Juan Francisco Martín Seco, en 'República de las ideas'
El lenguaje nunca es inocente. De ahí el empeño del Gobierno por huir de la palabra rescate. Prefieren hablar de préstamo y, en realidad, tienen razón, pues no se trata de otra cosa; y no solo en el caso de España, sino también en el de los anteriores (Grecia, Portugal e Irlanda). Todo se reduce a préstamos y, además, en condiciones bastante onerosas tanto en los tipos de interés como, lo que es peor, por la imposición de reformas y ajustes que lejos de solucionar los problemas de sus economías las hunden más y más en el precipicio. Por eso, la palabra rescate resulta tan inapropiada, a no ser que entendamos que los rescatados son otras entidades, distintas de los países que solicitan el préstamo.
Lo anterior explica la paradoja de que los Estados que supuestamente tienen que ser rescatados se resistan a ello y que los presuntos salvadores presenten un interés desmedido por la intervención y presionen y coaccionen por todos los medios a su alcance a los futuros rescatados para que cedan. Así ocurrió al menos con Irlanda y Portugal y ha vuelto a suceder con España. Rajoy ha afirmado que no se ha sentido presionado por nadie. Qué iba a decir… Pero lo cierto es que la campaña de acoso internacional ha sido de altos vuelos y no está fuera de lugar suponer que con cierto grado de complicidad interior.
El proceso en su conjunto ha estado lleno de hechos insólitos. La directora del Fondo Monetario Internacional puso en cuestión la solvencia del sistema bancario español y -cosa inédita- aludió claramente, aun cuando no la nombró, a una entidad financiera concreta, Bankia. El presidente del Banco Central Europeo, con un lenguaje desusado en los organismos internacionales, censura de forma muy dura la manera en que el Gobierno español ha enfocado la crisis de Bankia. Desde Alemania y desde las autoridades de la Unión se filtra con insistencia el inminente rescate de España, por más que el Gobierno lo negase con parecida insistencia. La teórica nacionalización de Bankia se realiza al margen del Banco de España, única entidad que, aun con sus muchos defectos, cuenta con la información y los medios para evaluar la necesidad de capitalización, y sin embargo aparecen en escena los presidentes del Santander, del Bilbao Vizcaya y de Caixabank, que no se sabe muy bien qué pintan en todo este asunto. Se desconoce en realidad quién acaba nombrando al nuevo presidente de Bankia, al que se concede un cheque en blanco para fijar la cifra de ayuda pública necesaria. Cifra que, como es lógico al usar pólvora del rey, se cuantifica por las nubes.
A todo lo anterior hay que añadir que hasta el presidente de EE UU, parece ser que a instancias de Merkel, se presenta de improviso en una rueda de prensa para ocuparse de la pequeña España, país que la mayoría de los americanos no sabrán situar en el mapa, como si de la solvencia de sus bancos dependiese la economía internacional. Los principales medios extranjeros, especialmente aquellos que más se identifican con los intereses económicos internacionales, arremeten contra el Gobierno de Rajoy por resistirse a aceptar el rescate. Incluso el Fondo Monetario Internacional adelanta la publicación del informe – “con tanto rigor construido” – sobre la necesidad de recursos del sistema bancario español, con la finalidad de que nuestro país acepte el rescate cuanto antes.
Por mucho que el Gobierno se empeñe en cantar sus excelencias, el rescate no constituye una buena nueva para España. La hacienda pública se echa sobre sus espaldas una deuda de cien mil millones de euros, nada menos que el 10% del PIB, que incrementará el cada vez más abultado stock de endeudamiento público. Era de esperar, como así ha ocurrido, que los mercados saludasen el evento incrementando la desconfianza y, por consiguiente, la prima de riesgo. Por otra parte, por más que se quiera calificar el rescate de blando, es indudable que vamos a tener detrás de la nuca la respiración de los hombres de negro dispuestos a desmantelar nuestro Estado social y a hundir más y más la economía.
Para los ciudadanos españoles nunca puede ser un buen negocio cambiar deuda privada por deuda pública. Aunque precisamente, este trueque constituye una operación muy lucrativa para los acreedores internacionales (bancos alemanes, franceses, ingleses, etc.) de las entidades financieras con problemas, que logran garantizar sus créditos y limpiar sus activos tóxicos; porque los activos tóxicos que, por ejemplo, Bankia puede tener en el ladrillo convierten en tóxicos los créditos que la banca extranjera tiene frente a ella. Son estas entidades europeas o americanas las verdaderamente rescatadas, no solo en el caso de España sino también en el de Grecia, Irlanda o Portugal.
La Eurozona terminará por deshacerse, pero para cuando esto ocurra los balances de los bancos alemanes, franceses, etc., estarán limpios y la deuda se encontrará en los sectores públicos de países como Irlanda, Portugal o España. Es curioso cómo se manipula el lenguaje en función de las conveniencias. Durante muchos años nos han estado machacando con la idea de la globalización y de que las empresas ya no eran nacionales; pues bien, a la hora de la verdad, se obliga a los Estados a que saneen sus bancos (¿suyos?) y a que respondan por ellos. Mervyn King, gobernador del Banco de Inglaterra, lo ha dicho claramente “Los bancos son globales mientras viven y nacionales cuando mueren”. Pero ¿por qué no hacer como Islandia y dejar que las instituciones financieras no viables quiebren? Dicen que tan solo el 30% del sistema financiero español está enfermo. Pues bien, que el Fondo de Garantía de Depósitos (es decir, los bancos sanos que tienen beneficios, que distribuyen dividendos y que pagan sumas astronómicas a sus directivos y administradores) responda de los depósitos hasta la cantidad garantizada y que el resto de los acreedores (la mayoría, extranjeros) se hagan cargo de la entidad financiera insolvente. En realidad, es el plan que acaba de presentar la Comisión para el futuro, año 2015, aunque es muy posible que nunca entre en vigor.
El discurso oficial ha puesto en circulación el concepto de riesgo sistémico y con él justifica la socialización de las pérdidas bancarias. Puede ser que la quiebra de un banco como el Leman Brothers constituya un riesgo sistémico, pero no parece que se pueda predicar tal calificativo de una caja de ahorros española. En todo caso, si lo fuera, ¿no debería entonces ser todo el sistema el que se hiciese cargo del problema en lugar de hacer recaer el coste sobre un único país?
Como en las novelas policiacas, habrá que preguntarse a quién beneficia el crimen, en este caso el rescate. Sin duda alguna, a los bancos extranjeros, pero también a los bancos españoles sanos que se ven libres de la obligación de responder con el fondo de garantía de depósitos.
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