1.
El huracán Sandy ha sido considerado mayoritariamente como síntoma y resultado del cambio climático. Lejos de constituir un fenómeno natural, dicho cambio es una cuestión social, política y cultural: remite a la cualidad de las relaciones sociales en las que vivimos, al tipo de políticas con las que somos gobernados y a las formas de vida en las que nos socializamos. Cuando lo económico constituye la clave explicativa de lo social, de lo político y de lo cultural, todo deriva irremediablemente en la economía: el cambio climático también. Aunque el famoso Informe Stern reveló en 2006 que dicho cambio provocará una caída del PIB mundial que puede llegar hasta el 20% en las proximas décadas, la actual imposición de la austerity y el secuestro dictatorial de la moneda imposibilitan el desarrollo de las inversiones necesarias para impedir el desastre. El capitalismo se parece cada vez más a una pescadilla que se muerde la cola. Al Gore, paladín de la concienciación sobre el cambio climático, es una buena prueba de ello. El tipo es dueño de tres mansiones y vive en una casa con dos decenas de habitaciones y una piscina privada: se calcula que la forma de vida de su familia consume veinte veces más energía eléctrica que un hogar medio de su país. Aunque los estadounidenses constituyen menos del 5% de la población del planeta, gastan el 26% de la energía mundial. Además, generan ellos solos el 24% del total de emisiones de dióxido de carbono que se producen en el mundo. El Informe Stern apuntaba hace seis años que ese tipo de emisiones estaba generando un incremento en la velocidad del viento que amenazaba con desatar violentos huracanes e inundaciones en Estados Unidos. Definitivamente, una pescadilla que se muerde la cola.
2.
Sandy ha puesto encima de la mesa muchos de los asuntos que la carrera electoral estadounidense ha ignorado: el primero de ellos, el cambio climático. La reciente campaña se ha caracterizado por los silencios y los vacíos generalizados. La lógica electoral suele convertir la política en vacua retórica o, como se dice ahora, en simple ejercicio ideoléxico: mero juego semántico y construcción ideológica. Lo cierto es que en su condición ideoléxica, las élites del mundo se dividen entre las que niegan el cambio climático y las que lo admiten pero se empeñan con todas sus fuerzas en que la humanidad no pueda combatirlo. Romney forma parte de las primeras y Obama de las segundas. En 2009 se celebró en Copenhague la XV Conferencia sobre cambio climático de la ONU. Días antes de su inicio, Obama firmó un acuerdo con las autoridades chinas para bloquear la conferencia e impedir un acuerdo mundial vinculante que permitiera la reducción de emisiones de dióxido de carbono. Como sabemos, el Informe Stern vinculó directamente dichas emisiones con los huracanes en Estados Unidos: alguien podría pensar en una producción política de Sandy. Lo cierto es que en las recientes elecciones a la Casa Blanca los estadounidenses se han visto obligados a elegir entre un político que niega la realidad y otro que se empeña no sólo en que esa realidad no cambie, sino en que incluso empeore. Ese será nuestro sino mientras sigamos atrapados en los círculos concéntricos de las élites y de lo instituido. El capitalismo no sólo es una pescadilla que se muerde la cola, también es un laberinto.
3.
La producción política de las causas de Sandy es simétrica a la producción política de sus consecuencias. Antes de Sandy, Nueva York había sufrido la intensa gestión neoliberal de sus últimos cuatro alcaldes. Giuliani y Bloomberg han resultado particularmente virulentos en ese sentido: sus políticas municipales han erosionado considerablemente las infraestructuras de la ciudad, desatando una manifiesta obsolescencia en los transportes, multiplicando la infravivienda y extendiendo la pobreza. En su libro La doctrina del shock, Naomi Klein definía esa ingeniería socioeconómica como “capitalismo del desastre”. En Nueva York existía ya un desastre previo a la llegada del desastre: el abandono neoliberal de las infraestructuras locales ha favorecido notablemente el envite de Sandy. Los más de cuarenta muertos en la ciudad, la suspensión del transporte urbano, los hogares destruidos y la caída del servicio eléctrico ilustran mínimamente la materialidad de un shock plagado de nombres propios y de historias. Elisabeth, por ejemplo, vive en Long Island y ha perdido su yate. Además, su lujosa residencia en la playa ha sufrido numerosos daños en su estructura. Ella le contó su historia a la cadena Fox. Estaba profundamente conmocionada y no podía dejar de llorar. María, sin embargo, atendió al canal Univisión en Coney Island. Estaba muy seria y tranquila. Al igual que su esposo, ella es una persona migrante indocumentada. Ambos habitan con sus tres hijos en un sótano sin apenas luz y con excasa ventilación. Mientras María achicaba agua, una reportera trataba sin éxito de sacarle un testimonio. Aburrida de la periodista, le soltó finalmente: “mire señorita, esto no es de ahora, aquí nos pasa cada vez que llueve. Yo llevo sufriendo a Sandy toda mi vida”.
