Las resistencias al enésimo asalto del neoliberalismo han reencontrado en la figura del personaje colectivo una herramienta de lucha a lo largo de la historia.
Adrián Bernal, en 'Diagonal'
“Yo no tengo nombre, puedes llamarme V”, dice en cierto momento el protagonista de V de Vendetta, personificación de la anarquía oculta tras una máscara de Guy Fawkes, un tipo que el 5 de noviembre de 1605 intentó volar el parlamento inglés, en la llamada “Conspiración de la pólvora” .
Aunque prácticamente desde su creación, a principios de los ‘80, V ha sido un referente en el imaginario contracultural, fue la infame adaptación a la pantalla grande, en 2006, de este cómic de Alan Moore y David Lloyd la que realmente popularizó el rostro de Fawkes y lo convirtió en un elemento cada vez más habitual en las protestas de diversos colectivos de base.
Con la crisis económica a la vuelta de la esquina, iniciativas como V de Vivienda y otras comenzaron a utilizar en la política cotidiana esta imagen.
Tal vez, en principio, se pueda atribuir este hecho al carácter de icono de la cultura popular que adquirió V tras su paso por el cine en una versión mucho más aséptica y simplona que la original y a su utilidad, por tanto, como símbolo fácilmente identificable de lucha contra la opresión y la injusticia.
Sin embargo, poco a poco y de manera algo inesperada, los resultados de estas acciones han ido derivando hacia otros derroteros: los del nombre múltiple.
Somos Legión
Probablemente, la clave para que esto ocurriera es que Anonymous hizo suyo el personaje. Al pasar por el filtro de este seudónimo, que es ya de por sí un alias colectivo, la máscara de Guy Fawkes se resignificó.
Se reforzaba ahora con la figura de V, de manera evidente, lo subversivo del anonimato: el rechazo de los activistas a una estructura convencional, a líderes y a discursos oficiales, a visibilizarse y, por tanto, a ser identificados por el poder que, sin saber qué hacer, perseguía supuestas cúpulas, buscaba portavoces y amenazaba al aire.
No se puede atrapar al cerebro si el cuerpo ha renunciado a tener cabeza. Cualquiera puede ser nadie.
Para mayor desconcierto de los de arriba, la irrupción del 15M, con las dinámicas y movimientos que lo impulsaron o surgieron como consecuencia inmediata, provocó que se incidiera mucho, en asambleas y manifestaciones, en conceptos como horizontalidad, democracia directa o ausencia de representantes desde el entendimiento del pueblo como multitud crítica. La máscara de Fawkes estaba allí.
La indignación viajaba por Europa, y la máscara de Fawkes viajaba con ella. Las protestas cruzaban el charco y se extendían por Norteamérica como la pólvora, y la máscara de Fawkes, claro, aparecía en cada una de las réplicas del movimiento Occupy.
Y aunque el poder no sepa nunca cómo reaccionar ante estas formas de organización y de funcionamiento de las resistencias, el nombre múltiple no es en absoluto un fenómeno reciente. Entre el mito y la realidad encontramos numerosos personajes colectivos tras los que se esconden grupos de artistas, escritores o científicos en un intento de aunar esfuerzos, entroncar con el saber popular, escapar de la represión o, simplemente, reírse un rato.
Igualmente, muchas leyendas en torno a la figura del forajido, como la de Robin Hood, por ejemplo, pueden venir de un uso múltiple de una única identidad, haya existido ésta realmente en algún momento o no.
En el caso de los movimientos políticos basados en el personaje colectivo llama poderosamente la atención el ludismo.
A principios del siglo XIX tuvo lugar en Inglaterra una serie de levantamientos mecanoclastas contra la incipiente maquinaria industrial, que amenazaba con agravar aún más la precaria situación del proletariado. El nombre del movimiento estaba basado en un semilegendario obrero llamada Ned Lud, muy probablemente un nombre múltiple para despistar a patrones y Estado y evitar represalias.
Las protestas se extendieron rápidamente de la ciudad al campo, donde Capitán Swing fue el seudónimo de turno.
Sé Luther Blisset
Pero sin duda, el gran referente contemporáneo de personaje colectivo es Luther Blisset. En 1994 una pandilla de postsituacionistas italianos le robaron el nombre a un futbolista inglés de origen jamaicano que había llegado al Milán en calidad de estrella a principios de la década anterior.
Tras realizar una temporada nefasta, lesionarse y ser objeto de duras críticas xenófobas por parte de los tifosi de su propio equipo, el jugador abandonaba el Calcio con más pena que gloria, sin saber que en realidad su nombre sí acabaría pasando a la historia.
A medio camino entre lo libertario y lo postmoderno, los planteamientos de Luther Blisset están centrados en la llamada “guerrilla de la comunicación”, concepto basado en la acción política a través de la cultura, la crítica a los mass media y la no convencionalidad en la creación y difusión de los discursos.
Especialmente activos durante la segunda mitad de los ‘90, llegaron a conformar una red informal, conocida como “Proyecto Luther Blisset”, desde la que los activistas podían estar más o menos al tanto de las diversas acciones realizadas bajo esta identidad fantasma.
En el año 2000, algunos miembros del colectivo italiano original se refundaron bajo el seudónimo Wu Ming (“anónimo” o “sin nombre”, literalmente), desde una perspectiva menos política y más interesada en la autoría colectiva del arte y la cultura. Por su parte, el nombre de Luther Blisset sigue apareciendo de vez en cuando en todo tipo de acciones en muy diversos lugares.
Cualquiera puede ser Marcos
Incluso podemos ubicar en esta tradición del personaje colectivo la propia figura del subcomandante Marcos. Los nuevos zapatistas se cubren el rostro para ser vistos; reniegan de su nombre para ser nombrados. Y aunque Marcos es una persona concreta, la máscara tras la que se oculta o se muestra, como se prefiera ver, nos habla de que Marcos no es nadie o, dicho de otro modo, puede ser cualquiera. Todos y todas somos Marcos.
Cualquiera puede ser Marcos. Cualquiera puede ser Luther Blisset. Cualquiera puede ser nadie. Yo, no tengo nombre. Bienvenido. Sé Nadie tú también.
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