún más y Occidente perderá sus ventajas. Entonces será demasiado tarde para intentar atenuar una crisis que ya se habrá convertido en destino.

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Alain Touraine es un sociólogo francés y se hizo famoso por desarrollar el concepto sociedad post-industrial. Su trabajo es muy conocido en América Latina, y en 1956 fundó el Centro de Estudios para la Sociología del Trabajo en la Universidad de Chile. Este artículo fue traducido por José Luis Sánchez-Silva, y está tomado de El País

NO SE PUEDE HABLAR DE RECUPERACIÓN, LA RECESIÓN CONTINÚA

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Marco Antonio Moreno, en 'El Blog Salmón'

Aunque la prensa ha sido generosa en informar que la recesión económica de Estados Unidosterminó en junio del año pasado y lo que se vive ahora es una sólida recuperación, lo cierto es que no hay nada más lejano a la realidad que aquello. Hasta Warren Buffett ha salido a declarar que “es perverso hablar de recuperación”, y que la recesión continúa. Lo que interesa son los hechos y esta gráfica ilustra claramente que el fenómeno recesivo sigue vigente.

Los indicadores de empleo, ingresos, consumo, producción, vivienda, y gastos de capital han ido en retroceso y han acelerado su deterioro en las últimas semanas. El dato de empleo para septiembre en la economía estadounidense será superior al de agosto (alcanzando el 9,9%); mientras el PIB para el tercer trimestre mostrará, al igual que el PIB europeo, una clara desaceleración en torno al 1,2% para Estados Unidos, y de 0,6% para Europa, dando cuenta que la recuperación es aún muy débil, casi inexistente.

En este contexto, las políticas monetarias vía inyección de liquidez y recortes de tasas han demostrado su rotundo fracaso con las propuestas del dinero barato. Ahora ese dinero barato, que cada día circula entre menos manos, tiene a una parte de la economía global atrapada en la deflación, y a la otra parte en peligrosos desequilibrios comerciales. Las devaluaciones diarias de las monedas y la extrema volatilidad del dolar dan cuenta de este desorden financiero que tiene profundas raíces.

Una crisis causada por exceso de crédito, abuso de dinero fiduciario y esquema ponzi (todo se reduce a lo mismo), solo puede ser resuelta con la inyección de más dinero porque la expansión monetaria es preferible a la bancarrota. Pero esta vez el dinero irá dirigido a elevar los precios de tal manera que permita licuar la abultada deuda que bloquea todo el sistema. La trampa de los bancos centrales de limitarse al control de la inflación como única tarea, terminó siendo mortal, colapsando a todo el sistema y hundiendo los propios principios del monetarismo.

La contrarrrevolución monetarista que obligó a abandonar las políticas de empleo en pos de las metas inflacionarias, no solo es la gran perdedora sino también la gran culpable de la mayor debacle económica de los últimos años. La volatilidad del mercado y la inestabilidad en el sistema financiero es el triste legado del monetarismo y las políticas de los bancos centrales.

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BOLETÍN 18 COOP57

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EL ESTADO IMPOTENTE

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Andrea Rizzi para 'El País'

La crisis financiera evidencia la creciente inadecuación de los poderes nacionales para gestionar los problemas globales - La política y los especuladores mantienen un pulso brutal

Un nuevo fantasma recorre Europa. Ya no es el comunismo, pero todas las fuerzas del viejo continente han vuelto a unirse en santa cruzada para acosar a un espectro, como hicieron en 1848 según la metáfora de Marx y Engels. El espectro esta vez son los mercados financieros; la degeneración de la actividad especulativa; la presunta capacidad de los especuladores para poner patas arriba a Estados miembros de la Unión Europea y hasta el mismísimo euro. "Manadas de lobos" hambrientos -según una definición del ministro de Finanzas sueco, Anders Borg- que representarían una amenaza existencial para los Estados del siglo XXI.

La imagen del pulso a vida o muerte entre política y especuladores ha conquistado el centro del debate público. La metáfora es populista. Pero en su raíz yace un desafío real para la autoridad de la institución-Estado en las sociedades contemporáneas, no solo en Europa: la fragilidad de los Gobiernos nacionales ante las embestidas de los cada vez mayores problemas globales.

Las fibrilaciones causadas por los mercados de capitales -desde Lehman Brothers hasta Atenas- son solo la imagen más actual de la debilidad de los Estados en la era global. La enésima instantánea de su inadecuación estructural para lidiar con desafíos transnacionales, que no son una novedad, pero que ahora se complican, extienden y multiplican. La dimensión estatal es impotente o ineficaz frente a ellos. Y la cooperación internacional parece incapaz de llenar ese vacío, como demuestra el estéril G-20 celebrado en Canadá.

"Es la paradoja de nuestro tiempo. La globalización ha creado enormes oportunidades e impulsado grandes avances. Pero frente a los graves desafíos transnacionales que esta también acarrea se yerguen las mismas maquinarias estatales. Estructuras que sustancialmente siguen respondiendo al diseño constitucional de los siglos XVI y XVII y que ya no son adecuadas al tiempo moderno. Esa brecha entre problemas globales y medios que han permanecido locales se amplía a ritmo de vértigo y es potencialmente peligrosa", dice en conversación telefónica David Held, politólogo de la London School of Economics que estudia este fenómeno desde hace años.

Numerosas facetas de esa inadecuación han aflorado en los últimos dos años.

En septiembre de 2008, la quiebra de Lehman Brothers estalló en las narices de los mercados financieros de medio mundo. El virus se había incubado en Estados Unidos, con un explosivo cóctel compuesto por el pinchazo de una burbuja inmobiliaria, una laxa regulación de las actividades especulativas, una benevolente política monetaria y una imprudente política de concesión de hipotecas. Pese a que las causas fueran locales, los efectos se propagaron repentinamente a escala global, incluso en países con legislaciones más estrictas y bancos más prudentes.

Meses después, el 1 de enero de 2009, una disputa bilateral sobre impagos de facturas de gas llevó a Rusia a cortar el grifo del suministro a Ucrania. De paso, una veintena de países europeos se quedaron desabastecidos. Una crisis bilateral dejó a decenas de millones de personas de países terceros expuestas al rigor de los inviernos del este de Europa. Los Gobiernos nacionales asistieron impotentes al tremendo espectáculo, emitiendo frustrados gritos de protesta. El suministro fue reanudado tres semanas después.

