UNA PROPUESTA DE RESCATE DE NUESTRO SISTEMA ALIMENTARIO

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Lucía Díez Sanjuán, en El Salmón Contracorriente

Desde hace ya algún tiempo se viene luchando en la agricultura por un modelo agroalimentario global distinto, basado en la idea de la soberanía alimentaria, en vez de en la seguridad alimentaria. Este movimiento ha ido expandiéndose poco a poco, desde los países del Sur Global hacia los del Norte, y desde las zonas rurales a las ciudades. Pero ¿en qué consiste esta nueva propuesta y por qué parece que ya no vale la seguridad alimentaria?

La soberanía alimentaria es un movimiento político relativamente reciente impulsado en gran medida por La Vía Campesina, una organización internacional de campesinos que lucha por que los alimentos sean producidos de forma ecológica y sostenible, por que los pequeños agricultores que producen la mayor parte de esos alimentos puedan llevar una vida digna y de calidad y por que el consumo de alimentos sea un consumo de cercanía, adaptado a las condiciones locales y culturales de cada región.

Por otro lado, el término seguridad alimentaria es el más empleado en el discurso político internacional, y tal y como lo define la FAO consiste básicamente en asegurar que todo el mundo tenga en todo momento disponibilidad y acceso a alimentos con cierta garantía de calidad sanitaria. Teóricamente, la seguridad alimentaria no debería ser un problema hoy en día ya que la producción de alimentos a nivel mundial es suficiente para satisfacer a toda la población global. Sin embargo, en la práctica, más de 800 millones de personas en el mundo (más de 15 veces la población de España) sufren hambre. Está claro, por lo tanto, que algo falla. La seguridad alimentaria no es suficiente hoy en día porque los problemas de nuestro sistema alimentario no son tanto una cuestión de escasez de alimentos, de necesidad de producir más y más cantidad, sino un problema relativo a cómo está organizada esta producción y cómo se distribuyen los alimentos producidos.

En el crecimiento del movimiento a favor de la soberanía alimentaria están influyendo muchos factores. No sólo la preocupación por cómo alimentar a las generaciones presentes, sino también la preocupación por asegurar que las generaciones futuras también podrán obtener su alimento. La agricultura es la actividad humana en la que mayor conexión tenemos con la naturaleza, su productividad depende de la tierra, del clima y de la biodiversidad. Por eso en este sector la cuestión ecológica es una cuestión de palmaria supervivencia y el cambio climático es una amenaza a la que hacer frente de forma urgente.

El modelo de agricultura industrial basado en enormes superficies de monocultivos, en el empleo de gran maquinaria movida gracias al petróleo y en el uso de fertilizantes, pesticidas y herbicidas químicos también derivados del petróleo, es, sí o sí, ecológicamente insostenible. Este tipo de agricultura es contaminante, derrochadora de recursos, produce deforestación y degradación de los suelos, pérdida de biodiversidad, además de los problemas de salud asociados al excesivo empleo de productos químicos peligrosos. Efectivamente podrá producir un gran volumen de alimentos y solucionarnos la seguridad alimentaria, pero sólo durante un corto periodo de tiempo y al coste de poner en peligro las posibilidades de alimentación y supervivencia de las generaciones futuras (y no tan futuras).

La soberanía alimentaria defiende que los alimentos pueden ser producidos de otra manera, y por eso apuesta por la agroecología. La agroecología se basa en una concepción de la agricultura como una forma de gestión de un ecosistema, un agrosistema, en base a criterios ecológicos y de conservación de los recursos naturales como el suelo y el agua, así como de la biodiversidad (que tiene una gran importancia para el mantenimiento del equilibrio de nutrientes del suelo y en la prevención de plagas). Además, al no emplearse productos químicos como en la agricultura industrial o convencional, los riesgos para la salud humana también disminuyen. Si bien es cierto que tal vez no haya una gran diferencia en cuanto a los nutrientes que ingerimos hoy en día con una manzana ecológica o una manzana no ecológica, sí que podemos encontrar suficiente diferencia respecto a la ingesta que hagamos de restos de herbicidas, pesticidas y otros productos químicos que no son precisamente beneficiosos para nuestro organismo.

