David García Aristegui, en La Marea
En los X-Men es el Profesor Charles Xabier quien reúne al grupo de mutantes para alguna misión importante, por ejemplo, salvar el mundo. En el libro Qué hacemos con el trabajo fue Juan José Castillo quien reunió un colectivo heterogéneo y heterodoxo de personas para una tarea muy concreta: plasmar una mirada distinta sobre el mundo del trabajo. En ella participamos, además de J.J. Ruth Caravantes, Chus González García, Rocio Lleó Fernández y quien suscribe estas líneas.
Qué hacemos con el trabajo es el libro más feminista en el que he participado, el que menos notas a pie de página contiene a los que ha contribuido J.J. y seguramente en el que más veces aparece la palabra “sindicato” de los que hayan escrito Ruth, Chus o Rocío. Quien busque en él términos como beneficios, déficit o productividad se va a llevar una ingrata sorpresa. Simplemente, no aparecen.
En cambio, al transitar por las páginas de Qué hacemos, descubriremos al hombre champiñón -que “sale de su casa comido, planchado, sano, emocionalmente equilibrado y dispuesto para la vida pública y la empresa”- o el hegemónico patrón BBVA -“Burgués, Blanco, Varón y Adulto”. En definitiva, iniciaremos un viaje donde se trata de reflexionar sobre todas las formas de trabajo que producen y reproducen una sociedad, nuestras sociedades, insertas en el conjunto del mundo en el que vivimos. Un viaje donde se intenta visibilizar todo lo que esconde el capitalismo, vaya.
Creo necesario también alertar sobre otro aspecto importante del libro: siendo una reflexión sobre los trabajos, el paro es un tema que abordamos de manera atípica. ¿A qué se debe? A que partimos de la sociedad como un todo y desde esa premisa nuestra mirada se focaliza en la realidad cotidiana. La realidad de quienes trabajan en casa cuidando a sus descendientes y a las personas mayores que lo necesitan, la realidad de la doble o la triple jornada: la que incluye, además del empleo en el mercado laboral, los trabajos y los cuidados invisibilizados y no remunerados, realizados mayoritariamente por mujeres.
Este abordaje al acceso al empleo, en un contexto de escasez de trabajo asalariado, intenta huir de una lógica de competencia (mujeres frente a hombres, autóctonos frente a migrantes…). Denunciamos que la coerción y el control laboral se refuerza fomentado cualquier relación social diferencial o hábito cultural especial, ahondando en cualquier distinción dentro de la división social del trabajo. La “cultura del puesto de trabajo” –tal como es nombrada por algunos autores como David Harvey– se convierte en un lugar privilegiado para que el patriarcado o la xenofobia se utilicen para intentar socavar la acción colectiva y la solidaridad entre trabajadores/as.
Es importante reflexionar sobre los trabajos existentes y cómo nos gustarían que fuesen, teniendo en cuenta factores tales como el género, la edad, la etnia, la diversidad funcional, la opción sexual etc., favoreciendo que todo el mundo podamos participar de una reconfiguración social del empleo y los trabajos. Qué hacer para que las diversas formas de trabajar sean coherentes con nuestras necesidades y no sea el mercado quien decide cómo es el trabajo. Dejar de tratar la fuerza de trabajo como una mercancía en el mercado.
Pero esto no es un manual para la acción sindical, ni siquiera para la acción social. Creemos que no hay recetas mágicas, huíamos de ellas. Así que menos mal que el libro no es una novela de Agatha Christie, porque les voy a destripar el final: preguntarnos qué podemos hacer desde nuestro colectivo para lograr una participación más diversa es un primer paso en una organización justa y transformadora. Es nuestra responsabilidad, cada cual en su ámbito y con sus posibilidades, el abrir debates, participar. Resistir y luchar. Para hacer que otro mundo sea posible.
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