En diciembre del mismo año, la cumbre contra el cambio climático celebrada en Copenhague acabó en un desolador fracaso. La voluntad de muchos Estados de reducir sus emisiones apareció tristemente estéril frente a la negativa de grandes potencias contaminantes. Por muy grande que sea el esfuerzo medioambiental de una sociedad, sus ciudadanos no se salvarán de las consecuencias del desinterés de otras.

La lista podría seguir, por ejemplo anotando la dificultad de perseguir organizaciones criminales cada vez más internacionalizadas o prevenir el riesgo de pandemias, hoy multiplicado por la espectacular mejora de los medios de transporte.

Una avalancha de asuntos incontrolables a nivel nacional amenaza la estabilidad de los Estados. En los nichos escasa o nulamente controlados se cargan gigantescas bombas de relojería. El mercado de los derivados sigue valiendo hoy unos 600 billones de dólares. Diez veces el PIB anual del mundo entero. Más de 100 veces el presupuesto de EE UU. Disciplinarlo rigurosamente en una jurisdicción es inútil si en la de al lado no se hace lo mismo.

Así, la magnitud y la interconexión de las corrientes fuerza la mirada al único dique proporcionado: las instituciones y la cooperación internacional. ¿Son al menos ellas adecuadas a nuestro tiempo?

"El orden internacional vigente, que es el de 1945, es crecientemente anacrónico y no es ni representativo del equilibrio de fuerzas actuales ni adecuado para la realidad moderna", opina Held.

"La quiebra de Lehman fue un momento definitorio", argumenta desde Washington Domenico Lombardi, analista de Brookings Institution, especializado en el estudio de las instituciones internacionales del sector económico. "La crisis de un subsector del sistema financiero estadounidense estuvo a punto de cargarse entero el sector financiero mundial. Eso creó una sensación de urgencia. Se decidió cooperar más, entregando al G-20 la corona de foro principal. Los incentivos a la cooperación internacional eran muy fuertes. Pero ya hoy la situación es distinta. Pese a las turbulencias en la zona euro, la posibilidad de un derrumbe del sistema financiero se ha alejado. El proceso se ha frenado. La paradoja, sin embargo, es que si no se actúa con inteligencia, en la próxima embestida puede haber un colapso sistémico", dice Lombardi.

El filósofo alemán Jürgen Habermas incidió en un reciente escrito precisamente en la falta de voluntad política. "Las buenas intenciones [para una nueva regulación financiera] fracasan no tanto por la complejidad de los mercados como por la pusilanimidad de los Gobiernos nacionales. Fracasan por una apresurada renuncia a una cooperación internacional que se ponga como fin el desarrollo de las capacidades de actuación política de las que carecen... y ello en todo el mundo, en la UE, y en primerísimo lugar dentro de la zona euro".

Un Estado, solo, no puede resolver ciertos problemas. El drama es que incluso los esfuerzos de grandes bloques regionales pueden ser tumbados por la laxitud o el legítimo interés contrapuesto de otros actores. La buena voluntad de UE en la cumbre contra el cambio climático no sirvió de nada por el rechazo a colaborar de otras potencias. En el G-20, el acuerdo de Europa y EE UU fue insuficiente para establecer impuestos al sector bancario.

"Está claro que en temas como la regulación financiera, el cambio climático o la lucha contra el crimen organizado, el Estado nación se ve sobrepasado por la escala de los problemas", considera Jordi Vaquer i Fanés, director de la Fundación Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona. "Sin embargo, no creo que sea necesariamente sinónimo de debilitamiento del Estado nación. La escala de los problemas crea dificultades a los Gobiernos, los obliga a una compleja cooperación internacional, pero su fuerza relativa en comparación con otros actores no ha disminuido. Los bancos han tenido que pedir ayuda a los Estados".

Si la supremacía de la institución Estado puede que no esté en juego, sí lo está su efectividad, la amplitud de su capacidad de respuesta y por ende su autoridad.

"Los problemas internacionales no son una novedad. Lo que ha cambiado es la tecnología, que impone al mundo una nueva velocidad", reflexiona Ignacio Urquizu, profesor de sociología de la Universidad Complutense. "Las instituciones deben adaptarse a esa nueva velocidad. Está claro que el diseño institucional es ineficiente. Sin embargo, yo creo, el problema esencial es la falta de liderazgo. El gran salto adelante de la UE está indisolublemente vinculado a Jacques Delors; el carisma de John Kennedy cambió a EE UU. La cuestión no es solo el diseño constitucional, sino el liderazgo político".

El rapidísimo cambio en la relación de fuerzas internacionales -"más rápido que nunca en la historia", observa Held- complica las cosas, porque dificulta los acuerdos internacionales que pueden dar efectividad a las políticas gubernamentales.

Pese a todo, el cuadro también tiene otras tintas. Muchos observadores subrayan que, entre titubeos y dificultades, se gestan movimientos revolucionarios. La UE ha instituido un fondo de estabilización común por un valor de 500.000 millones de euros, algo que no solo no estaba previsto en el Tratado de Lisboa, sino que, en cierto sentido, lo contradice. Nuevas competencias comunes parecen poder tomar cuerpo bajo el impulso de la crisis. La UE es, en sí misma, el símbolo de que una respuesta internacionalista a las crisis no es siempre una utopía. Puede volver a demostrarlo.

A la vez, a escala global, el ocaso del G-8 en favor del G-20 es un movimiento histórico. "La elevación del G-20 a foro intergubernamental principal en el sector económico-financiero tiene el gran mérito de involucrar en el puente de mando a los países emergentes, lo que ya era ineludible", observa Lombardi.

Andrew Hilton, director del Centre for the Study of Financial Innovation, señala que el G-20 será inexorablemente frenado por la profunda heterogeneidad -y, a menudo, conflictividad- de los intereses de sus miembros. Ello, sin embargo, no impide un paulatino proceso de convergencia de las regulaciones. "El 80% de la regulación financiera de la City de Londres procede de Bruselas", dice Hilton. "No es cierto que haya 27 regulaciones financieras en la UE y otras 160 en el mundo", indica el analista. Los grandes bloques económicos acaban ejerciendo una pragmática fuerza estandardizadora.

Aunque la estabilidad financiera monopoliza la atención, el desafío es sistémico. "Nos enfrentamos a una alternativa clara", dice Held. "Podemos reformar y desarrollar las instituciones de 1945. O dejar que caigan en ruinas".

