La confusión ciudadana y la falta de líderes han hecho caer el bipartidismo
Ignacio Urquizu, en El País
Las elecciones europeas han puesto de manifiesto algo que se viene repitiendo en los últimos años: nuestro país pasa por una grave crisis política. Lo que resulta más complicado es saber qué nos han querido decir los ciudadanos con estos resultados. Dicho en otras palabras, el reto que tenemos por delante es interpretar el estado de ánimo de los españoles.
Arrojar luz sobre este estado de ánimo no es fácil. Un análisis detallado de las encuestas a lo largo de los últimos años muestra a una ciudadanía en estado de confusión. Por un lado, no entienden lo que está pasando. Este desconcierto es fruto de la ausencia de un diagnóstico compartido sobre las causas que nos han traído al actual estado de depresión. Así, no existe un consenso sobre el origen de la crisis y las medidas a adoptar. Algunos culpan a Europa, otros a la ausencia de un proyecto de país. Seguramente todos tienen razón, pero no hay un relato coherente y compartido.
A ello se ha unido una crisis de liderazgo en todos los ámbitos (económico, político y social), provocando la ausencia de referentes sólidos. Si miramos a las formas de asociación más tradicionales (partidos políticos, sindicatos o asociaciones empresariales), vemos que no existen líderes creíbles ante la opinión pública. Este problema se agudiza porque los elegidos por los ciudadanos para representarnos son en quienes se focaliza la desafección. La ciudadanía ha interiorizado que los políticos actuales son parte del problema. Prueba de ello es el creciente porcentaje de personas que así lo señalan en las encuestas del CIS.
Si los ciudadanos han llegado a esta conclusión es porque se ha extendido la idea de que los políticos y la élite económica son unos privilegiados que no han sufrido la crisis como el conjunto de la población. En estos momentos, la idea de élite frente a ciudadanos es un conflicto mucho más relevante que la competición izquierda-derecha. Sólo así podemos entender el éxito del partido que ha dado la sorpresa en estas elecciones europeas, Podemos, que ha hecho del concepto de “casta política” el centro de todo su mensaje.
Este estado de confusión y desconcierto y la ausencia de líderes sólidos han provocado la caída del bipartidismo. Las dos grandes formaciones políticas han tenido menos del 50% de los votos, mientras que el porcentaje de eurodiputados de los partidos pequeños ha alcanzado una cifra record: el 44%. La ciudadanía ha buscado nuevos referentes políticos que propicien un cambio, y lo ha hecho mirando a la izquierda. Mientras que el PP se ha quedado como único partido nítidamente conservador con algo más de cuatro millones de votantes, las fuerzas políticas de izquierdas (PSOE, IU y Podemos) han sumado más de 6.400.000 papeletas. Y si incluimos a las nacionalistas progresistas, esta cifra se eleva a más de 7.600.000 votos.
La palabra clave en lo que nos está sucediendo como sociedad es cambio. Pero no un cambio cualquiera. La etapa histórica que estamos viviendo no es una época de cambios, sino que estamos ante un cambio de época. Es una transformación de gran profundidad que debe llevarnos a revisar muchas ideas.
Las formas tradicionales de interpretar a la sociedad y sus estados de ánimo ya no sirven. Prueba de ello es que las encuestas que han recogido sus datos de forma tradicional (telefónicas y presenciales) no han sabido anticipar el estado de confusión de la sociedad. En cambio, los institutos de opinión que han utilizado formas mucho más modernas de entrevistar a la ciudadanía (on line) ya nos avisaron de lo que estaba por venir: un hundimiento sin precedentes de los dos grandes partidos y la emergencia de Podemos. El ObSERvatorio de la cadena SER, que realiza sus encuentas siguiendo la técnica on line, pronosticó a finales de febrero un apoyo al PP del 27,5% y al PSOE del 23,2. Cifras muy similares a las que vimos el 25 de mayo. Además, en esa misma encuesta, tres meses antes de las elecciones europeas, aparecíaPodemos como una fuerza política significativa en la opción de Otros.
Pero si para analizar a la sociedad necesitamos patrones nuevos, la política y sus actores también deben transformarse profundamente. El perfil de los representantes tiene que cambiar en cuatro direcciones. En primer lugar, la ciudadanía demanda políticos que tengan vida más allá de esta actividad y que hayan desarrollado una profesión en algún momento de su vida. En segundo lugar, esperan personas intelectualmente sólidas que puedan defender una idea de país, algo totalmente alejado de los políticos de argumentario. En tercer lugar, el problema ya no es de cercanía, sino de representación. No esperan que sus representantes sean próximos, quieren que los políticos sean como ellos. Y finalmente, esperan que quienes les representen no confundan sus intereses particulares o de su partido con los intereses del país.
No es un problema de cómo se elige a los líderes (primarias o congreso). De hecho, es una cuestión secundaria, porque tenemos ejemplos de candidatos elegidos por primarias que fracasan y políticos salidos de un congreso que triunfan. La dificultad está en qué perfiles tienen los que quieran liderar una organización y qué ideas ponen sobre la mesa. Dicho en otras palabras, el problema de los liderazgos ahora mismo no es de personas ni de ideas, es de personas con ideas.
El estado de confusión por el que pasa la sociedad y la ausencia de referentes sólidos exige de cambios profundos en la interpretación del estado de ánimo y en las formas de representación. Es cierto que no estamos ante un fenómeno nuevo y que ya hemos pasado antes por situaciones similares. Pero esta última reflexión no debería llevarnos al conformismo. Si las formaciones políticas más tradicionales de nuestro país no entienden qué está pasando, la desafección política se quedará una larga temporada entre nosotros y España será un lugar cada vez más difícil de gobernar.
Ignacio Urquizu es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y colaborador de la Fundación Alternativas
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