Juan Cruz, en 'El País'
Cuando iba a escribir este post lamentando la desaparición del diario ´Público`, que dejó de existir ayer, me encontré en mi teléfono un correo de una web de índole religiosa que titulaba así la primera de sus noticias: "El diario ´Público` ya no difundirá más el laicismo radical a través de su edición impresa".
Esa imprecación malvada sirve para certificar, también, el disgusto que sentimos muchos de los que hemos lamentado esta pérdida en la prensa diaria española. Por ser laico y radical, por haber sido testimonio del pensamiento y el trabajo de los profesionales que lo hacían, por haber sido una competencia leal y audaz a los que, lógicamente, queríamos que nuestro diario fuera mejor, los compañeros de ´Público` se merecen hoy el respeto de sus competidores y debieran merecerse, en un país no marcado por el cainismo, el respeto de sus adversarios.
No ha sido así en vida, no es así tampoco en la despedida.
Pero ellos, los compañeros cuyo diario deja de salir, e incluso esos adversarios que se declaran enemigos tan despiadadamente gozosos, saben que este país se hizo así y así se hace. Para terrible memoria de nuestro tiempo.
En todo caso, de esas desagradables reacciones mezquinas no quería hablar, sino del periódico que se va.
Han procurado una audiencia, la han tenido, han procurado, en medio de una crisis enorme de la publicidad, un rincón en el que sobresalir, y de pronto el hacha más terrible de la crisis publicitaria los halló trabajando pero ya sin porvenir. Hicieron del final de su trabajo una heroica profesión de fe en el periodismo en los tiempos oscuros (Brecht decía: "Hay que cantar también en los tiempos oscuros") y hubiera sido bueno que las promesas que recibieron de financiación para durar se hubieran sustanciado finalmente. Y finalmente el empresario, desde Hollywood, dijo que estaba jodido pero que ya no podía seguir. Y esa misma tarde, ayer, dieron por concluida su residencia en la tierra. Ojalá todos y cada uno hallen acomodo feliz en el futuro que es, y que me perdone Brecht, tan oscuro para el oficio.
Despedir un periódico, y en España ya se han despedido demasiados, es una de las tareas más difíciles para quienes estamos en el oficio. Hacerlo, salir a la calle, encontrar en el camino dificultades que se salvan, noticias que te hacen reencontrar con la vida que elegiste, es uno de los privilegios que nos han hecho tan felices; recuerdo siempre aquella exclamación de Albert Camus en medio de la guerra, cuando acabó un ejemplar vibrante de ´Combat`brindando con estas palabras: "¡Vale la pena vivir para este oficio!"
Sé que los valerosos compañeros que ayer decidieron echar el cierre antes del tiempo que prolongaba la agonía encontrarán en esta carrera difícil lugar donde brindar de nuevo por haberlo hecho. Lo deseo como antiguo periodista que soy y como compañero que ha visto nacer y morir y morir y nacer.
Y, por cierto, me gustaría acabar por donde empecé. Mi madre me recordaba siempre lo que gritó el anarquista Ferrer cuando iba a ser ajusticiado a principios del siglo XX por sus ideas acerca de la vida y de la escuela:
"¡Vivan los niños! ¡Vivan las escuelas laicas!"
Viva, pues, el laicismo radical, viva la escuela laica, vivan los niños, y viva el periodismo que lo pueda gritar.
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