La tarea de adaptación parece titánica y utópica. Lo es. ¿Pero quién habría imaginado en 1939 que solo 40 años después los europeos elegirían por sufragio universal a sus representantes en un Parlamento transnacional dotado de poderes reales?

En 1944-45, el mundo reaccionó al espanto de la II Guerra Mundial con un extraordinario florecer de instituciones internacionales concebidas para prevenir recaídas. La ONU, el FMI, el precursor del Banco Mundial fueron creados, entre otros organismos, en aquel entonces; el núcleo de lo que sería la UE nació poco después, sobre la base del mismo anhelo. Ese esfuerzo de arquitectura institucional reflejó nuevos equilibrios de poder y contribuyó decisivamente a que la segunda mitad del siglo XX fuese más pacífica y próspera que la primera.

Algo similar podría ser necesario de nuevo. Proyectos e ideas reformadoras abundan. Held, por ejemplo, propone la constitución de un Consejo de Seguridad para Asuntos Sociales y Económicos y apoya la iniciativa para la institución de una Asamblea Parlamentaria de la ONU. Lombardi insiste en la necesidad de reformar las instituciones existentes para que reflejen los nuevos equilibrios de poder, y de elevar sus credenciales democráticas aumentando la capacidad de escrutinio de sus actuaciones (laaccountability).

Los proyectos abundan, en instituciones, think tanks, facultades. Las semillas de muchas ideas están siendo sembradas. ¿Tendrá que ser una vez más la violencia la que imponga su florecer?

EL ESTADO Y LA CRISIS

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Jesús Rodríguez Barrio en 'Sin Permiso'

A finales del año 2008 el Estado era la solución. Ahora parece ser el problema. Entonces hasta los neoliberales más extremos exigieron la intervención de los bancos centrales y los gobiernos para salvar al sistema financiero mundial. Los bancos centrales emitieron enormes cantidades de nuevo dinero para comprar los activos-basura que había generado la especulación financiero-inmobiliaria. En Europa, el Banco Central Europeo entregó 5 billones de euros de nueva emisión (1 billón europeo = 1 millón de millones) a cambio de los activos-basura carentes de valor que tenían los grandes bancos europeos (es decir: regaló 5 billones de euros a la banca europea). A partir de ese momento, una vez socializadas las pérdidas de la burbuja financiera, los gobiernos se centraron en hacer frente a la crisis económica.

Los manuales de macroeconomía han suministrado siempre una variada gama de políticas recomendables para una situación de crisis económica, con caída de la demanda efectiva, desempleo de recursos y capacidad productiva excedentaria. Todas estas políticas podrían agruparse en dos grandes bloques: las que incentivan la demanda privada y las que crean directamente demanda pública.

Los mismos manuales indican que, ante una crisis importante, los incentivos al gasto privado suelen ser de poca utilidad debido a las malas expectativas y al aumento del ahorro como consecuencia de la incertidumbre y el miedo.

En consecuencia, los gobiernos acometieron ambiciosos programas de gasto público, además de atender al coste de los estabilizadores automáticos (seguro de desempleo…) para sostener la economía y evitar una depresión profunda.

Hasta aquí todo es keynesianismo de manual. ¿Qué ha pasado desde entonces para llegar a la situación actual, en la cual las dificultades financieras de los estados parecen ser el principal problema de la economía?. Repasemos los factores que han intervenido en este caso.

1.- ¿Qué estados han enfrentado la crisis?

Los modelos macroeconómicos han supuesto siempre que el Estado es un organismo poderoso, con variedad de recursos a su disposición y con autonomía suficiente para conseguir nuevos recursos en caso de necesidad. Pero la crisis actual ha revelado que en las economías desarrolladas esto ya no es así. Treinta años de neoliberalismo, con sucesivas rebajas de impuestos, liquidación de la propiedad pública y externalización de los servicios públicos, han colocado al Estado en una situación cada vez más marginal dentro la actividad económica. Los estados que han enfrentado la crisis carecían, en muchos casos, de empresas públicas y sus ingresos fiscales eran insuficientes para acometer programas de inversión ambiciosos. El modelo fiscal del neoliberalismo ha demostrado ser absolutamente procíclico, con rebajas continuas de impuestos durante la parte expansiva del ciclo. Y cuando ha estallado la crisis se ha rechazado cualquier aumento de la presión fiscal con el argumento de sus posibles efectos contractivos sobre la demanda.

Cuando los ingresos fiscales del Estado resultan insuficientes para hacer frente a los gastos, aparece la figura del déficit público. El déficit debe ser financiado. Dicho de otra manera: en esta situación el Estado necesita medios de pago adicionales para hacer frente al desfase entre el gasto y los ingresos fiscales. Hay dos formas de conseguirlo: 1) Emitir nuevo dinero (monetización del déficit). 2) Tomar dinero prestado de las familias o instituciones financieras nacionales o extranjeras mediante la emisión y venta de títulos de la deuda pública en los mercados financieros. Esto nos conduce directamente al segundo factor.

2.- La soberanía monetaria.

Los manuales de macroeconomía que llevamos utilizando tantos años dicen, también, que lo más expansivo (y, por lo tanto, lo más recomendable en situaciones depresivas) es financiar el déficit público, al menos parcialmente, mediante la emisión de nuevo dinero. La deuda pública traslada la capacidad de gasto de las manos privadas al Estado. El nuevo dinero, en cambio, crea nueva capacidad de gasto público sin reducir la capacidad de gasto privado. Además, mantiene los tipos de interés bajos, con lo cual incentiva la inversión privada y el consumo privado a crédito. Solo tiene el inconveniente de aumentar el riesgo de inflación porque se supone que un aumento de la demanda en términos monetarios, si no va acompañada de un aumento del producto en términos reales, hará subir los precios tarde o temprano. Pero, si excluimos el riesgo de inflación, lo más recomendable es combinar la política monetaria expansiva y la política fiscal expansiva.

La posibilidad anterior solo es evidente, claro, si el Estado tiene la capacidad para emitir nuevo dinero, de forma autónoma, en función de las necesidades de su propia política económica. Esto excluye de entrada a los países de la Unión Europea que tienen el euro como moneda común (los que pertenecen a la zona euro). Estos países han delegado su política monetaria en un organismo supranacional llamado Banco Central Europeo que se supone que, aparte de emitir la moneda única, debería asumir, de forma colectiva parte de las funciones que antes cumplía en cada país el Banco Central del Estado.

