MANUAL PARA ENTENDER LOS RESCATES Y CÓMO VAN A AYUDAR A NUESTRA BANCA

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Antonio Maqueda, en 'Voz Populi'

La Unión Europea le ha cogido el gusto a eso de rescatar países. Empezó con Grecia después de haber afirmado en cientos de ocasiones que nunca habría un salvamento… Y ya lleva tres. En Atenas, el Gobierno gastaba y gastaba al tiempo que sus ciudadanos evadían impuestos. Los irlandeses se vieron arrastrados por una banca que había adquirido siete veces el tamaño del país, un caso de ingeniería financiera que llevó a la nación más pobre de la eurozona a convertirse en la más rica... y rescatada. La escasa industria de Portugal se basaba en fabricar las mismas cosas que ahora los chinos hacen mucho más barato. Incapaz de crecer ni siquiera durante la bonanza, a nadie extrañó que Lisboa fuese el siguiente en tirar la toalla.

Como fichas de un dominó absurdo, los países se ven abocados a los rescates porque han acumulado años de desequilibrios financieros y por tanto deudas. Antes de la crisis, el dinero iba adonde obtenía los mayores rendimientos, y las economías de la periferia europea avanzaban en un Fórmula 1… prestado. En cuanto el miedo caló hasta el tuétano de los inversores, éstos llegaron rápidamente a la conclusión de que las economías del sur de Europa nunca podrían devolver la deuda en un nuevo escenario de crecimientos estancados. El dinero vuelve a su casa, es decir, a los países que tienen los excedentes de ahorro como Alemania, y eso deja a los demás sin capacidad para refinanciar su deuda. Al final, la periferia ha de gritar auxilio.

¿Por qué no funcionan los planes de salvamento?

Einstein decía que la locura consiste en hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener resultados distintos. Los rescates de Grecia, Portugal e Irlanda no funcionan porque soportan unos ajustes muy duros y rápidos, con unos préstamos a tipos de interés más altos de lo que crecen las economías y que, por tanto, no pueden pagar. Para colmo, los créditos del salvamento tienen prioridad sobre los acreedores privados, lo que significa que en el caso de una quiebra cobran primero los rescatadores oficiales (el FMI, el BCE y la UE); y el resto asume las pérdidas del impago, como ya ha ocurrido en Grecia. Por eso, cuando los bomberos tiran abajo la puerta, los inversores se agolpan para huir por ella. Al final, los flotadores sólo sirven para financiar la salida de los prestamistas privados que venden su deuda… precisamente a los rescatadores.

Sin embargo, el paciente europeo ha dado señales de recobrar la cordura a fuerza de shocks financieros. A unos meses de las elecciones estadounidenses y con la economía norteamericana empantanada por la incertidumbre europea, el mismísimo presidente de Estados Unidos ha censurado la política de recortes y más recortes. Obama ha afirmado que las reformas de la periferia europea precisan tiempo y que, a corto plazo, hay que inyectar dinero a los bancos débiles. Y todo ello resulta esencial para entender cómo van a rescatar a España…

¿Realmente necesitaba España la ayuda del exterior?

El Gobierno cuenta con recursos al menos hasta octubre. Aunque los intereses se le encarecen, está colocando sus emisiones de bonos y su deuda permanece en niveles razonables, en torno al 80 por ciento del PIB. Por otro lado, el Banco Central Europeo, con su capacidad ilimitada para imprimir billetes, ha estado prestando a las entidades cuanta liquidez hayan necesitado. Sin embargo, las dudas continúan azotando a los mercados. Eso implica que los capitales se escapan y que la economía real no tiene financiación, con lo que la espiral recesiva se agudiza. Cargada de deuda pública, Italia también inspira desconfianza. Y los comicios helenos podrían provocar un pánico bancario: en cuanto se crea que Grecia va a salir de la eurozona, los inversores considerarán que el resto puede seguirle. Y si los ciudadanos acaban pensando que un euro en Berlín valdrá más que uno en Madrid o Roma al romperse la moneda única, entonces sacarán su dinero y lo llevarán a Alemania o Estados Unidos. Por esa razón, la Unión Europea ultima la creación de un fondo paneuropeo que garantice todos los depósitos, ligado a una supervisión bancaria única y un mecanismo de intervención de entidades en dificultades. Sin embargo, esta iniciativa tardará en desarrollarse. Y ahora hay que prepararse para la cadena de eventos que las elecciones helenas pueden ocasionar.

De ahí que estadounidenses, alemanes e, incluso, el BCE hayan presionado a España para que solicite ya un rescate de su banca que disipe todas las dudas sobre nuestro sistema financiero e impida un contagio aún mayor fruto de la inestabilidad en Grecia. El Ejecutivo de Rajoy no quería precipitarse. Pedía tiempo hasta que se conociesen las auditorías a la banca encargadas a dos consultoras independientes, Oliver Wyman y Roland Berger, y así negociar con los datos en la mano. Pero no ha podido ser. El FMI ha adelantado la publicación de su informe cifrando las necesidades de capital en un mínimo de 40.000 millones. Y con ese importe sobre la mesa, los ministros de Finanzas europeos han obligado a España a recibir ‘ipso facto’ la ayuda a la banca.

¿Por qué se pone dinero para la banca?

