No parece que Izquierda Unida, en su designio de refundarse, haya atraído de manera significativa a esos movimientos sociales que están, legítimamente, en su punto de mira. Aunque hay quien aducirá que muchos de los activistas de esos movimientos sienten un recelo biológico ante las ofertas que llegan de la coalición de izquierdas, no será bueno que en este caso nos quedemos con esa fácil explicación. No vaya a ser que esos activistas operen con IU como lo hacen tantos de nuestros dirigentes políticos ante los cambios que se registran en la izquierda abertzale…
Sin que pueda presumir de ningún conocimiento certero al respecto, creo que, sintonías cognitivas y emocionales aparte, los activistas que me ocupan –o la mayoría de ellos– aprecian como poco tres carencias en la oferta que IU plantea. La primera de ellas nos recuerda que, aunque Izquierda Unida declara ser una fuerza orgullosamente anticapitalista, la concreción programática de esa definición deja mucho, muchísimo que desear. Y es que, al fin y al cabo, lo único que IU parece reivindicar en estas horas es la preservación de nuestro maltrecho Estado del bienestar y, en paralelo, la reconstrucción de la desregulación perdida al calor de las prácticas neoliberales. El proyecto correspondiente, incapaz de abandonar el escenario que el sistema ofrece, se ajusta entonces a lo que cabe entender que es una socialdemocracia consecuente. Esta última, contenta con gestionar el capitalismo, no tomaría en serio en momento alguno, sin embargo, la posibilidad de salir de él. En tal sentido, IU no llevaría delantera alguna a nuestros sindicatos mayoritarios, lamentablemente enfangados en el mismo lodazal. Permítaseme agregar, eso sí, que no deseo ignorar en modo alguno que existen diferencias muy honrosas entre ese proyecto de socialdemocracia consecuente y el triste remedo de la letanía neoliberal que nos ofrece la socialdemocracia oficial articulada en el Partido Socialista. Pero me temo que a estas alturas muchos están ya por otras cosas y miran con desdén aquellas propuestas que se contentan, por ejemplo, con reclamar la reconstrucción del sector público de la economía sin hacer, al tiempo, llamadas claras a la socialización y la autogestión.
La segunda de las carencias invocadas no es otra que la vinculada con el papel meramente retórico que Izquierda Unida parece atribuir a un problema acuciante: el de los límites medioambientales y de recursos del planeta. Cuando IU contempla ese problema en los términos en que lo hace, está acatando sin rebozo un discurso, el dominante, que nos dice que debemos aparcar cualquier consideración seria de la cuestión ecológica en provecho de la resolución, imperiosa, de los problemas económicos y sociales del momento. Crasa equivocación esta que olvida que el crecimiento económico por todas partes idolatrado, el cambio climático con sus tétricos efectos, el encarecimiento inevitable en los precios de la mayoría de las materias primas energéticas y la prosecución del expolio de los recursos humanos y materiales de los países pobres tienen tanto o más relieve que la resolución, cargada de equívocos, de esa crisis que el sistema prefiere etiquetar, interesadamente, de financiera. De nuevo se hace evidente que lo que en realidad se halla en quiebra no es, pese a las apariencias de las que bebe un omnipresente y biempensante discurso, el proyecto neoliberal, sino la propia civilización capitalista.
La tercera de las carencias que explica muchos de los recelos de tantos movimientos sociales es la certificación de que en el proyecto orgánico de IU –no hablo ahora de lo que puedan hacer por su cuenta muchos de sus respetabilísimos militantes– no se aprecia ninguna voluntad de construir, desde abajo y desde ahora, un mundo nuevo. Ahí está, para testimoniarlo, el hecho de que en Izquierda Unida, que se ha inclinado por mantener sus pactos de gobierno con el Partido Socialista, tiende a confundirse sibilinamente la refundación de la organización propia –su supremacía no se somete a discusión– con la refundación de la izquierda en general. La trama principal –se presente como se presente– sigue siendo la característica de cúpulas dirigentes que concurren a las elecciones y nos ofrecen cambios que habrán de llegar a través de leyes aprobadas por los parlamentos. Si en el discurso de esas gentes aparecen muchas veces la república, la ciudadanía y la sociedad civil, rara vez se asoman, infelizmente, y por el contrario, la autogestión, la democracia directa, la contestación franca del vigente orden de propiedad y la denuncia de la explotación y de la alienación. Que el terreno en el que quieren jugar está lleno de minas y de arenas movedizas –así, las de una propuesta de república federal que parece esquivar que antes hay que garantizar, por lógica, la plena voluntariedad de las adhesiones, y que para eso hace falta un reconocimiento expreso, y previo, del derecho de autodeterminación– lo sabe a estas alturas el más torpe. Aunque, claro, uno está llamado a entender rápidamente las cosas si el objetivo mayor de Izquierda Unida no es atraer a los movimientos sociales alternativos, sino hacer lo propio con los votantes socialistas descontentos…
Bien está que IU asuma, en fin, un discurso crítico sobre la Transición y procure emplazarnos en un escenario distinto del derivado de aquella. Tienen los activistas el derecho a preguntarse, sin embargo, si la propia coalición de izquierdas no es, en su pulsión electoralista, en su livianísima respuesta ante tantas agresiones, en su lastre burocrático y en sus opciones programáticas, una de las paradójicas secuelas de las muchas miserias que nos ha regalado esa Transición. Como tienen el derecho a preguntarse si –al exigir toda refundación, por lógica, que se modifiquen las bases de sustento– IU nos está ofreciendo algo realmente nuevo.
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid
Ilustración de Alberto Aragón
Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid
Ilustración de Alberto Aragón
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