Una de esas funciones, muy importante cuando hay déficit público, es la de actuar como garante de los pagos de la deuda pública. En caso de necesidad, el Banco Central emitirá nuevo dinero para atender al servicio de la deuda (pagar los intereses) o amortizarla a su vencimiento. En esto, como en tantos otros casos de actuación de la autoridad pública, lo importante no es tanto que lo haga sino que se sepa que lo hará si es necesario, porque excluye el riesgo de insolvencia o devaluación (técnicamente se dice reestructuración) de la deuda pública. En condiciones normales, eso es lo que hace distinta a la deuda pública frente a los bonos privados. La renta no solo es fija sino que, además, está garantizada y el único riesgo que existe es el derivado de la falta de liquidez de los bonos a largo plazo o la posible subida del tipo de interés de mercado.

Esto marca, de entrada, una importante diferencia: el déficit público ha resultado ser, en mayor o menor medida, un problema importante en todos los países. Pero no todos lo han afrontado igual. Los países con soberanía monetaria la han utilizado ampliamente para monetizar el déficit y financiar la política fiscal expansiva, a la vez que para garantizar la deuda y estabilizar su valor en los mercados financieros. Por el contrario, los países de la Unión Europea sin soberanía monetaria se han enfrentado al déficit con el único instrumento de la deuda pública, que en consecuencia ha debido crecer aún más, mientras el Banco Central Europeo se limitaba a recomendar planes de austeridad fiscal y abandonaba a su suerte a los países en dificultades.

En un momento especialmente crítico de la historia económica contemporánea, los países de la zona euro con dificultades financieras derivadas de la crisis han descubierto, de forma especialmente cruda, una amarga verdad que hasta ahora no se había manifestado así: a partir de ahora, la máquina de hacer billetes nunca más será utilizada para combinar la política monetaria y la política fiscal mientras que será utilizada sin freno y sin límite para pagar las pérdidas del sistema financiero. No nos dimos cuenta, pero la creación del Banco Central Europeo, como un organismo supranacional al margen de los estados, significó simple y llanamente un golpe de estado financiero por el cual un puñado de neoliberales se apropiaron de la máquina de hacer billetes, que a partir de ahora solo será utilizada como garantía de sus negocios financieros y nunca más como verdadero instrumento de política económica.

3.- El riesgo de inflación.

Uno de los argumentos que se han utilizado en defensa del comportamiento anteriormente descrito ha sido el riesgo de inflación. Al parecer, los cinco billones de dinero legal regalados a la banca no tenían efectos inflacionistas. Algo de cierto hay en ello: en realidad, no sirvieron para crear nuevo dinero bancario sino para consolidar un dinero bancario, previamente creado por la especulación y que se apoyaba simplemente en el aire de una burbuja que acababa de reventar. Hasta el presente no han producido inflación, pero evitaron la deflación. En realidad, esto lleva implícita la respuesta a la pregunta tantas veces formulada por el público en los últimos tiempos: ¿Cómo puede ser que estos bancos que han recibido cantidades billonarias de euros no concedan créditos a las actividades productivas y estén asfixiando la recuperación económica?. Pues precisamente por eso: no pueden crear nuevo dinero bancario porque estas cantidades recibidas como regalo se han utilizado, simplemente, para consolidar el que habían creado, de forma fraudulenta, con anterioridad.

Monetizar el déficit si crearía dinero y gasto: el gasto de los parados y los pensionistas. Aumentaría la demanda y la actividad económica y reduciría el desempleo; produciría un aumento de los ingresos fiscales y, finalmente, reduciría el déficit. La simple posibilidad de hacerlo ayudaría a sostener la deuda.

Pero la inflación solo aparecería en la medida en que la demanda, en términos monetarios, creciera más deprisa que la producción. En unas economías que atraviesan una grave recesión y que han estado al borde de la deflación, el riesgo de una inflación moderada es mucho menos grave que el de caer en una profunda depresión.

4.- La crisis de la deuda.

En esas estábamos cuando, en la primavera de este año 2010, se disparó la especulación sobre la deuda de los países del sur de Europa. Por diversos motivos, la economía de estos países era mucho más débil para afrontar la crisis. En algunos casos, simplemente por su menor desarrollo económico (Grecia…). En otros (como España) porque su milagro económico se había basado en la especulación financiera e inmobiliaria. En esos países el Estado se vio obligado a afrontar importantes gastos sociales después de una larga serie de años de constantes rebajas impositivas a las rentas más altas y después de haber afrontado importantes gastos en inversión pública y en ayudas financieras a la banca para frenar el primer embate de la crisis.

El importante crecimiento de la deuda fue utilizado por los especuladores para forzar a la baja sus precios de venta y elevar el tipo de interés de mercado ante la ausencia de garantías, por parte de las instituciones financieras, frente al riesgo de impago.

La deuda de estos países se vio abandonada a su suerte frente a la especulación imparable de los “mercados financieros”.

5.- La “dictadura de los mercados”.

Había que hacer algo para tranquilizar a los mercados. Esos “mercados financieros” rescatados con la máquina de hacer billetes especulaban ahora con la deuda de los estados que carecían de ella para defenderse.

¿Qué querían los “mercados financieros”?. Básicamente, garantías para seguir especulando y haciendo buenos negocios con la deuda pública. En ausencia de Banco del Estado, la única garantía de seguir cobrando viene del aumento de los ingresos y la reducción del gasto. Lo primero solo se ha afrontado por la vía de los impuestos indirectos, medida regresiva y contractiva (y, por cierto, también inflacionista). Lo segundo, por la vía de reducir el salario de los empleados públicos y todo tipo de prestaciones sociales.

Bajo el chantaje de los especuladores, incluso los gobiernos de color progresista se han visto obligados a poner en marcha importantes planes de recorte del gasto público, de contenido totalmente contrario a sus propios programas electorales. La deuda de los países había sido secuestrada y fue necesario pagar el rescate.

6.- Los planes de austeridad y la nueva política económica.

¿Qué queda ahora?. La evidencia ha demostrado que un país sin soberanía monetaria no puede sostener de forma continuada un programa importante de inversión pública, basado en las propuestas keynesianas, para hacer frente a la crisis. Probablemente, tampoco se pretendía eso. Ahora se trata, según se dice, de sanear las finanzas públicas para recuperar la confianza de los “mercados financieros” mientras se espera que el sector privado recupere la actividad necesaria para salir de la crisis.