El volumen de los vencimientos de deuda españoles supera cualquier fondo de rescate que Europa pueda o esté dispuesta a desembolsar. Así que sale mucho más barato hacer una operación quirúrgica y concentrarse allá donde están las mayores goteras. Según este análisis, España no tiene un problema de deuda pública. Su losa consiste en unos niveles de endeudamiento privado harto elevados. Por un lado, las familias deben sobre el 180 por ciento del PIB, con buena parte de esos recursos aprisionados en unos pisos difíciles de vender y cuyos precios se desploman. Por otro, las empresas han recibido financiación por valor del 120 por ciento del PIB y ya no producen los beneficios de antaño. Y la banca es quien ha prestado casi todo. Las entidades captaron del exterior los capitales canalizando la toma de endeudamiento, y ahora padecen los impagos y la morosidad de una economía en caída libre, de modo que los inversores no se fían del sistema financiero español. Se preguntan cómo nuestros bancos van a recuperar todos los préstamos en un país con un abultado inventario de viviendas y suelo que no se vende y una tasa de paro superior al 20 por ciento. Y lo peor estriba en que estas entidades, como las de todo el mundo, precisan de los mercados mayoristas para seguir pedaleando sobre la bicicleta: daban todo el crédito a largo plazo, pero se financiaban a corto porque ganaban mucho dinero con la diferencia de intereses. Y ahora los mercados les niegan la gasolina para seguir operando. Falta la liquidez y se tornan insolventes, como sucedió con Lehman. Por eso, si afloran todas las pérdidas y se recapitalizan, pueden recuperar la salud, volver a los mercados inspirando confianza y financiarse a unos tipos aceptables que se trasladarán a todo el país, alejando el miedo a que España sea otra Irlanda derrumbada por sus bancos. La diferencia en el coste al que toman prestado Alemania y España, la tan familiar ahora prima de riesgo, se rebajaría. Aunque muy lentamente, el crédito se puede restablecer y permitir que se abran nuevos negocios y se genere empleo.

¿Cómo se va a inyectar el dinero a las entidades?

Todo ha de ejecutarse con sumo cuidado en las formas. Es esencial que los inversores nunca crean que perderán parte del dinero que han puesto y por lo tanto huyan de España; esto es, los hombres de negro han de aparecer disfrazados. Como en la película protagonizada por Will Smith, tienen que limpiar sin que nadie se dé cuenta de que han pasado por aquí. Parecerá un accidente… bancario. Y gracias a ello Europa no va a imponernos de inmediato más medidas de austeridad, sino que sólo enunciará un listado de condiciones para los bancos. Europa abrirá una línea de crédito de hasta 100.000 millones, bien a través del fondo temporal de rescate, el Fondo Europeo de Estabilización Financiera, o bien a través del permanente, el Mecanismo Europeo de Estabilización, que entra en vigor en julio. Estos vehículos prestarán a unos tipos más baratos de los que se financia el Reino de España al Fondo de Restructuración Financiera Bancaria, el Frob. A su vez, éste inyectara capital en las entidades conforme declaren el deterioro de sus carteras. A cambio, los bancos habrán de poner coto a las retribuciones de sus directivos; aumentar provisiones; cerrar sucursales y despedir empleados; vender activos inmobiliarios, participaciones accionariales y filiales. Por supuesto, los políticos cederán a Europa parte de la supervisión de nuestras entidades.

¿Qué nos va a costar?

Los depositantes están protegidos. De hecho, lo estarán aún más cuando el capital de los bancos se haya reforzado y Europa acuerde el fondo de garantía de depósitos paneuropeo. El acreedor en principio también se encuentra blindado. Pero el accionista puede ver cómo se suprime el dividendo y sus títulos se diluyen y pierden valor.

Al recurrir a un instrumento estatal como el Frob para rescatar a la banca, el Estado elevará su deuda, con un coste entre el 6 y el 12 por ciento del PIB, unas cotas menores que las de Irlanda, que ha empleado más del 30 por ciento del PIB, y Alemania, que ha inyectado un 15. Si además las entidades no consiguen devolver los recursos, algo bastante normal en el contexto de una economía en crisis, entonces los préstamos se convertirán en acciones de los bancos y buena parte del sector financiero se nacionalizará hasta que la inflación o el crecimiento impulsen las cotizaciones y el Gobierno pueda desinvertir. En ese supuesto, el Tesoro español, es decir, los ciudadanos, podrían tener que sufragar los intereses.

Aunque no se trate de un rescate al uso, lo más seguro es que por otra parte Berlín se asegure la devolución de los créditos. Y el garante último es el Estado español, de modo que la Comisión nos exigirá más medidas presupuestarias según compruebe nuestro grado de cumplimiento. Es muy probable que nos pidan recortes en las pensiones, dado el envejecimiento de la población; en la prestación por desempleo, para incentivar la búsqueda de trabajo y aligerar la carga presupuestaria; copagos en los servicios públicos; el fin de la deducción por compra de vivienda y, evidentemente, subir el IVA ahora que sólo recaudamos en impuestos el 35 por ciento del PIB, una cantidad inferior al 40 por ciento de Grecia, 45 de Alemania y 50 de Francia. Después del baile de cifras de déficit, también nos impondrán mecanismos más estrictos con el fin de controlar a las comunidades autónomas y un consejo de política fiscal independiente que inspeccione las cuentas públicas.

¿Y ahora qué?

Existen dos posibilidades. La interpretación de la prensa financiera internacional pesa mucho, y pueden venderlo como un rescate parcial que acabará siendo total conforme se observe que la economía no crece, los préstamos a los bancos no se devuelven y el Estado termina como consecuencia endilgado con más intereses y deuda que abonar. En especial, si surgen dañadas más entidades de un tamaño considerable. Pero la posibilidad más barajada es que en un primer momento el mercado lo celebre y se alivie la tensión en la prima de riesgo. De hecho, las alzas de los mercados durante la última semana obedecen a que se esperaba esta ayuda y que Europa por fin presentará a finales de mes un calendario hacia la unión bancaria y, quizás, fiscal. Mientras la integración europea no se complete, España soportará sola su particular crisis como consecuencia de la deuda privada y el déficit público, el envejecimiento de la población con los costes que conlleva y la falta de competitividad frente al exterior.

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