Isaac Rosa, en 'cuartopoder.es'
“La huelga general no ha paralizado el país”, repite el piquete de la derecha desde ayer, con tono triunfal. Frente a la consigna, caben dos respuestas: una es entrar al trapo, jugar en su terreno y con sus reglas, con su lenguaje y sus parámetros para medir huelgas, y perdernos así en una discusión de cifras, porcentajes, consumo eléctrico, comparaciones históricas, etc.
Pero cabe otra respuesta: ignorar las necedades del piquete antihuelga (sí, necedades, qué otra cosa puede decirse de quien cuenta más manifestantes en Santander que en Madrid), no perder un minuto en rebatirlo, y mejor contestarle: “Claro que no paralizó el país. Todo lo contrario: lo movilizó.”
Un país paralizado es lo que ellos pretenden: un país paralizado de miedo, una sociedad quieta y callada, atemorizada por la triple tenaza: la crisis (miedo al paro y a la exclusión); la reforma laboral (miedo al patrón, al que la reforma laboral dio todo el poder); y la represión (miedo a los porrazos y multas).
Pero ayer ocurrió todo lo contrario, y esa es nuestra victoria: el país no se paralizó, sino que se movilizó, se echó a la calle masivamente y aireó la protesta durante todo el día. Lo importante de ayer no es si los supermercados abrieron ni si el consumo energético fue mayor o menor. Lo decisivo fue que durante veinticuatro horas, desde la madrugada previa hasta la noche, millones de personas tomaron las calles de mil formas, tanto en el centro como en los barrios: piquetes (de trabajadores, estudiantiles, vecinales, ciclistas o yayoflautas), derivas espontáneas, cortes de tráfico, sentadas, encierros, pasacalles y el remate de las mayores manifestaciones en muchos años en la mayoría de ciudades. La imagen resultante no es la de un país paralizado, sino masivamente movilizado, que llenó de gritos, silbatos y lemas unas calles que, además, tenían aspecto y sonido de domingo en muchos momentos.
¿Y la huelga como tal? ¿No se trataba de dejar de trabajar un día? Sí, claro: y descontados los parados y los más precarios, los servicios mínimos, los sindicatos esquiroles (CSIF y algún otro) y los sindicatos despistados (los nacionalistas vascos, que no supieron ver la dimensión europea de la protesta), lo cierto es que aquí paró todo el que de verdad puede parar: la industria, el transporte y buena parte de los servicios públicos. Es decir, los sectores con más fuerza y tradición de lucha colectiva. También en eso la huelga fue un éxito, y es necedad entrar al juego tramposo de las cifras y las comparaciones con otras huelgas que nada tienen que ver (pues nada tienen que ver la sociedad y los problemas de entonces con los de ahora).
Así que permítanme que lo diga con todas las letras, en voz alta y sin ceder un milímetro a quienes tenían preparada la portada del “fracaso” desde días antes: la huelga general del 14-N fue un éxito. Lo sabemos nosotros, y lo más importante: lo saben ellos.
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