¿Salir, cómo?. Es evidente que, en ausencia de estímulos públicos, la demanda interior tardará mucho en alcanzar el nivel necesario para iniciar una recuperación sostenida, especialmente en un país como España fuertemente afectado por la burbuja financiero-inmobiliaria.

En ausencia de demanda interior, solo cabe confiar en la competitividad exportadora.

Y, en ausencia de moneda propia, la única forma de recuperar esa competitividad es la depresión general de salarios y precios. Es lo que llamamos la devaluación interior. La depresión y el desempleo, junto con reformas convenientes de la legislación laboral, permitirán reducir los costes laborales. Se supone que ello permitirá reducir los precios de los productos exportados y aumentar las exportaciones, que tomarán el relevo de la demanda interior y permitirán recuperar el crecimiento sobre la base de exportaciones baratas y bajos costes salariales.

Esta es la nueva política económica que se impone en la Unión Europea, especialmente para los países con dificultades financieras (básicamente los del sur). Se trata de convertir a Europa en una economía exportadora (como China o La India) basada en los bajos costes salariales y la minimización del Estado del Bienestar. Esta política puede ser viable para los países más fuertes y competitivos, como Alemania, a costa de importantes recortes sociales, mientras las principales economías no europeas (USA, China…) escapen a la recesión. Y, además, la austeridad presupuestaria garantiza que los países del sur harán frente a su deuda, mayoritariamente en poder de los bancos alemanes. Es un modelo diseñado a la medida de los acreedores-especuladores financieros.

Pero para la población de los estados del sur de Europa supone un largo calvario de sacrificios, que ni siquiera garantizan mejoras económicas a largo plazo, y que llevan anexa la liquidación de lo que quedaba del estado del bienestar.

7.- La ruina del Estado.

A estas alturas ya resulta evidente que uno de los rasgos diferenciales de esta crisis, frente a otras anteriores, es el endeudamiento masivo y la ruina generalizada de los estados resultantes.

Unos estados minimizados después de treinta años de neoliberalismo, y reducidos a la impotencia fiscal por el dogma liberal-conservador, han tenido que hacer frente a la crisis más profunda desde la segunda guerra mundial y, en algunos casos, han debido hacerlo privados de la mitad de sus instrumentos de política económica. Los estados sin moneda propia, como si se tratase de una representación teatral de los modelos macroeconómicos, se han encontrado interviniendo en un sistema compartimentado a la manera cuantitativista, en el cual la única forma de evitar la bancarrota del estado es el endeudamiento ilimitado o la liquidación de los servicios públicos. El resultado ha sido, no solo el fracaso de las políticas económicas anti crisis, sino también el inicio de un camino sin retorno para minimizar, externalizar y privatizar lo que aún quedaba del estado del bienestar; al tiempo que se aprueban reformas legales que reducen los derechos y garantías laborales para poder cargar, aún más, sobre los trabajadores el coste de la crisis.

Si la ciudadanía no reacciona frente a este curso de los acontecimientos económicos y sociales, cuando algún día se alcance algo parecido a la recuperación económica, el sistema en el que vivirán los ciudadanos del futuro será muy diferente de la economía social de mercado que durante tantos años vendió el capitalismo como imagen (que no como realidad) de su modelo social.

8.- Epílogo.

En la primavera de este año 2010, en el momento álgido de la especulación financiera contra la deuda del Reino de España, el primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, se lamentaba de la maldad de los bancos que especulaban con la deuda de los estados del sur de Europa después de haber sido rescatados con dinero público. El tono, dolido y apenado, parecía representar la reacción de alguien que descubre, con tristeza, el carácter despiadado y voraz de algo que hasta el momento había considerado una institución benéfica.

Como en aquel famoso chiste de los rusos que hablaban sobre las enseñanzas que había transmitido el comunismo, la socialdemocracia europea se dedicó durante muchos años a convencer a la ciudadanía de que todo lo que decía el comunismo sobre sí mismo era mentira. En esa tarea gastó muchos esfuerzos y obtuvo un notable éxito: no es difícil convencer a la gente de algo que se corresponde con la realidad.

Ahora, sin embargo, parecen haber descubierto con amargura lo mismo que ya sabían aquellos rusos: que todo lo que decían del capitalismo era verdad.

Bienvenidos al modelo clásico.

12 PREGUNTAS SOBRE EL DECRECIMIENTO A CARLOS TAIBO

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Solomirar

El del decrecimiento no es un proyecto que sustituya a todo lo que el conjunto de luchas contra el capitalismo ha supuesto desde mucho tiempo atrás: es, antes bien, una perspectiva que permite abrir un nuevo frente de contestación del capitalismo imperante. En ese sentido parece razonable afirmar que en el Norte desarrollado de principios del siglo XXI no es imaginable ningún proyecto anticapitalista consecuente que no sea al mismo tiempo decrecimentalista, autogestionario y antipatriarcal.

1. En el momento presente, ¿es inequívocamente saludable el crecimiento económico?
La visión dominante en las sociedades opulentas sugiere que el crecimiento económico es la panacea que resuelve todos los males. A su amparo – se nos dice – la cohesión social se asienta, los servicios públicos se mantienen, y el desempleo y la desigualdad no ganan terreno.

Sobran las razones para recelar, sin embargo, de todo lo anterior. El crecimiento económico no genera -o no genera necesariamente- cohesión social, provoca agresiones medioambientales en muchos casos irreversibles, propicia el agotamiento de recursos escasos que no estarán a disposición de las generaciones venideras y, en fin, permite el asentamiento de un modo de vida esclavo que invita a pensar que seremos más felices cuantas más horas trabajemos, más dinero ganemos y, sobre todo, más bienes acertemos a consumir. Frente a esto se impone la certeza de que, dejado atrás un nivel elemental de consumo, el acrecentamiento irracional de este último es antes un indicador de infelicidad que una muestra de lo contrario. Es razonable adelantar, por lo demás, que la crisis general por la que atravesamos está llamada a permitir que la conciencia en lo que respecta a estos sinsentidos se asiente en una parte significada de la ciudadanía.

2. ¿Cuáles son los pilares en los que se asientan los sinsentidos del crecimiento?
Son tres los pilares en los que se sustenta tanta irracionalidad.

