José I. González Faus
Las próximas elecciones y el pasado debate me evocan una anécdota vivida hace ya más de 30 años: una de esas situaciones criminales de pareja, con violencias domésticas y un marido que tenía acogotada a la mujer con la cuerda económica. Un día que ella amenazó con pedir el divorcio, él le preguntó despectivamente: “¿sí? ¿y de qué vivirás? ¿acaso vas a hacer de puta?”. Y ella: “no sé de qué viviré pero te digo una cosa: prefiero que me jodan otros a que me jodas tú” (y perdón por el lenguaje que viene exigido por fidelidad al guión).
He recordado la anécdota porque pone de relieve los puntos débiles de ambos candidatos: el engaño de una parte y la debilidad de la otra. Si, como parece, gana el PP debería saber que quien le ha dado la victoria no es la confianza de los ciudadanos sino el cabreo de millones de españolitos. Si olvida esto se encontrará con que ese furor se volverá pronto contra él y puede augurarle una legislatura más que movida.
Por lo que hace a Rubalcaba la anécdota muestra la ingente debilidad con que afrontaba el debate: con unas encuestas descaradamente en contra, con un pasado que se volvía contra él y daba ocasión a que su interlocutor preguntara a cada paso: “y eso que dice ¿por qué no lo hizo antes?”. Con la punta de iceberg del dato que Rajoy le echó en cara y fue el único que Rubalcaba prefirió pasar por alto: después de dos gobiernos socialistas las desigualdades económicas entre los españoles (iguales todos en la teoría democrática) son de las mayores de Europa. Que esas diferencias se den gobernando la derecha es normal porque forma parte de su programa, pero que persistan gobernando el PSOE sólo muestra lo poco de izquierdas que ha sido el pasado gobierno.
En este contexto creo que cada uno de los contendientes hizo lo mejor que podía hacer: Rajoy acusar al pasado y Rubalcaba preguntar por el futuro y dejando pendientes unas preguntas que pueden ser los guantánamos del, previsiblemente, futuro gobierno: ¿bajará las prestaciones por desempleo?, ¿sacará a las Pymes de la negociación colectiva?, ¿comprará el mucho dinero falso que aún tienen los Bancos? (dinero falso es el significado más claro de eso que los eufemismos hipócritas de los economistas llaman discreta y sibilinamente “activos tóxicos”), ¿recortará la sanidad y la educación públicas?...
Rajoy protestó ante estas cuestiones, casi diría que fueron las únicas que le hicieron perder la compostura y gritar “usted miente”, mientras Rubalcaba volvía a releerle su programa. Y lo que es peor: cuando al final declaró Rajoy que no lo haría, lo hizo siempre desde el mismo presupuesto tácito: que tendrá dinero para no hacerlo porque su mejor política económica creará puestos de trabajo etc. Pero ¿y si esto le falla? Se guardó muy bien de decir qué hará entonces y de dónde sacará ese dinero necesario para mantener el poco estado social que todavía nos queda. Rubalcaba en cambio sí que había sugerido los caminos por donde esperaba conseguirlo, pero exponiéndose otra vez a la pregunta de por qué no lo había hecho así antes…
¿Le fallará ese presupuesto a Rajoy? No lo sé y aquí entra en juego otra vez la alusión guantanamera de mi título al “yes we can” de Obama. En mi opinión fue hábil disputador y efectista al acusar a Rubalcaba de que sólo echaba las culpas “a los de fuera”; pero temo que con ello subestimó el enorme peso de Europa en nuestros gobiernos, con el que puede encontrarse un día inesperadamente, como se encontró ZP. Las alusiones a Alemania eran pura demagogia porque nuestra estructura económica no puede compararse con la alemana, sino con los países llamados PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia Spain).
Se guardó de considerar que Europa casi agoniza hoy, intoxicada por la precipitada y avariciosa creación de un euro que iba a ser muy difícil de sostener si surgía alguna dificultad (y ha surgido). Se guardó también de reconocer que son muchos los economistas que hoy critican la forma como Europa afronta la crisis (dicho ahora esquemáticamente: con medidas neoliberales más que keynesianas, aunque fue el maestro inglés quien marcó el camino para salir de la crisis del 29).
Responder cuando nos dicen esto desde fuera, apelando al “orgullo de ser europeos” (como hizo indignado Durao Barroso), es otra demagogia que sólo evidencia un recurso a bajas pasiones ante la falta de verdaderas respuestas. (Personalmente no siento ningún orgullo por ser europeo, ni por ser español, ni por ser valenciano, ni por vivir en Cataluña: es lo que me ha tocado y mi tarea es serlo de la manera más digna y más servicial posible. Pero si algún orgullo siento es únicamente el de mi dignidad de persona humana, que es un orgullo muy distinto a los anteriores). Y, volviendo a la respuesta de don Mariano: el hecho es que Europa no crece y, según nuestros parámetros económicos, si no crecemos no se crean puestos de trabajo: estamos “estables” pero los médicos no nos dejan salir de la cama.