4.
Sandy no sólo ha sacado a la luz en Nueva York la erosión neoliberal de las infraestructuras, también ha subrayado el abandono de las personas: miles de neoyorquinos continuaban sin luz, ni agua, ni calefacción, ni acceso a alimentos días después del paso del huracán. Entonces ocurrió el milagro: una marea de gente común y anónima comenzó a autoorganizarse para tejer una tupida red de cooperación que ha llevado miles de voluntarios, agua, medicinas, ropa y toneladas de alimentos a las zonas más golpeadas por el huracán. Se trata de una experiencia verdaderamente bella y profunda impulsada por dos motores fundamentales. El primero de ellos posee una naturaleza cultural y se conecta con el comunitarismo que, a diferencia del modelo intervencionista europeo, ha caracterizado la vida urbana en las grandes ciudades de Estados Unidos: la ausencia de intervención pública ha favorecido una cultura de la community y de los tejidos locales activos. Es un fenómeno contradictorio y complejo del que dio cuenta hace diez años el sociólogo francés Jacques Donzelot, en un interesantísimo libro que fue pasto de una crítica despiadada por parte de la izquierda (Faire société: la politique de la ville aux États-Unis et en France). El segundo motor de la potente experiencia de cooperación social que ha desatado Sandy posee una naturaleza política: Occupy Wall Street. Fueron sus activistas los que dieron el primer paso, lanzaron el llamamiento y organizaron las redes digitales sobre las que se ha extendido la materialidad de la experiencia. Occupy Wall Street ahora es Occupy Sandy.
5.
Pese a que desde sus inicios el movimiento Occupy ha funcionado como un espacio de encuentro entre diferentes, la hegemonía paulatina de una componente activista tradicional, cargada de gestos y lenguajes que resultan generalmente excluyentes, fue restando potencia a la experiencia y despoblándola de personas comunes y desconectadas de los registros estéticos y formales de la izquierda. El pasado mes de septiembre, algunos leímos en el rito de conmemoración de la ocupación de Zuccotti Plaza una escenificación del deceso irremediable de la potencia del movimiento. Sin embargo, como nos pasa la mayoría de las veces, nos equivocamos. Sandy ha generado la segunda resurrección de Occupy. La primera se produjo en sus inicios, cuando la brutalidad policial afectó a la opinión pública y movilizó la sensibilidad común de gran parte de la ciudad a favor del movimiento. La segunda ha llegado con un huracán que ha logrado dislocar momentáneamente la terrible disfuncionalidad que arrastramos muchos de los que venimos del activismo tradicional: cuando dejamos de entender la acción política como el proyecto de construcción de un sujeto y una identidad, somos capaces de articular el movimiento como infraestructura y agencia al servicio del común, de la inteligencia colectiva y de las formas de subjetivación y de vida en red. Entonces, vuelve la gente y el movimento de nuevo se hace de cualquiera y la política es otra vez el estar juntos en torno a los problemas que nos afectan y el sentido navega en una órbita constituyente. Eso que ya conocimos en las plazas. La política que necesita el presente. Occupy Sandy ha demostrado que los amigos y amigas del espacio Making Worlds tenían razón cuando nos decían a los más cansados y agoreros que la solución no era abandonar el barco, sino estar pese a todo y de alguna manera en el movimiento. Eso es lo que toca ahora. A los cansados y agoreros además nos toca escuchar y aprender, como siempre.