* El primero es la publicidad, que nos obliga a comprar lo que no necesitamos y, llegado el caso, exige que adquiramos, incluso, lo que nos repugna.
* El segundo es el crédito, que históricamente ha permitido allegar el dinero que permitía preservar el consumo aun en ausencia de recursos.
* El tercero es la caducidad de los bienes producidos, claramente programados para que en un período de tiempo breve dejen de funcionar, de tal suerte que nos veamos en la obligación de comprar otros nuevos.

Por detrás de todo ello despunta, en palabras de Z. Bauman, la certeza de que “una sociedad de consumo sólo puede ser una sociedad de exceso y prodigalidad y, por ende, de redundancia y despilfarro”.

3. ¿Debemos fiarnos de los indicadores económicos que hoy empleamos?
Los indicadores económicos que nos vemos obligados a utilizar -así, el producto interior bruto (PIB) y afines- han permitido afianzar, en palabras de J.K. Galbraith, “una de las formas de mentira social más extendidas”. Pensemos que si un país retribuye al 10% de sus habitantes por destruir bienes, hacer socavones en las carreteras, dañar los vehículos…, y a otro 10% por reparar esas carreteras y vehículos, tendrá el mismo PIB que un país en el que el 20% de los empleos se consagre a mejorar la esperanza de vida, la salud, la educación y el ocio.

Y es que la mayoría de esos indicadores contabiliza como crecimiento -y cabe suponer también que como bienestar- todo lo que es producción y gasto, incluidas las agresiones medioambientales, los accidentes de tráfico, la fabricación de cigarrillos, los fármacos y las drogas, o el gasto militar. Esos mismos indicadores apenas nada nos dicen, en cambio, del trabajo doméstico, en virtud de un código a menudo impregnado de machismo, de la preservación objetiva del medio ambiente – un bosque convertido en papel acrecienta el PIB, en tanto ese mismo bosque indemne, decisivo para garantizar la vida, no computa como riqueza-, de la calidad de los sistemas educativo y sanitario – y en general de las actividades que generan bienestar aunque no impliquen producción y gasto -, o del incremento del tiempo libre.

De resultas puede afirmarse que la ciencia económica dominante sólo presta atención a las mercancías – lo que se tiene o no se tiene -, y no a los bienes que hacen que alguien sea algo (F. Flahault), en un escenario en el que “las ideas rectoras de la modernidad son más, mayor, más deprisa, más lejos” (M. Linz).

4. ¿No son muchas las razones para contestar el progreso, más aparente que real, que han protagonizado nuestras sociedades durante decenios?
Son muchas, sí. Hay que preguntarse, por ejemplo, si no es cierto que en la mayoría de las sociedades occidentales se vivía mejor en el decenio de 1960 que ahora: el número de desempleados era sensiblemente menor, la criminalidad mucho más baja, las hospitalizaciones por enfermedades mentales se hallaban a años luz de las actuales, los suicidios eran infrecuentes y el consumo de drogas escaso. En EE.UU., donde la renta per cápita se ha triplicado desde el final de la segunda guerra mundial, desde 1960 se reduce, sin embargo, el porcentaje de ciudadanos que declaran sentirse satisfechos. En 2005 un 49% de los norteamericanos estimaba que la felicidad se hallaba en retroceso, frente a un 26% que consideraba lo contrario.

Son muchos los expertos que concluyen, en suma, que el crecimiento en la esperanza de vida al nacer registrado en los últimos decenios bien puede estar tocando a su fin en un escenario lastrado por la extensión de la obesidad, el estrés, la aparición de nuevas enfermedades y la contaminación.

5. ¿Por qué hay que decrecer?En los países ricos hay que reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales. “El único programa que necesitamos se resume en una palabra: menos. Menos trabajo, menos energía, menos materias primas” (B. Grillo).

Por detrás de esos imperativos despunta un problema central: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Si es evidente que, en caso de que un individuo extraiga de su capital, y no de sus ingresos, la mayoría de los recursos que emplea, ello conducirá a la quiebra, parece sorprendente que no se emplee el mismo razonamiento a la hora de sopesar lo que las sociedades occidentales están haciendo con los recursos naturales. Aunque nos movemos -si así quiere- en un barco que se encamina directamente hacia un acantilado, lo único que hemos hecho en los últimos años ha sido reducir un poco la velocidad sin modificar, en cambio, el rumbo.

Para calibrar la hondura del problema, el mejor indicador es la huella ecológica, que mide la superficie del planeta, terrestre como marítima, que precisamos para mantener las actividades económicas. Si en 2004 esa huella lo era de 1,25 planetas Tierra, según muchos pronósticos alcanzará dos Tierras -si ello es imaginable- en 2050. La huella ecológica igualó la biocapacidad del planeta en torno a 1980, y se ha triplicado entre 1960 y 2003. En paralelo, no está de más que recordemos que en 2000 se estimaban en 41 los años de reservas de petróleo, 70 los de gas y 55 los de uranio.

6. ¿Cuál es la actitud que ante lo anterior exhiben nuestros dirigentes políticos?
Los dirigentes políticos, marcados por un irrefrenable cortoplacismo electoral, prefieren dar la espalda a todos estos problemas. De resultas, y en palabras de C. Castoriadis, “quienes preconizan ‘un cambio radical de la estructura política y social’ pasan por ser ‘incorregibles utopistas’, mientras que los que no son capaces de razonar a dos años vista son, naturalmente, realistas”. Todo pensamiento radical y contestatario es tildado inmediatamente de extremista y violento, además de patológico.

La idea, supersticiosa, de que nuestros gobernantes tienen soluciones de recambio se completa con la que sugiere que la ciencia resolverá de manera mágica, antes o después, todos estos problemas. No parecería lógico, sin embargo, construir un “rascacielos sin escaleras ni ascensores sobre la base de la esperanza de que un día triunfaremos sobre la ley de la gravedad” (M. Bonaiuti). Más razonable resultaría actuar como lo haría un pater familias diligens, que “se dice a sí mismo: ya que los problemas son enormes, e incluso en el caso de que las probabilidades sean escasas, procedo con la mayor prudencia, y no como si nada sucediese” (C. Castoriadis). No es ésta una carencia que afecte en exclusiva a los políticos. Alcanza de lleno, antes bien, a los ciudadanos, circunstancia que da crédito a la afirmación realizada por un antiguo ministro del Medio Ambiente francés: “La crisis ecológica suscita una comprensión difusa, cognitivamente poco influyente, políticamente marginal, electoralmente insignificante”.

