Iñigo Sáenz de Ugarte - eldiario.es
El BCE ha recordado a los griegos que están internados en una prisión de la que no pueden escapar fácilmente. Y los alcaides del centro penitenciario (también llamado eurozona) no sólo tienen las llaves sino la firme voluntad de que nadie pueda saltar los muros. Ni tampoco mejorar las condiciones de vida en las celdas.
En la noche del miércoles, el Banco Central Europeo ha emitido un comunicado de 252 palabras con el que pretende neutralizar los 2.246.064 votos obtenidos por Syriza en las últimas elecciones. En otras palabras, no es culpa del BCE si los votantes eligieron al partido equivocado. Ya no aceptará la deuda griega como garantía de los préstamos que concede a los bancos de ese país para prestarles dinero con el que salvaguardar su liquidez. Es decir, para que puedan seguir operando con normalidad.
Como es habitual con el BCE, la decisión está disfrazada con la terminología habitual que siempre se refiere a las normas de la institución. Se levanta una excepción que hacía posible algo imposible: el estatus crediticio de esa deuda ofrecida por los bancos no estaba a la altura de los mínimos exigidos, pero se les había concedido ese derecho como parte del programa de rescate del país. Dado que el nuevo Gobierno ha anunciado que el mantenimiento de ese sistema condena al país a la pobreza y quiere cambiar las condiciones, el BCE dice que la excepcionalidad toca a su fin. ”Actualmente no es posible asumir una conclusión exitosa de la evaluación del programa”, dice el comunicado en ese lenguaje frío que intenta hacer ver que se trata de una decisión forzada por las circunstancias, casi un fenómeno natural inevitable, como la crecida de los ríos que sucede a una fuerte tormenta o deshielo.
El comunicado no es en sí mismo el inicio del Armagedón bancario. Los bancos griegos no dependen por completo de la deuda pública de su país para presentar garantías. Pero el BCE les dice, también con palabras finas, que las necesidades de liquidez de esos bancos tendrán que ser satisfechas por su banco central correspondiente, que es el que tiene su sede en Atenas. No es mi problema. No vengan aquí a pedir ayuda.
¿Está apostando el BCE por una fuga masiva de depósitos, no ya de las grandes empresas, sino también de los ciudadanos? Sería de una irresponsabilidad increíble y además hay que recordar el anterior párrafo. Desde principios de enero, ha habido una retirada importante, no masiva, de fondos del sistema financiero griego, y eso no ha causado el pánico.
Llegados a este punto, hay que recordar las sabias palabras del entonces gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, que dijo en una comparecencia en el Parlamento que iniciar un ‘bank run’ (fuga masiva de depósitos por los ciudadanos) quizá no sea una decisión racional, pero unirse a ella cuando ha comenzado (quizá sin que se conozcan exactamente las razones) sí puede ser una decisión perfectamente racional. En esos casos, nadie quiere ser el idiota que se quedó en casa pensando que esa reacción era exagerada para descubrir más tarde que todos los demás han ido corriendo al banco y formado ya colas interminables. King lo sabía bien porque eso es lo que pasó en el banco Northern Rock en 2007. No había ocurrido nada parecido en el Reino Unido en los 150 años anteriores.
Y ahora pongámonos en la piel de los griegos que aún tienen cantidades de dinero relevantes en sus bancos y especulemos con lo que pueden empezar a pensar cuando vean los titulares el jueves.
Ya antes de que se conociera la decisión del BCE, Bernardo de Miguel explicaba desde Bruselas que la ofensiva de Tsipras y Varufakis iba a ser frenada en seco: “El gobierno alemán se ha encargado de minar el terreno que pisará Varoufakis en la última etapa de una gira europea que ya parece irremisiblemente condenada al fracaso”. A ello había que sumar los primeros comentarios, procedentes de fuentes anónimas, que indicaban que el BCE se oponía de forma tajante al plan esgrimido por Varufakis para cambiar la gigantesca deuda por dos tipos de bonos nuevos, ligados al futuro crecimiento del país.
Grecia pedía tiempo para negociar y para eso necesitaba que el BCE mantuviera asegurada la liquidez de los bancos griegos durante los meses entre el abandono del programa de rescate y un nuevo acuerdo que fuera posible en junio. Italianos y franceses no dieron muchas esperanzas, pero al menos acogieron sin hostilidad las ideas que escucharon del primer ministro griego y su ministro de Finanzas. Antes de la reunión de este jueves en Berlín entre Schäuble y Varufakis, los alemanes ya mostraron signos de que no estaban dispuesto a moverse ni un centímetro. No tenían de qué preocuparse. El BCE se iba a ocupar de dar el tiro de gracia a la gran evasión de Varufakis.
Como en los tiempos de las cartas de Trichet a los gobiernos del sur de Europa, el BCE ha tomado una decisión política con la que determinar las decisiones políticas de las autoridades políticas de un país miembro de la eurozona. Estas son las reglas de la eurozona. Los gobiernos no pueden influir en las decisiones del BCE, porque es una institución independiente. El BCE sí puede influir en las decisiones de los gobiernos, porque estos sólo cuentan con la legitimidad democrática que dan los votos, y esa es una divisa que cotiza muy bajo en las instituciones europeas.
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