Isaac Rosa, en 'eldiario.es'
En tiempos revueltos como estos, no hay lugar para las medias tintas. Y menos en la urna electoral, donde en momentos de grave crisis sólo caben votos duros, de los que se traen ya de casa apretados en el puño. No son estos momentos para merodear por la mesa de las papeletas curioseando qué se oferta. El que lo tiene muy claro, va a votar y vota sin titubeo; y el que no, se queda en casa (como ha hecho más de un 35% de votantes).
Los que han ido a votar este domingo en Euskadi y Galicia no estaban para medias tintas, ni para puntos medios, ni para tierras de nadie. En tiempo de crisis el voto está dominado por el miedo o por la rabia; el miedo del que busca algo firme en medio de la tormenta; y la rabia del que sopla más fuerte para que el vendaval termine de llevárselo todo.
Los del miedo buscan seguridad, y por eso votan al poder, a la autoridad, al partido institucional, al dueño del cortijo. Es decir, al PP en Galicia y al PNV en Euskadi, que han gobernado ambos territorios desde la Transición con solo alguna pequeña interrupción, y que se han mimetizado con las instituciones como si fueran suyas.
Por el contrario, los de la rabia buscan el cambio, la alternativa, y la quieren de verdad, rotunda, radical: votan a EH/Bildu, que casi toca el cielo, o a la Alternativa Galega, que partiendo casi de cero se ha hecho con un 15% de votos y da esperanzas a la izquierda social del resto del Estado.
Entre ambos extremos, entre el poder y el cambio, entre la autoridad y la alternativa, hay poco espacio habitable. Es el territorio de las medias tintas, es decir, del PSOE: ese que está en contra de los recortes pero fue el primero en aplicarlos; ese que rechaza el rescate pero no se plantea romper con Europa; ese que se dice de izquierda pero aplica políticas de derecha; ese que entre el españolismo de unos y el soberanismo de otros, se queda solo defendiendo un federalismo que llega tarde para muchos.
Los votantes de derecha eligen partidos de derecha-derecha; los de izquierda exigen partidos de izquierda-izquierda; los nacionalistas vascos o gallegos, escogen el discurso soberanista; los nacionalistas españoles, optan por la bandera española. El PSOE no contenta a ninguno de esos votantes, a los que ofrece un poco de todo, una pizca de derecha económica y otra de izquierda social; un pellizco de autonomismo pseudo federalista y otro poco de Constitución española. Es decir, nada firme, nada sólido, nada de lo que buscan quienes en tiempo de crisis, llevados por el miedo o por la rabia, no están para medias tintas. Por eso, más allá de vencedores, sale un claro derrotado, el PSOE.
Los que no tienen mucho que celebrar, pese a sus victorias, son Alberto Núñez Feijóo e Iñigo Urkullu: les tocará administrar en sus territorios el rescate español, cuyo reloj de cuenta atrás se pone en marcha una vez terminada la tregua que se concedió a sí mismo Rajoy.
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