7. ¿Basta, sin más, con reducir determinadas actividades económicas?
A buen seguro que no es suficiente con acometer reducciones en los niveles de producción y de consumo. Es preciso reorganizar en paralelo nuestras sociedades sobre la base de otros valores que reclamen el triunfo de la vida social, del altruismo y de la redistribución de los recursos frente a la propiedad y al consumo ilimitado. Los verbos que hoy rigen nuestra vida cotidiana son “tener-hacer-ser“: si tengo esto o aquello, entonces haré esto y seré feliz. Hay que reivindicar, en paralelo, el ocio frente al trabajo obsesivo. O, lo que es casi lo mismo, frente al “más deprisa, más lejos, más a menudo y menos caro” hay que contraponer el “más despacio, menos lejos, menos a menudo y más caro” (Y. Cochet). Debe apostarse, también, por el reparto del trabajo, una vieja práctica sindical que, por desgracia, fue cayendo en el olvido con el paso del tiempo.

Otras exigencias ineludibles nos hablan de la necesidad de reducir las dimensiones de muchas de las infraestructuras productivas, de las organizaciones administrativas y de los sistemas de transporte. Lo local, por añadidura, debe adquirir una rotunda primacía frente a lo global en un escenario marcado, en suma, por la sobriedad y la simplicidad voluntaria. Entre las razones que dan cuenta de la opción por esta última están la pésima situación económica, la ausencia de tiempo para llevar una vida saludable, la necesidad de mantener una relación equilibrada con el medio, la certeza de que el consumo no deja espacio para un desarrollo personal diferente o, en fin, la conciencia de las diferencias alarmantes que existen entre quienes consumen en exceso y quienes carecen de lo esencial.

S. Latouche ha resumido el sentido de fondo de esos valores de la mano de ocho “re“: reevaluar (revisar los valores), reconceptualizar, reestructurar (adaptar producciones y relaciones sociales al cambio de valores), relocalizar, redistribuir (repartir la riqueza y el acceso al patrimonio natural), reducir (rebajar el impacto de la producción y el consumo), reutilizar (en vez de desprenderse de un sinfín de dispositivos) y reciclar.

8. Esos valores, ¿son realmente ajenos a la organización de las sociedades humanas?
Los valores que acabamos de reseñar no faltan, en modo alguno, en la organización de las sociedades humanas. Así lo demuestran, al menos, cuatro ejemplos importantes. Si el primero nos recuerda que las prácticas correspondientes tienen una honda presencia en muchas de las tradiciones del movimiento obrero – y en particular, bien es cierto, en las vinculadas con el mundo libertario -, la segunda subraya que en una institución central en muchas sociedades, la familia, impera antes la lógica del don y de la reciprocidad que la de la mercancía.

Pero lo social está a menudo presente, también, en lo que despectivamente hemos dado en llamar economía informal. En muchos casos “el objetivo de la producción informal no es la acumulación ilimitada, la producción por la producción. El ahorro, cuando existe, no se destina a la inversión para facilitar una reproducción ampliada”, recuerda S. Latouche. Y está presente en la experiencia histórica de muchas sociedades que no estiman que su felicidad deba vincularse con la acumulación de bienes, y que adaptaron su modo de vida a un entorno natural duradero. No se olvide al respecto a los campesinos que, en la Europa mediterránea, plantaban olivos e higueras cuyos frutos nunca llegarían a ver, pensando, con claridad, en las generaciones venideras. Tampoco debe olvidarse que muchas sociedades que tendemos a describir como primitivas y atrasadas pueden darnos muchas lecciones en lo que atañe a la forma de llevar a la práctica los valores de los que hemos hecho mención.

9. ¿Qué supondría el decrecimiento en las sociedades opulentas?
Hablando en plata, lo primero que las sociedades opulentas deben tomar en consideración es la conveniencia de cerrar – o al menos de reducir sensiblemente la actividad correspondiente – muchos de los complejos fabriles hoy existentes. Estamos pensando, cómo no, en la industria militar, en la automovilística, en la de la aviación o en buena parte de la de la construcción.

Los millones de trabajadores que, de resultas, perderían sus empleos deberían encontrar acomodo a través de dos grandes cauces. Si el primero lo aportaría el desarrollo ingente de actividades en los ámbitos relacionados con la satisfacción de las necesidades sociales y medioambientales, el segundo llegaría de la mano del reparto del trabajo en los sectores económicos tradicionales que sobrevivirían. Importa subrayar que en este caso la reducción de la jornada laboral bien podría llevar aparejada, por qué no, reducciones salariales, siempre y cuando éstas, claro, no lo fueran en provecho de los beneficios empresariales. Al fin y al cabo, la ganancia de nivel de vida que se derivaría de trabajar menos, y de disfrutar de mejores servicios sociales y de un entorno más limpio y menos agresivo, se sumaría a la derivada de la asunción plena de la conveniencia de consumir, también, menos, con la consiguiente reducción de necesidades en lo que a ingresos se refiere. No es preciso agregar -parece- que las reducciones salariales que nos ocupan no afectarían, naturalmente, a quienes menos tienen.

10. ¿Es el decrecimiento un proyecto que augura, sin más, la infelicidad a los seres humanos?
Parece evidente que el decrecimiento no implica en modo alguno, para la mayoría de los habitantes, un entorno de deterioro de sus condiciones de vida. Antes bien, debe acarrear mejoras sustanciales como las vinculadas con la redistribución de los recursos; la creación de nuevos sectores que atiendan las necesidades insatisfechas; la preservación del medio ambiente, el bienestar de las generaciones futuras, la salud de los ciudadanos y las condiciones del trabajo asalariado, o el crecimiento relacional en sociedades en las que el tiempo de trabajo se reducirá sensiblemente.

Al margen de lo anterior, conviene subrayar que en el mundo rico se hacen valer elementos – así, la presencia de infraestructuras en muchos ámbitos, la satisfacción de necesidades elementales o el propio decrecimiento de la población – que facilitarían el tránsito a una sociedad distinta. Hay que partir de la certeza de que, si no decrecemos voluntaria y racionalmente, tendremos que hacerlo obligados de resultas del hundimiento, antes o después, del capitalismo global que padecemos.