No soy muy optimista sobre el futuro inmediato y, de haber escrito esto sin elecciones a la vista, temo que habrá comenzado así: “un fantasma recorre el mundo”: el de la miseria creciente de muchísimos y el de unos pocos ricos riquísimos”... Pero en fin, quizá Rajoy tenga suerte y a partir de ahora cambien algo las políticas europeas: de entrada el nuevo director de BCE ya ha comenzado por algo tan elemental como bajar los tipos de interés contra las, para mí, nefastas políticas de su predecesor (aunque éste pueda excusarse en que su misión era sólo controlar la inflación). Ojalá cambie Europa; pero esto no lo sabemos hoy.
Rehuyendo nuestra comparación con los PIIGS que era la más adecuada, Rajoy apeló, lógicamente, a nuestros cinco millones de parados que el mismo ZP ha reconocido quijotescamente como “culpa mía”. La pregunta que me queda es si en eso no se pasó de frenada: porque reconoció paladinamente la inutilidad de todas nuestras leyes de reforma laboral para crear puestos de trabajo. Y en esto, paradójicamente, vino a dar toda la razón a los sindicatos que llevan años diciendo eso mismo, y supongo que habrá molestado a la patronal.
Los sindicatos vienen sosteniendo que lo que nos impide crear puestos de trabajo no es la no facilitación del despido sino la misma estructura económica de un país como el nuestro: estructura que es muy poco “productiva” y mucho más especulativa o de servicios (turismo etc); lo cual puede ser parecido al juego que, de entrada, puede enriquecer mucho hasta que estalla la pompa de jabón y se viene todo a pique. Por eso, otra vez, la comparación con Alemania estaba fuera de lugar y fue una lástima que, pensando en el largo plazo, no se hablase más en el debate sobre la creación de nuevas industrias (energías alternativas etc.).
Pasando rápidamente al campo de los pronósticos, cuento con que si, como parece, gana Rajoy, tendrá unos primeros meses de bonanza: sería lógico que los Bancos, teniendo ya en el gobierno a uno de los suyos, se apresten a conceder créditos más fácilmente y se produzca una primera reactivación de nuestra economía.
El problema creo que vendrá después si, como parece, los Bancos están peor de lo que aparentan y quieren cobrarse el servicio. Porque, como dice uno de los entrevistados en la película Inside Job (y lo dice sólo al comienzo, ante el susto por el primer impacto de la crisis, y olvidándose luego de ello): “nuestra avaricia no tiene límites y si ustedes no nos controlan nos desmadraremos siempre”… Esta es la pasta humana. Y es claro que esa avaricia es muy eficaz: tanto que hasta le sobran unas migajas para echar en el cepillo de los templos de nuestro sistema. Pero es claro también que, a la larga, todas las drogas acaban destrozándonos aunque al principio nos parecía que no: y el dinero es la mayor droga de eso que llamamos nuestra civilización.
Como no podía ser menos, al final está todo por ver. Una última observación para terminar: en este contexto me parece sencillamente deshonesto el planteamiento de nuestros medios de comunicación en términos de quién ganó el debate. Un planteamiento superficialmente consumista y profundamente deseducador como suelen ser hoy los medios: bastaba con escuchar los comentarios al final del debate en Génova y Ferraz, o entre un periodista de La Razón y otra de origen distinto, para comprender que siempre gana el que uno quiere que gane y que la pregunta de quién ganó sólo pregunta quién te gustaría que haya ganado.
Ni siquiera hay un reglamento con que medir los criterios de la respuesta: Rajoy es un espléndido orador, con una redacción perfecta y una dicción francamente buena. Esto ya lo sabíamos. Pero parece claro que ser buen orador no es lo mismo que ser buen político. Rubalcaba fue también el que ya sabíamos: concienzudo, analista sereno y valiente. Quizá olvidó preguntar si Rajoy pensaba gobernar otra vez con eslóganes vacuos (“España va bien”, “giro hacia el centro…”) que son tan eficaces para acabar calando en las mentalidades del ciudadano de hoy. Pero cabe dudar de si esas cualidades bastaron para descargarle del pasado que llevaba a cuestas (no sólo en la gestión de la crisis sino en otras como la reforma de la ley electoral y la necesidad de acabar con el bipartidismo, a las que también aludió el lunes en su intervención). Si antes calló por servir a su partido, habrá dado un gran ejemplo de fidelidad política y espíritu de sacrificio; pero es probable que ese sacrificio deba ser consumado hasta el final: porque otros podrán creerse que sólo ha cambiado interesadamente de opinión.
Lo que no comparto es esa cursi apelación final a que somos “un gran país”. Ya dije otra vez que no creo que los países sean por naturaleza grandes ni pequeños: atraviesan horas buenas y horas bajas según la educación que tengan. Y creo que España atraviesa hoy una época oscura porque casi nadie tiene ya razones para ser honrado, y muchos creen tener muy buenas razones y ejemplos para ser auténticos mangantes.
Y una pequeña posdata: ninguno de los dos habló de la corrupción ni de los indignados. Significativo ¿no? Porque ahí están quizás nuestra mayor desesperanza y nuestra mayor esperanza…
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