Pero más allá de la cuestión ecológica, hay otro punto en el que la soberanía alimentaria y la seguridad alimentaria son más irreconciliables. Si la seguridad alimentaria no es capaz de cumplirse a nivel global no es, como ya hemos dicho, por una falta de alimentos suficientes, sino por la desigualdad en la distribución de los alimentos que se producen. El problema es, hablando claro, un problema político, relacionado con la forma tal y como está estructurado el sistema agroalimentario mundial.

El sector de la producción y distribución de alimentos está cada vez más concentrado en unas pocas empresas que han aumentado considerablemente su control sobre el mercado. Estamos hablando de la comercialización de semillas patentadas, de los agroquímicos, de la comercialización de grano, de piensos y de la comercialización de comida y bebida; todas estas actividades están fuertemente controladas por un reducido número de empresas (Monsanto, DuPont, Syngenta, Bayer, ADM, Cargill, Bunge, Wal-Mart, Carrefour, Tesco…) Tales empresas tienen un gran poder, tienen poder de decisión: deciden qué compran, qué venden, a quién y por cuánto; agricultores y consumidores estamos a su merced.

Este sistema agroalimentario global ha conseguido que en nuestros supermercados haya una gran oferta atractiva y continua de alimentos baratos, pero esto es sólo un espejismo de felicidad. Por un lado, la lucha a la baja en los precios de los alimentos repercute en gran medida en los productores de esos alimentos, quienes reciben cada vez precios más bajos por sus productos y viven por lo tanto en condiciones de precariedad e inseguridad económica alarmantes, no sólo en los países del Sur, sino también en el Norte.

Además, otro problema por el que cada vez está aumentando más la preocupación, es la absoluta falta de control y conocimiento que los consumidores tenemos finalmente respecto de lo que comemos: ¿cuántos kilómetros han recorrido mis alimentos?, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que se recolectaron estas frutas hasta que llegaron a mi mesa?, ¿cómo ha vivido y se ha alimentado el pollo que me estoy comiendo?, ¿cuánto de lo que pago por mi café se lo queda el supermercado, cuánto la marca, cuánto el transportista, cuánto el productor? No tenemos más que echar un ojo a nuestra despensa y pensar, ¿exactamente qué sabemos de lo que vamos a comer hoy?
Manifestación de La Vía Campesina

La cuestión de la falta de control y de información está relacionada también con la salubridad de nuestros alimentos; en muchos casos quienes deciden en qué medida algo es sano o no, no son equipos científicos independientes, sino los poderes de empresas alimentarias. En línea con esto está también la cuestión de los transgénicos, que además son creados para aumentar el poder de estas multinacionales. Y tampoco podemos dejar de mencionar la problemática en torno a la industria de la carne, que deja mucho que desear tanto respecto a la problemática de la sostenibilidad medioambiental, como en cuanto a su eficiencia respecto al uso de recursos alimentarios y, como no, en su dimensión ética. Hasta aquí dejamos mencionados sólo algunos de los problemas que podríamos destacar de nuestro actual sistema agroalimentario, pero la lista podría alargarse alarmantemente. Por fortuna, la conciencia respecto de estos problemas es cada vez mayor, y poco a poco podemos ir encontrando información y campañas que nos advierten de los problemas ocultos tras nuestros alimentos. El acceso y la difusión a este tipo de información es el primer paso en la construcción de un sistema agroalimentario mejor.

Por lo tanto la propuesta de la soberanía alimentaria es una respuesta a algunos de los problemas que conlleva nuestra forma de producir alimentos y frente a los cuales la seguridad alimentaria se nos ha quedado corta, insuficiente. La propuesta de la soberanía alimentaria es una propuesta de toma de conciencia y control sobre lo que comemos, de recuperar ese vínculo que hemos perdido con quien produce nuestros alimentos, con los saberes tradicionales que nos han alimentado durante generaciones, con la naturaleza de la que formamos parte.

Es un movimiento que está cobrando cada vez más fuerza a nuestro alrededor, con iniciativas de cestas de consumo, de huertos urbanos, de talleres de elaboración de conservas, de cosméticos, con iniciativas de soberanía también energética y de solidaridad con los agricultores de países del Sur. Son, sin duda, muchas las opciones de las que disponemos actualmente para poner nuestro granito de arena, tan sólo tenemos tomar la decisión de por dónde queremos empezar, y ponernos a ejercer nuestra soberanía.

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