RURALIZAR Y CREAR EMPLEO

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Gustavo Duch, en Èl Periódico de Cataluña'

En España superamos los cinco millones de parados, una cifra inaceptable que tiene mucho que ver con la crisis actual. Pero también en este problema de desempleo debemos mirar al campo, tanto en el análisis como en las propuestas. Pues resulta que en Europa nos encontramos con un despoblamiento de las zonas rurales muy grave, y la agricultura o sector primario hace mucho que dejó de ser la base de la economía. Según el último censo publicado por el EUROSTATesta realidad es demasiado evidente: ¡en solamente ocho años, la Unión Europea ha perdido 3 millones de explotaciones! Es decir, aproximadamente, cada minuto ha supuesto la desaparición de una unidad agrícola y los puestos de trabajo que eso significa.

Y todo ello fruto de aplicar políticas productivistas que ya es hora de desterrar. La Política Agraria Común que ahora se está revisando ha sido responsable de ello, subvencionando durante mucho tiempo a las grandes unidades agrícolas, favoreciendo la intensificación y dejando que los precios los marque el libre mercado. Un modelo dirigido a ser ‘potencias industriales’ que pensó que la agricultura también debería acomodarse a tal principio, y se acabó con la economía rural y miles de puestos de trabajo.

Pero proveer de alimentos a la población, y a la vez cuidar bosques y paisajes, es un trabajo de lo más necesario, de hecho: es imprescindible. Y esa es la propuesta, porque hay espacio, posibilidades y mucho futuro: ruralizar la economía y recampesinizar el Planeta, obteniendo en el proceso muchos, pero muchos, puestos de trabajo dignos y rentables.

Aunque ni las condiciones de suelo, clima e historia son comparables vale la pena recordar (como explican Albert Berry y Liisa L. North, Profesores en la Universidad de York en Toronto) «lo que hicieron los taiwaneses, los japoneses y los coreanos después de la Segunda Guerra Mundial cuando expropiaron las unidades agrarias de más de tres hectáreas y ejecutaron reformas agrarias radicales que formaron la base de la seguridad alimentaria de familias, para el crecimiento y la diversificación económica posterior a nivel nacional». Con una cantidad de tierra suficiente como medio de vida para una familia (en Taiwán fue un poco más de una hectárea), con políticas fuertes de apoyo a este minifundio –aquí siempre despreciado- y servicios públicos apropiados, en los tres países la productividad agrícola creció, las condiciones de vida en el campo se mejoraron rápidamente, y lo más importante, el empleo agrario aumentó considerablemente. «Los tres países asiáticos mencionados –continúan explicando- no son los únicos cuyas experiencias han demostrado la relación positiva entre desarrollo rural equitativo (basado en la pequeña y mediana agricultura) y el desarrollo económico nacional. En términos históricos podemos mencionar Dinamarca, Finlandia o Noruega. (…) Las comparaciones latinoamericanas también nos prestan lecciones. Llama la atención el abismo que existe entre, por un lado, las buenas condiciones de vida y la historia de paz social y política en la Meseta Central de Costa Rica, caracterizada por sus pequeñas y medianas propiedades cafeteras, y por otro lado, la miseria, represión política y violencia que predominan en las zonas de plantaciones grandes de café en los países vecinos como El Salvador y Guatemala».

Pensar e invertir en recuperar la pequeña agricultura, no es un paso atrás, sino que es la base de una economía sostenible y equitativa, que además nos alimenta. Sólo necesitamos atrevimiento (y poco presupuesto) para poner en marcha medidas de redistribución de la tierra frente a los grandes latifundios o monocultivos; ofrecer facilidades para acceder a tierras productivas; apoyar la desintensificación de tantas unidades agrarias sobredimensionadas; o evitar, cuando llega la jubilación de las y los actuales propietarios, el cese de actividades con la incorporación de jóvenes…

Dichas medidas deberían venir acompañadas con políticas claras de protección de esta agricultura (promocionando los circuitos cortos de comercialización; políticas de precios remunerativos; aranceles en frontera; etc.) y añadir lógicamente apoyos básicos de capacitación, asesoría técnica o irrigación, pero siempre con claridad, sin fisuras, en favor de una agricultura basada en principios agroecológicos. Porque ya no hay dudas –tampoco científicas- de las bondades de esta forma de practicar la producción de alimentos. El Instituto Rodale, después de 30 años de investigación comparativa entre campos de cultivos convencionales y agroecológicos concluye que estos últimos son (además de no perjudiciales para el medio ambiente ni para la salud de la población consumidora) más viables económica y energéticamente.

Si queremos salir de esta crisis y generar puestos de trabajo productivos en los países industrializados; si queremos combatir la situación de pobreza y hambre en muchos países del Sur; y si pretendemos dejar un futuro sostenible a nuestra descendencia, habrá que replantearse la estructura socioeconómica en la que estamos, donde la ruralidad ha quedado trágicamente marginada en el fondo de una pirámide invertida que lógicamente se tambalea.

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