Hoy toca salir a la calle contra la reforma laboral. Nos convocan los sindicatos mayoritarios, UGT y CCOO. Sí, los parásitos sociales que chupan de la teta del Estado; los que viven del cuento con sus miles (que digo miles, millones) de liberados que no han dado un palo al agua en la vida; los que llevan una vida de lujo, con sueldazos, cruceros y restaurantes caros.
Esa es, ya saben, la imagen de los sindicatos que resulta de la guerra sucia política y mediática, que redobla su fuego a discreción cada vez que se acerca una protesta convocada por ellos. Los mismos medios que elogian la responsabilidad de los sindicatos cuando pactan reformar las pensiones o congelar salarios, son los que sacuden de lo lindo a Méndez, Toxo y compañía si se les ocurre poner pegas a una reforma laboral de inspiración decimonónica.
Habrá quien hoy no salga a la calle por dar crédito a esos ataques sucios contra CCOO y UGT. Pero no es el único motivo por el que muchos trabajadores han dado la espalda a estos sindicatos en los últimos tiempos. A su pérdida de crédito ha ayudado mucho la forma en que se han enfrentado a la crisis, firmando reformas como la mencionada de pensiones, y mostrándose más dialogantes que combativos en momentos de ataques contra los trabajadores. Soy el primero que desde esta columna ha criticado una y otra vez la apuesta de los sindicatos por el diálogo social en tiempos en que la otra parte, la patronal y el gobierno, sólo entienden la paz social como placidez total.
Pero ser críticos con los sindicatos no es un motivo para quedarse hoy en casa, sino una razón más para acudir a las manifestaciones. No andamos muy sobrados de fuerzas, y se trata de sumar, no dividir más. Quienes piensan que con estos sindicatos no llegaremos muy lejos, deben reconocer que sin ellos vamos menos lejos todavía. Por eso son muchos los colectivos, 15-M incluido, que han decidido salir hoy a la calle, juntos pero no revueltos, con sus propias pancartas y lemas. Después de la reforma, y con lo que está por venir, yo tengo claro quién es el enemigo. Y no son los sindicatos.
Esa es, ya saben, la imagen de los sindicatos que resulta de la guerra sucia política y mediática, que redobla su fuego a discreción cada vez que se acerca una protesta convocada por ellos. Los mismos medios que elogian la responsabilidad de los sindicatos cuando pactan reformar las pensiones o congelar salarios, son los que sacuden de lo lindo a Méndez, Toxo y compañía si se les ocurre poner pegas a una reforma laboral de inspiración decimonónica.
Habrá quien hoy no salga a la calle por dar crédito a esos ataques sucios contra CCOO y UGT. Pero no es el único motivo por el que muchos trabajadores han dado la espalda a estos sindicatos en los últimos tiempos. A su pérdida de crédito ha ayudado mucho la forma en que se han enfrentado a la crisis, firmando reformas como la mencionada de pensiones, y mostrándose más dialogantes que combativos en momentos de ataques contra los trabajadores. Soy el primero que desde esta columna ha criticado una y otra vez la apuesta de los sindicatos por el diálogo social en tiempos en que la otra parte, la patronal y el gobierno, sólo entienden la paz social como placidez total.
Pero ser críticos con los sindicatos no es un motivo para quedarse hoy en casa, sino una razón más para acudir a las manifestaciones. No andamos muy sobrados de fuerzas, y se trata de sumar, no dividir más. Quienes piensan que con estos sindicatos no llegaremos muy lejos, deben reconocer que sin ellos vamos menos lejos todavía. Por eso son muchos los colectivos, 15-M incluido, que han decidido salir hoy a la calle, juntos pero no revueltos, con sus propias pancartas y lemas. Después de la reforma, y con lo que está por venir, yo tengo claro quién es el enemigo. Y no son los sindicatos.
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