El futuro Rey tiene que salvar ese abismo que se ha abierto entre la generación en el poder y los jóvenes
Julián Casanova, en El Periódico de Aragón
La abdicación del Rey llega tarde. Juan Carlos I, que inició su reinado tres años antes de la Constitución, con un juramento ante las Cortes franquistas, se convirtió, para muchos, en el "motor" o "piloto" del gran cambio que llevó a España desde la dictadura a la democracia. Y pasará a la historia como el monarca que ha presidido durante 37 años el devenir de un país que, bajo su reinado, experimentó un largo periodo de transformaciones, modernización y desarrollo. Todo ello en un régimen de monarquía parlamentaria que se dotó de una Constitución democrática y entró en la Unión Europea. Pero los escándalos en torno a la Casa Real, graves para la buena salud de la democracia, y la falta de transparencia y de respuesta ante ellos, marcaron un punto de inflexión para la legitimidad de la Monarquía. Básicamente, porque para regenerar esa política en crisis ya no se podía contar con el concurso de la Corona.
Ahora que el Rey ha dado ese paso, abdicar, que es lo que tenía que haber hecho hace dos años, nos van a inundar de documentos históricos excepcionales sobre la figura de Juan Carlos, de los grandes servicios prestados a la Patria y de alabanzas hacia esa sabia decisión de saber dejar el trono y dar paso a su hijo.
El cambio que necesita España, sin embargo, tiene que ir acompañado de una renovación cultural y educativa, de nuevas ideas sobre el mundo del trabajo y de una lucha por la democratización de las instituciones. Un movimiento político que reaccione frente a los excesos del poder, que persiga el establecimiento de un Estado laico, que recupere el compromiso de mantener los servicios sociales y la distribución de forma más equitativa de la riqueza. Si el hasta ahora Príncipe está dispuesto a presidirlo, tendrá su oportunidad, en un país donde el orden tiene más miedo a la República que a la corrupción. Si no es así, deberíamos crear una nueva cultura cívica y participativa que se aleje del marco institucional monárquico y retome la mejor tradición del ideal republicano. Hacer política sin oligarcas ni corruptos, recuperar el interés por la gestión de los recursos comunes y por los asuntos públicos. El futuro Rey tiene que salvar ese abismo que se ha abierto entre la generación en el poder, de 50 y 60 años, alejada de la realidad, y la nueva generación de jóvenes sin expectativas.
Con su sólida formación internacional y su conocimiento del mundo actual, Felipe no llega tarde. Pero, al contrario que su padre, su figura no puede ser intocable, quedar fuera del debate político y social. La abdicación de Juan Carlos no acontece como consecuencia de un movimiento social republicano, sino del desmoronamiento de algunos pilares en los que se había basado la Monarquía y su relación con la democracia. Reconstruirlos es el reto que tendrá Felipe VI.
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