El huracán Sandy ha sido considerado mayoritariamente como síntoma y resultado del cambio climático. Lejos de constituir un fenómeno natural, dicho cambio es una cuestión social, política y cultural: remite a la cualidad de las relaciones sociales en las que vivimos, al tipo de políticas con las que somos gobernados y a las formas de vida en las que nos socializamos. Cuando lo económico constituye la clave explicativa de lo social, de lo político y de lo cultural, todo deriva irremediablemente en la economía: el cambio climático también. Aunque el famoso Informe Stern reveló en 2006 que dicho cambio provocará una caída del PIB mundial que puede llegar hasta el 20% en las proximas décadas, la actual imposición de la austerity y el secuestro dictatorial de la moneda imposibilitan el desarrollo de las inversiones necesarias para impedir el desastre. El capitalismo se parece cada vez más a una pescadilla que se muerde la cola. Al Gore, paladín de la concienciación sobre el cambio climático, es una buena prueba de ello. El tipo es dueño de tres mansiones y vive en una casa con dos decenas de habitaciones y una piscina privada: se calcula que la forma de vida de su familia consume veinte veces más energía eléctrica que un hogar medio de su país. Aunque los estadounidenses constituyen menos del 5% de la población del planeta, gastan el 26% de la energía mundial. Además, generan ellos solos el 24% del total de emisiones de dióxido de carbono que se producen en el mundo. El Informe Stern apuntaba hace seis años que ese tipo de emisiones estaba generando un incremento en la velocidad del viento que amenazaba con desatar violentos huracanes e inundaciones en Estados Unidos. Definitivamente, una pescadilla que se muerde la cola.
2.
Sandy ha puesto encima de la mesa muchos de los asuntos que la carrera electoral estadounidense ha ignorado: el primero de ellos, el cambio climático. La reciente campaña se ha caracterizado por los silencios y los vacíos generalizados. La lógica electoral suele convertir la política en vacua retórica o, como se dice ahora, en simple ejercicio ideoléxico: mero juego semántico y construcción ideológica. Lo cierto es que en su condición ideoléxica, las élites del mundo se dividen entre las que niegan el cambio climático y las que lo admiten pero se empeñan con todas sus fuerzas en que la humanidad no pueda combatirlo. Romney forma parte de las primeras y Obama de las segundas. En 2009 se celebró en Copenhague la XV Conferencia sobre cambio climático de la ONU. Días antes de su inicio, Obama firmó un acuerdo con las autoridades chinas para bloquear la conferencia e impedir un acuerdo mundial vinculante que permitiera la reducción de emisiones de dióxido de carbono. Como sabemos, el Informe Stern vinculó directamente dichas emisiones con los huracanes en Estados Unidos: alguien podría pensar en una producción política de Sandy. Lo cierto es que en las recientes elecciones a la Casa Blanca los estadounidenses se han visto obligados a elegir entre un político que niega la realidad y otro que se empeña no sólo en que esa realidad no cambie, sino en que incluso empeore. Ese será nuestro sino mientras sigamos atrapados en los círculos concéntricos de las élites y de lo instituido. El capitalismo no sólo es una pescadilla que se muerde la cola, también es un laberinto.
3.
La producción política de las causas de Sandy es simétrica a la producción política de sus consecuencias. Antes de Sandy, Nueva York había sufrido la intensa gestión neoliberal de sus últimos cuatro alcaldes. Giuliani y Bloomberg han resultado particularmente virulentos en ese sentido: sus políticas municipales han erosionado considerablemente las infraestructuras de la ciudad, desatando una manifiesta obsolescencia en los transportes, multiplicando la infravivienda y extendiendo la pobreza. En su libro La doctrina del shock, Naomi Klein definía esa ingeniería socioeconómica como “capitalismo del desastre”. En Nueva York existía ya un desastre previo a la llegada del desastre: el abandono neoliberal de las infraestructuras locales ha favorecido notablemente el envite de Sandy. Los más de cuarenta muertos en la ciudad, la suspensión del transporte urbano, los hogares destruidos y la caída del servicio eléctrico ilustran mínimamente la materialidad de un shock plagado de nombres propios y de historias. Elisabeth, por ejemplo, vive en Long Island y ha perdido su yate. Además, su lujosa residencia en la playa ha sufrido numerosos daños en su estructura. Ella le contó su historia a la cadena Fox. Estaba profundamente conmocionada y no podía dejar de llorar. María, sin embargo, atendió al canal Univisión en Coney Island. Estaba muy seria y tranquila. Al igual que su esposo, ella es una persona migrante indocumentada. Ambos habitan con sus tres hijos en un sótano sin apenas luz y con excasa ventilación. Mientras María achicaba agua, una reportera trataba sin éxito de sacarle un testimonio. Aburrida de la periodista, le soltó finalmente: “mire señorita, esto no es de ahora, aquí nos pasa cada vez que llueve. Yo llevo sufriendo a Sandy toda mi vida”.