11. ¿Qué argumentos se han formulado para cuestionar la idoneidad del decrecimiento?
Los argumentos vertidos contra el decrecimiento parecen poco relevantes. Se ha señalado, por ejemplo, y contra toda razón, que la propuesta se emite desde el Norte para que sean los países del Sur los que decrezcan materialmente. También se ha sugerido que el decrecimiento es antidemocrático, en franco olvido de que los regímenes que se ha dado en describir como totalitarios nunca han buscado, por razones obvias, reducir sus capacidades militar-industriales. Más bien parece que, muy al contrario, el decrecimiento, de la mano de la autosuficiencia y de la simplicidad voluntaria, bebe de una filosofía no violenta y antiautoritaria. La propuesta que nos interesa no remite, por otra parte, a una postura religiosa que reclama una renuncia a los placeres de la vida: reivindica, antes bien, una clara recuperación de éstos en un escenario marcado, eso sí, por el rechazo de los oropeles del consumo irracional.

12. ¿También deben decrecer los países pobres?
Aunque, con certeza, el debate sobre el decrecimiento tiene un sentido distinto en los países pobres – está fuera de lugar reclamar reducciones en la producción y el consumo en una sociedad que cuenta con una renta per cápita treinta veces inferior a la nuestra -, parece claro que aquéllos no deben repetir lo hecho por los países del Norte. No se olvide, en paralelo, que una apuesta planetaria por el decrecimiento, que acarrearía por necesidad un ambicioso programa de redistribución, no tendría, por lo demás, efectos notables en términos de consumo convencional en el Sur.

Para esos países se impone, en la percepción de S. Latouche, un listado diferente de “re“: romper con la dependencia económica y cultural con respecto al Norte, reanudar el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la globalización, reencontrar la identidad propia, reapropiar ésta, recuperar las técnicas y saberes tradicionales, conseguir el reembolso de la deuda ecológica y restituir el honor perdido.

LOS OLVIDADOS OBJETIVOS DEL MILENIO

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R. Castillo, en 'Rincón Solidario'

Como siempre nuestros humoristas preferidos suelen retratar muy bien la realidad. Se está celebrando en Nueva York una cumbre que revisa los ocho objetivos del milenio cuyo objetivo es erradicar la pobreza en 2015. Ya hemos hablado en este blog sobre los objetivos del milenio, que deberían estar cumplidos en 2015 y os recordamos:

Erradicar la pobreza extrema y el hambre.
925 millones de personas pasan hambre en el mundo (13′5%), cuando se fijaron los Objetivos del Milenio (año 2000), el porcentaje de personas sufriendo hambruna era del 14%, el objetivo es que en 2015 tiene que quedar reducido a la mitad, al 7%.
Lograr la enseñanza primaria universal.
Uno de cada diez niños y niñas en edad de estudiar primaria no asiste a la escuela y de ellos casi la mitad vive en África subsahariana, “sólo” son necesarios 16.000 millones de dólares anuales adicionales para alcanzar este objetivo.


Promover la igualdad entre los géneros y la autonomía de la mujer.
Alrededor de 5.000 mujeres mueren al año asesinadas por el ‘honor’ de sus familias. En España, 50 mujeres han muerto ya este año por violencia de género. Además en más de 100 países todavía hay más niños que niñas en las escuelas y las mujeres de todo el mundo en desarrollo son las más afectadas por la crisis.


Reducir la mortalidad infantil.
Aunque ha habido avances significativos en este objetivo, la mortalidad de menores de 5 años se ha reducido en un tercio desde 1990 (en parte gracias a las vacunas), todavía una buena parte de la mortalidad infantil se debe a causas tratables o previsibles como la diarrea. De hecho se calculaque morirán 70.000 menores durante los tres días de celebración de la cumbre.


Mejorar la salud materna.
También ha habido avances en este objetivo, el número de mujeres que mueren debido a las complicaciones durante el embarazo y el parto ha descendido un 34% desde 1990 gracias a una mejora en la educación y en el acceso a la salud, pero todavía estamos lejos de alcanzar la meta: que la mortalidad materna tiene que estar reducida en un 75%.


Combatir el VIH / Sida, la malaria y otras enfermedades.
Desde 2005 gracias a que el acceso a la medicación se ha multiplicado por diez, las infecciones y muertes por VIH han descendido, según la ONU 22 países del África Subsahariana han reducido el número de infectados en un 25%, pero todavía alrededor de un millón de personas mueren al año de malaria (el 95% en el África subsahariana y la gran mayoría era menores de 5 años).


Garantizar la sostenibilidad del medio ambiente.
La temperatura del planeta va a subir entre 3 y 3′9 grados de aquí a 2100, según varios estudios científicos y los recursos que se están invirtiendo para luchar contra esto son claramente insuficientes.


Fomentar una Asociación Mundial para el Desarrollo.
Los países miembros de la Unión Europea se han comprometido a que en 2015 destinarán el 0, 7% a ayudar a los llamados “países en desarrollo” (yo los llamo países empobrecidos). De momento sólo están cumpliendo Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, los Países Bajos y Suecia. En 2009 España donó el 0′47% y por la crisis económica ha reducido en 800 millones la Ayuda Oficial al Desarrollo para los dos próximos años.

Aunque hay que reconocer que en gran parte de estos objetivos se ha avanzado (tímidamente en algunos) y se ha mejorado la situación de partida de cuando fueron formulados, también hay que decir que los resultados son claramente insuficientes y que difícilmente se conseguirá cumplir alguno de estos objetivos en el año 2015, cuando estaba fijada la meta, ¿y porqué? por la desidia y falta de interés de los responsables políticos de los países ricos, de los países enriquecidos a costa de la población de los países pobres (a los que se destinan estos objetivos), más preocupados por mantenerse en el poder aún a costa de favorecer únicamente los intereses locales de una minoría, ¿para cuando tendremos gobernantes preocupados realmente por el futuro de TODA la humanidad?.

En esta cumbre el secretario general de la ONU ha cuantificado en 100.000 millones de dolares lo que habría que invertir para conseguir cumplir con éxito los objetivos del milenio de aquí a 2015, pero de momento sólo hay discursitos de buenas intenciones por parte de los países responsables de alcanzar este fin.

En el documento final (no aprobado aún), los 140 países que lo suscriben “constatan con profundo pesar que el número de personas que vive en la extrema pobreza o pasa hambre supera los 1.000 millones y que las desigualdades, entre países, y dentro de cada país, siguen siendo cruciales”. La declaración reconoce que la crisis “ha aumentado las vulnerabilidades y profundizado las desigualdades” y emplaza a los dirigentes a “hacer todo lo que esté en su poder para alcanzar los objetivos del milenio de aquí a 2015″.

 

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