Paul Krugman, en 'El Pais'
Empecemos por el principio: me ha sorprendido agradablemente el nuevo plan de empleo de Obama, que es considerablemente más audaz y mejor de lo que esperaba. No es ni mucho menos tan audaz como el plan que yo habría deseado en un mundo ideal. Pero si realmente se convierte en ley, es probable que reduzca considerablemente el desempleo. Naturalmente, no es probable que se convierta en ley, gracias a la oposición del Partido Republicano. Tampoco es probable que ocurra ninguna otra cosa que sirva de mucho para ayudar a los 14 millones de estadounidenses en paro. Y eso es una tragedia además de un escándalo.
Antes de pasar al plan de Obama, permítanme hablar del otro discurso económico importante de la semana, el que ha dado Charles Evans, el presidente de la Reserva Federal de Chicago. Evans ha dicho, sin rodeos, lo que algunos de nosotros llevamos ya años esperando oír de los funcionarios de la Reserva. Como Evans ha señalado, la Reserva Federal, tanto desde el punto de vista legal como desde el de la responsabilidad social, debería tratar de mantener bajos tanto el paro como la inflación; y aunque parece probable que la inflación se mantenga cerca o por debajo del objetivo de la Reserva de alrededor del 2%, el paro sigue estando por las nubes.
¿Y cómo debería estar reaccionando la Reserva Federal? Evans decía: "Supongan que la inflación estuviese en el 5%, frente a nuestro objetivo del 2%. ¿Existe alguna duda de que cualquier gobernador de un banco central que se precie reaccionaría enérgicamente para combatir esa alta tasa de inflación? No, no la hay. Se comportaría como si se le estuviese quemando el pelo. Debemos actuar con un ímpetu similar respecto a la mejora de las condiciones del mercado laboral".
Pero es evidente que a la Reserva Federal no se le está quemando el pelo, y que por lo visto la mayoría de los políticos no ven ninguna urgencia en la situación. Estos días, los mejores de ellos -o en todo caso los hombres y mujeres presuntamente sabios que se supone deben ocuparse del bienestar del país- carecen de toda convicción, mientras que los peores, representados por gran parte del Partido Republicano, están llenos de una intensidad apasionada. Así que se está abandonando a los parados.
Bien, respecto al plan de Obama: requiere unos 200.000 millones de dólares en nuevo gasto -gran parte del mismo en cosas que necesitamos en cualquier caso como reparaciones en los colegios, redes de transporte y evitar el despido de profesores- y 240.000 en bajadas de impuestos. Puede que parezca mucho, pero en realidad no lo es. Los persistentes efectos de la crisis inmobiliaria y el exceso de deuda familiar que han dejado los años de la burbuja están creando un agujero de alrededor de un billón de dólares al año en la economía estadounidense, y este plan -que no reportará todos sus beneficios en el primer año- solamente tapará parte del agujero. Y sobre todo, no está clara la efectividad que los recortes de impuestos tendrán a la hora de impulsar el gasto.
Aun así, el plan es mucho mejor que nada y algunas de sus medidas, que están específicamente destinadas a incentivar la contratación, podrían generar una cantidad de puestos de trabajo relativamente grande en relación con la inversión. Como he dicho, es mucho más ambicioso y mejor de lo que esperaba. Puede que al presidente Obama no se le esté quemando el pelo, pero sin duda está echando humo; está claro que comprende lo desesperada que es la situación laboral, y eso resulta gratificante.
Pero no es probable que su plan se convierta en ley, gracias a la oposición republicana. Y merece la pena fijarse en lo mucho que esa oposición se ha endurecido con el tiempo, a pesar de que la precaria situación de los parados ha empeorado.
A principios de 2009, mientras el nuevo Gobierno de Obama intentaba hacer frente a la crisis que había heredado, se escuchaban dos argumentos principales provenientes de los escépticos de la derecha. Primero, sostenían que debíamos depender de la política monetaria y no de la fiscal, es decir, que la tarea de combatir el paro debía recaer en la Reserva Federal. Segundo, sostenían que las medidas fiscales debían adoptar la forma de bajadas de impuestos en lugar de la de gasto temporal. Ahora, sin embargo, los dirigentes republicanos están en contra de los recortes de impuestos, al menos si estos benefician a los estadounidenses con empleo más que a la gente rica y las corporaciones.
Y también están en contra de la política monetaria. En el debate presidencial republicano del miércoles por la noche, Mitt Romney anunciaba que buscaría un sustituto para Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, esencialmente porque Bernanke ha intentado hacer algo (aunque no lo suficiente) respecto al paro. Y esto convierte a Romney en un moderado para lo que es habitual en el Partido Republicano, puesto que Rick Perry, su principal rival en la carrera para la designación del candidato a la presidencia, ha indicado que a Bernanke habría que tratarle "con mano muy dura".
Así que, en este momento, los principales republicanos están básicamente en contra de todo lo que pueda ayudar a los parados. Sí, Romney ha presentado un lustroso y elegante "plan de empleo", pero sería más correcto describirlo como 59 puntos sin ningún contenido (y desde luego, nada que justifique su afirmación, rayana en la megalomanía, de que crearía no menos de 11 millones de puestos de trabajo en cuatro años).
Lo bueno de todo esto es que, al presentar algo más grande y audaz de lo esperado, es posible que Obama haya sentado finalmente las bases para un debate político sobre la creación de empleo. Porque, al final, no se hará nada hasta que el pueblo estadounidense exija medidas.
Paul Krugman es profesor de economía en Princeton y premio Nobel 2008.
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