4.
Sandy no sólo ha sacado a la luz en Nueva York la erosión neoliberal de las infraestructuras, también ha subrayado el abandono de las personas: miles de neoyorquinos continuaban sin luz, ni agua, ni calefacción, ni acceso a alimentos días después del paso del huracán. Entonces ocurrió el milagro: una marea de gente común y anónima comenzó a autoorganizarse para tejer una tupida red de cooperación que ha llevado miles de voluntarios, agua, medicinas, ropa y toneladas de alimentos a las zonas más golpeadas por el huracán. Se trata de una experiencia verdaderamente bella y profunda impulsada por dos motores fundamentales. El primero de ellos posee una naturaleza cultural y se conecta con el comunitarismo que, a diferencia del modelo intervencionista europeo, ha caracterizado la vida urbana en las grandes ciudades de Estados Unidos: la ausencia de intervención pública ha favorecido una cultura de la community y de los tejidos locales activos. Es un fenómeno contradictorio y complejo del que dio cuenta hace diez años el sociólogo francés Jacques Donzelot, en un interesantísimo libro que fue pasto de una crítica despiadada por parte de la izquierda (Faire société: la politique de la ville aux États-Unis et en France). El segundo motor de la potente experiencia de cooperación social que ha desatado Sandy posee una naturaleza política: Occupy Wall Street. Fueron sus activistas los que dieron el primer paso, lanzaron el llamamiento y organizaron las redes digitales sobre las que se ha extendido la materialidad de la experiencia. Occupy Wall Street ahora es Occupy Sandy.
5.
Pese a que desde sus inicios el movimiento Occupy ha funcionado como un espacio de encuentro entre diferentes, la hegemonía paulatina de una componente activista tradicional, cargada de gestos y lenguajes que resultan generalmente excluyentes, fue restando potencia a la experiencia y despoblándola de personas comunes y desconectadas de los registros estéticos y formales de la izquierda. El pasado mes de septiembre, algunos leímos en el rito de conmemoración de la ocupación de Zuccotti Plaza una escenificación del deceso irremediable de la potencia del movimiento. Sin embargo, como nos pasa la mayoría de las veces, nos equivocamos. Sandy ha generado la segunda resurrección de Occupy. La primera se produjo en sus inicios, cuando la brutalidad policial afectó a la opinión pública y movilizó la sensibilidad común de gran parte de la ciudad a favor del movimiento. La segunda ha llegado con un huracán que ha logrado dislocar momentáneamente la terrible disfuncionalidad que arrastramos muchos de los que venimos del activismo tradicional: cuando dejamos de entender la acción política como el proyecto de construcción de un sujeto y una identidad, somos capaces de articular el movimiento como infraestructura y agencia al servicio del común, de la inteligencia colectiva y de las formas de subjetivación y de vida en red. Entonces, vuelve la gente y el movimento de nuevo se hace de cualquiera y la política es otra vez el estar juntos en torno a los problemas que nos afectan y el sentido navega en una órbita constituyente. Eso que ya conocimos en las plazas. La política que necesita el presente. Occupy Sandy ha demostrado que los amigos y amigas del espacio Making Worlds tenían razón cuando nos decían a los más cansados y agoreros que la solución no era abandonar el barco, sino estar pese a todo y de alguna manera en el movimiento. Eso es lo que toca ahora. A los cansados y agoreros además nos toca escuchar y aprender, como siempre.
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